Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

AVISO PARA NAVEGANTES

Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

Para cualquier tipo de consulta o información, no duden en ponerse en contacto con nosotros, a través de nuestra dirección de correo electrónico: sufismo786@yahoo.es

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Halil Bárcena

Director de l'IES

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jueves, 27 de junio de 2013

Rugby: Poder 'black'

Los 'Blacks' humillan a Francia

Halil Bárcena



Christchurch, 15 d junio de 2013. Un día para la historia del rugby novazelandés (y mundial) que engrandece aún más la leyenda 'black'. Los All Blacks celebran su 500 encuentro amistoso enfrentándose al combinado francés, que este mes de junio anda de gira por el país kiwi. Y los All Blacks no fallaron; más áun, barrieron a su rival. El resultado final lo dice todo: 30 a 0; sí, sí, 30 a 0 a favor de los del helecho plateado. Savea, Cruden, Smith y Barret, es decir, los nuevos talentos junto a la vieja guardia, fueron los anotadores por parte 'black', en un choque en el que los hombre de negro lo hicieron casi todo a la perfección.

El tercer y último choque entre los Blacks y la decepcionante Francia tuvo lugar el pasado 22 de junio, en la ciudad de New Plymouth, saldándode con una nueva victoria kiwi por 23 a 13, con la participación de Dan Carter en las filas 'blacks', tras recuperarse de las lesiones que lo han martirizado en los últimos tiempos. Y ahora a esperar el mes de agosto en que comenzará un reforzado Cuatro Naciones, el trofeo que enfrenta a las mejores escuadras del hemisferio sur: Nueva Zelanda, que parte como favorita, Australia, Sudáfrica y Argentina.

Aquí un resumen del correctivo infligido por los Blacks y la haka 'Kapa O Pango':  

miércoles, 26 de junio de 2013

Lenguaje coránico y estética

Lenguaje coránico y estética

Halil Bárcena




Dos son los términos coránicos que más directamente expresan la idea de belleza y hermosura y, por tanto, con más claras evocaciones estéticas, aunque directamente la revelación no diga nada acerca de las artes: ḥusn (virtud espiritual y excelencia) y ŷamāl (ser bello y agradable), éste con una presencia mucho más esporádica que el anterior, ciertamente, pero en cambio muy prestigiado, a causa del célebre ḥadīṯ sobre la belleza divina, “Al·lāh es bello y ama la belleza”, que analizaremos en otro momento. Ḥusn incluye también las ideas de ‘excelencia’ y ‘perfección’, recogidas en el término iḥsān, identificado a veces por algunos con el propio taṣawwuf, en tanto que cúspide de una senda espiritual tripartita (piénsese en el gusto islámico por esta suerte de clasificaciones) que arranca en el islām o entrega confiada a Al·lāh y sus decretos, prosigue a través del īmān o apertura existencial a Al·lāh y sus secretos y culmina en el iḥsān, que es definido de forma un tanto críptica en el célebre ḥadīṯ de Ŷibrīl, primero de la recopilación realizada por Muslim, lo cual habla a las claras de la importancia que posee: “Hacer lo hermoso (iḥsān) significa que debes adorar a Al·lâh como si Le vieras, pues si no le ves Él te ve”.
Con todo, el vocabulario vinculado a la raíz gramatical ŷ-m-l, de donde procede ŷamāl o belleza, en raras ocasiones puede entenderse en un sentido netamente estético. A menudo, posee el sentido de abundancia, además de referirse también al camello (ŷamal). Y es que, como acostumbran a reconocer  los propios lexicólogos árabes, toda palabra árabe hace referencia a un significado, a su contrario y a algo relativo a los camellos. Sea como fuere, al- ŷamāl sólo aparece una sola vez en el texto alcoránico con el sentido estricto de belleza, tal como los principales lexicólogos árabes recogen. Dice así el pasaje, según nuestra propia traducción: “Y ha creado rebaños de ganado para vosotros: de ellos obtenéis calor y otras ventajas; y de ellos obtenéis alimento; y os proporcionan belleza cuando los conducís a casa por la tarde o cuando los sacáis a pastar de nuevo por las mañanas” (Corán 16, 5-6).
Igualmente, la raíz coránica `-ŷ-b, que abarca desde el asombro a la admiración ante algo, ha sido utilizada a lo largo de los siglos para referirse a la belleza visual, a pesar de que en el texto coránico no posea un sentido netamente estético, refiriéndose, por lo general, al hecho asombroso para los mequíes del tiempo del Profeta que éste, al que tenían por un mago farsante, hubiese salido de entre ellos y proclamase la unicidad divina (Corán 38, 4-5). Ya se sabe que existe una inclinación muy frecuente entre los hombres, como es desconfiar de cualquier planteamiento religioso o espiritual que carezca de exotismo. Así, a los mequíes el Corán les parecía no sólo irrelevante sino falso por cuanto les llegaba a través de alguien de su mismo entorno social y cultural; aunque esto pertenece a otro orden distinto al estético, que es el que aquí nos ocupa.

