"A los diez días de habernos embarcado en Calicut, llegamos a estas islas, que son una de las maravillas del mundo". Esto es lo que escribía, allá por el siglo XIV, Ibn Battûta, el Marco Polo del islam (mirado de otro modo, ¿por qué no decir decir que Marco Polo es el Ibn Battûta de la cristiandad?). Y no le faltaba razón al célebre viajero tangerino, puesto que, en efecto, estas islas, que hoy conforman la moderna República de las Maldivas, el país menos poblado de todo el mundo islámico (apenas 360.000 habitantes), poseen una hermosura, por decir lo mínimo, superlativa. Pero, a pesar de que continúan siendo una maravilla a duras penas descriptible, las Maldivas de hoy poco se parecen, al menos en algunas cosas que a continuación les relataré, a las islas que visitó Ibn Battûta.
En la actualidad, las Maldivas constituyen uno de los destinos turísticos más selectos del mundo, lo cual ha transformado el rostro de unas islas, insisto, hermosísimas. Durante siglos, la economía de los maldivenses dependió casi exclusivamente de la pesca, pero desde hace unas cuatro décadas el turismo ha ganado en importancia, hasta convertirse en el principal recurso económico nacional. Ello ha contribuido a hacer de las Maldivas uno de los países más ricos de Asia. Sin embargo, la redistribución de la riqueza es muy baja. Con todo, a simple vista, sus gentes viven de forma digna, muy digna, diría incluso. Vaya, que esto no es India, a pesar de su proximidad.
Situada en el océano Índico, al sudoeste de Sri Lanka e India, la República de las Maldivas está constituida por 1.196 islas coralinas, agrupadas en una doble cadena de 26 atolones (compuestos por arrecifes de coral vivos), de las cuales únicamente 203 están habitadas. Las distancias entre las distintas islas no son pequeñas. Y es que las Maldivas es uno de los países más dispersos del mundo, lo cual ha obligado a las autoridades a crear una más que notable red de hidroaviones que permiten una comunicación fluída entre isla e isla. Otra singularidad de las Maldivas, en este caso dramática, es ser el país más plano del mundo, con una altitud máxima de tan solo dos metros, lo cual hace prever una más que probable desaparición en unos años, a causa de la alarmante subida del nivel del mar, provocada por el cambio climático. De hecho, el gobierno de las Maldivas (democrático, por cierto) ya ha adquirido terrenos en el estado indio de Kerala para trasladar a la población, en un futuro que, a decir de los especialistas, no será demasiado lejano. Así pues, Maldivas pervivirá pero ya no flotando en el océano, sino en tierras de Kerala. No en balde, existe un viejo sustrato cultural que emparenta a los maldivenses con los habitantes de Kerala. De hecho, los primeros pobladores del archipiélago fueron pueblos dravídicos provinientes de dicho estado indio.
Se hace difícil decir cuál es el atolón más bello de cuantos conforman las Islas Maldivas. Pero, tal vez sea el de Ari, sobre todo por sus fondos coralinos. Allí, en Ari, se encuentra Dhangethi, una pequeña isla que alberga al pueblo del mismo nombre, un rincón delicioso donde aún puede palparse la vida tradicional maldivense, más allá de los hoteles de lujo de las islas de alrededor. Sus habitantes, pescadores en su mayoría, viven a un ritmo quedo, sin demasiados agobios, lo cual se traduce en su curioso caminar, lento y balanceado. Callejeando de un lado para otro, aún pueden avistarse aquí y allá algunas casas antiguas construidas con corales, una práctica hoy prohibida por las autoridades. Pero para hacerse una idea de cómo era la vida en estas islas antes de la eclosión del turismo, nada como visitar el museo -muy cuidado, todo sea dicho- del pueblo, en cuyo puerto lucen los dhonis, las embarcaciones típicas de los pescadores maldivenses.
Las Islas Maldivas constituyen un país islámico. El islam llegó al archipiélago en el siglo XII, constituyéndose en la religión preponderante, después de haber sido un territorio budista desde el siglo III. Dado su carácter histórico de zona de paso para navegantes y aventureros, en las Maldivas pueden apreciarse rasgos africanos, árabes, indios e incluso indonesios. Tal vez donde mejor se deje ver dicha mezcolanza sea en su rica y variada gastronomía. Pero, si estas islas poseen un tesoro éste es sus fondos marinos, de una belleza y variedad sólo comparables a los de Polinesia. Sumergirse en estas aguas azul turquesa constituye casi -y sin casi-un acto sagrado, como cuando uno se adentra en la selva, camina por el desierto, culmina la cima de una montaña o pasea en marzo entre los almendros en flor de Horta de Sant Joan, en la Terra Alta catalana, sin ir más lejos. Y es que en la naturaleza virgen, y estos fondos marinos a buena fe que lo son, late un mensaje de la divinidad y es, al mismo tiempo, una vía de retorno hacia ella.
La capital y ciudad más poblada de las Islas Maldivas es Malé, con poco más de cien mil habitantes. Para el viajero posee un interés relativo. Sin embargo, son de visita obligada el Museo de Historia de las Maldivas y la hermosísima mezquita de Hukuru, que data del año 1656, cuyos techos, paredes y columnas de madera labrada son un prodigio artístico. Reposar en su interior a la fresca, cuando afuera el sol de diciembre cae inmisericorde, constituye una bendición. Aprovecho entonces para releer las andanzas de Ibn Battûta por estos pagos. Dice el de Tánger, a propósito de las mujeres: "Las mujeres de las Islas Maldivas, incluida la sultana, llevan la cabeza descubierta y los cabellospeinadosy recogidosa un lado. Casi todas se visten con un solo paño, que les llega del ombligo a los pies, quedando desnudo el resto del cuerpo, y de esta guisa andan por los zocos y demás sitios. Cuando fui designado para el cadiazgo de estas islas, me esforcé en cortar tal costumbre, ordenando a las mujeres que se vistieran, pero no pude conseguirlo; todo lo más que logré fue que, cuando vinieran a verme para presentar una querella, entraran completamente vestidas". Lo que es cierto es que los tiempos -y las costumbres con ellos- han cambiado mucho desde el siglo XIV. También es cierto que el islam no siempre ha sido como hoy lo vemos y percibimos.
Halil Bárcena (diciembre 2010)