Tarahumara, nacidos para correr

Tarahumara, nacidos para correr

Halil Bárcena


Los tarahumara constituyen un pueblo amerindio que habitan en el norte de México, en el Cañón del Cobre de la Sierra Madre Occidental. Su lengua pertenece al tronco uso-azteca y es conocida con el nombre de rarámuri, que es como en verdad se denominan a sí mismos los tarahumaras. Rarámuri quiere decir 'pies largos', en referencia a la extraordinaria capacidad física para recorrer largas distancias que poseen. Los rarámuri son los guardianes de un arte de correr hoy casi perdido. Gracias a las particulares técnicas que practican, los corredores rarámuri, calzados con unas simples sandalias de cuero o guaraches, hoy hechas a base de neumático, son capaces de correr ininterrumpidamente centenares de kilómetros sin apenas inmutarse. Y es que pareciera que los rarámuri han nacido para correr. El periodista y también runner Chistopher MacDougall ha dejado constancia del pueblo rarámuri en su excelente libro Nacidos para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia (Debate, 2010; existe versión en catalán en La Campana, 2011), en el que no sólo habla de los singulares corredores rarámuri, sino de lo que correr ha significado y significa para el ser humano en la historia. Y es que correr no sólo es privativo de los rarámuri, sino que todos nacimos to run. Lo afirman los runners: ¡We are because we run!

Para saber más:

'Alí o la hermosura del corazón

La hermosura del corazón


Leili Castella






“Estoy emancipado de interés propio: escucha el testimonio de un hombre libre”.
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Si hay algo que jamás olvida un pahlivân o caballero espiritual es que el verdadero campo de batalla no se halla en el exterior, sino en su propio interior: no en vano después de la gran batalla de Badr, crucial para la supervivencia de la recién nacida comunidad islámica, el Profeta Muhámmad (sas) dijo: “Habéis vuelto del jihâd (lucha, esfuerzo) menor, al jihâd mayor”. Preguntado por cuál era el jihâd mayor, El Profeta (sas) respondió: “Es el jihâd contra vuestras almas apasionadas”. El pahlivân es pues quien, habiendo purificado su alma de imperfecciones, se ha vuelto “una montaña de ductilidad, de paciencia y de justicia” [1] y así, de su corazón, hecho pura hermosura, emanan acciones justas, bellas y nobles. Advirtió sin embargo el profeta Muhámmad: “El  jihâd sigue siendo válido hasta el Día del Juicio”.

Hay al final del primer tomo del Masnawî, la inmensa obra del místico y poeta persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273), un relato extraordinario acerca de cuál es la verdadera batalla que ha de librar el ser humano. En dicho relato, ‘Alî ibn Abî Tâlib, primo y yerno del Profeta, y caballero espiritual o fatâ por excelencia, se enfrenta, en una dura batalla cuerpo a cuerpo, a un poderoso guerrero. Cuando por fin logra reducirlo y desenvaina su espada para acabar con su vida, el guerrero, en un arrebato de ira y desprecio, escupe en la cara de ‘Alî, el cual reacciona de una forma sorprendente: arroja su espada a lo lejos y cesa de combatir. El guerrero,  estupefacto y conmocionado ante tamaño acto de perdón y misericordia, ruega encarecidamente a ‘Alî que le explique el porqué de su hermosa acción. A lo que este último responde “Puesto que ha intervenido un pensamiento de algo que no era Dios, debo envainar la espada. (…) En la hora de la batalla, oh caballero, cuando me escupiste, surgió mi yo carnal y mi disposición se corrompió. La mitad de mi lucha fue por Dios y la mitad por vana pasión: en los asuntos de Dios, no se permiten las asociaciones” [2].

Muchas son las enseñanzas que nos aporta este relato: quizás una de las más importantes sea mostrarnos que el caballero espiritual o fatâ enraíza su acción, no en sí mismo, sino en su Señor. Dirá ‘Alî en el relato: “Soy el León de Dios, no el león de la pasión: mis actos dan fe de  mi religión” [3]. En efecto, el  fatâ está a tal punto habitado por la presencia de Allâh, que su generosidad será Su generosidad, y su ira será Su ira: en el caballero espiritual no hay sino cualidades divinas.

Otra enseñanza principal a destacar, es la mirada lúcida, implacable y distanciada que ‘Alî arroja sobre sí mismo. Lejos de cualquier autocomplacencia, discierne inmediatamente la interferencia del “yo carnal” en su acción y tiene la fuerza suficiente para detenerla; pero es que además no tiene inconveniente alguno en reconocérselo a su adversario. Será precisamente esta mezcla de cualidad humana y divina de ‘Alî, la que creará una brecha en el corazón de un adversario que acaba por decir: “(a partir de ahora) soy siervo de las olas de ese Mar de Luz que muestra una perla como ésta (refiriéndose a ‘Alî). Ofréceme la profesión de fe (musulmana)” [4].

Quizás cabría resaltar también que Mawlânâ Rûmî  parece invitarnos a mirar mucho más allá de las simples apariencias, mucho más allá de nuestras apreciaciones y juicios personales: si nos dejáramos guiar por estos últimos, podríamos decir que ‘Alî, dejando intervenir su “yo carnal”, comete un grave error, y que su contendiente, escupiendo a ‘Alî comete una pecado imperdonable. Pero precisamente le dirá ‘Alî a su adversario: “Has cometido un pecado mejor que cualquier acto de devoción, has atravesado el cielo en un solo momento (…) Afortunado el pecado que cometió el hombre: ¿no salen las hojas de las rosas de las espinas?” [5]. Y en cuanto a ‘Alî, ¿no es precisamente su acción la que desencadena el conocimiento de su sólo aparente adversario? Nos dirá él mismo: “En la batalla hago vivos, no muertos” [6].  Y es que, ¿acaso hay algo que no emane de Él y nos lleve de vuelta a Él?

Y aún dos últimas pinceladas: la misericordia infinita, fuera de toda proporción, que emana de un ser humano vaciado de todo cuanto no sea Él: “Me escupiste y te doy un regalo. (…) ¿Qué no le daré al que se comporta con rectitud?” [7]. Y el poder de la hermosura, de la excelencia, de la rectitud, y de la bondad, capaz no sólo de romper las defensas del aguerrido adversario, sino de contagiarle. No en vano nos recuerda el Corán, 55:60 “¿Acaso no es la retribución del isân (la belleza, la impecabilidad), el isân?”.

Notas:
[1] Rûmî, Masnawî, volumen 1, versos 3720 a 4000.
[2] a [7] Ibídem.  


Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís directora de la escuela musical 'Baraka. Música con alma' (http://barakamusica.blogspot.com.es/). 

martes, 25 de junio de 2013

Ibn 'Arabî y el principio de la unidad

Del Tratado de la Unidad 
(Risālat al Ahadiyya)[1]

Ibn ‘Arabī (m. 1240)


Gloria a Al·lāh, antes de cuya Unidad no hay anterior, si no es Él el Primero; después de cuya Singularidad no hay ningún después, si no es Él que es el Siguiente. Respecto a Él, no hay ni antes, ni después, ni alto, ni bajo, ni cerca, ni lejos, ni cómo, ni qué, ni dónde, ni estado, ni sucesión de instantes, ni tiempo, ni espacio, ni ser: “Él es tal como era”. “Es el Único (…). Es el Singular sin singularidad. No está formado por nombre y nombrado pues el nombre es Él y Él es también el nombrado. No hay nombre salvo Él No hay nombrado fuera de Él. Por eso se dice que Él es el nombre y el nombrado. Es el Primero sin anterioridad. Es el Último sin fin (…). Es el Evidente sin exterioridad. Es el Oculto sin interioridad (…).

No se encuentra en nada y nada se encuentra en Él. Hay que conocerlo de ese modo, no por la ciencia, la inteligencia, la sagacidad, los sentidos, la visión exterior, la visión interior, la comprensión o el razonamiento. Nadie puede verlo salvo Él (mismo) (…). Nadie Lo conoce salvo Él (mismo). Él se ve por Sí (mismo). Otro-que-Él no puede verlo (…). Su impenetrable velo es Su propia Unicidad (…). Otro-que-Él no tiene existencia y no puede, pues, aniquilarse (al no haber existido nunca). Por eso el Profeta (Muhammad) ha dicho: “El que conoce su nafs (es decir, a sí mismo) conoce a su Señor”. Dijo también: “He conocido a mi Señor por mi Señor”.

El Profeta ha querido hacer comprender con estas palabras que tú no eres tú, sino Él; Él y no tú; que Él no entra en ti y tú no entras en Él; que Él no sale de ti y tú no sales de Él (…). Quiero decir que tú no existes en modo alguno y que tú no existirás jamás ni por ti mismo ni por Él, en Él o con Él. No puedes dejar de ser, pues no eres. Tú eres Él y Él es tú sin ninguna dependencia o causalidad. Si reconoces esta cualidad (es decir, la nada o `adam) a tu existencia, entonces conoces a Al·lāh; de lo contrario, no.

La mayoría de los iniciados dicen que el conocimiento de Al·lāh viene después de la extinción (fanā’) de la existencia y de la extinción de esta extinción (fanā’ al- fanā’i). Ahora bien, esta opinión es completamente falsa y hay en ella un error magnífico. La Gnosis (ma`arifa) no exige la extinción de la existencia (del yo) o la extinción de esta extinción; pues las cosas no tienen existencia alguna y lo que no existe no puede dejar de existir. Decir que una cosa ha dejado de existir, que ya no existe, equivale a afirmar que ha gozado de existencia. Luego, si conoces tu “proprium”, es decir, a ti mismo, si tú puedes concebir que no existes y, por consiguiente, que no te extingues, entonces conoces a Al·lāh; de lo contrario, no. Atribuir la Gnosis a la extinción es un credo idólatra. Pues si atribuyes la Gnosis a la extinción pretendes que Otro-que-Al·lāh pueda gozar de existencia. Es negarlo y eres formalmente culpable de idolatría. El Profeta ha dicho: “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”. No ha dicho: “El que extingue su nafs, conoce a su Señor” (…). Tu existencia es nada y nada no puede añadirse a una cosa, temporal o no (…). Cualquiera que pretenda que una cosa puede existir con Al·lāh, que se extinga de su existencia o de la extinción de la extinción de su existencia, tal hombre, digo, está lejos de sentir el perfume del conocimiento del nafs, es decir de sí mismo (…). Todo eso es idolatría y nada tiene que ver con la Gnosis (…).


Si se pregunta por qué medio uno llega a conocer su sí mismo (nafs) y a conocer a Al·lāh, la respuesta es: la vía hacia esos dos conocimientos está indicada en estas palabras: “Al·lāh era y la nada con Él. Él es ahora tal como era” (…). El Profeta quiere decir con el término nafs lo que tú llamas ‘yo mismo’ y no el elemento psíquico que a veces se llama ‘alma’. Dice el Profeta: “¡Oh Dios! Hazme ver las cosas tal como son”, designando por las ‘cosas’ todo lo que no es Al·lāh. Ha querido decir: “Hazme conocer lo que no eres Tú, a fin de que sepa y a fin de que conozca la verdad sobre las cosas, si son Tú o bien Otro-que-Tú” (…). El interés del conocimiento del “proprium” consiste en saber, pero teniendo la certeza absoluta de que tu existencia no es ni una realidad ni una nihilidad, sino que no eres, no has sido y no serás jamás. Comprenderás claramente el sentido de la fórmula ‘lā ilāha il·lā Al·lāh’ (no hay más divinidad que Dios), es decir, que no hay Dios distinto de Él, no hay existencia distinta de Él, no hay otro distinto de Él (…).

Si alguien pregunta: “¿Cómo se opera entonces la Unión, ya que afirmas que otro-que-El no es? Una cosa que es única sólo puede unirse consigo misma”, la respuesta es: en realidad no hay ni unión ni separación, como no hay alejamiento ni aproximación. Sólo se puede hablar de unión entre dos y no cuando se trata de una cosa única. La idea de unión o de llegada implica la existencia de dos cosas (…). Lo que se llama de ordinario ‘unión’, proximidad o alejamiento, no son tales. Hay unión sin unificación, acercamiento sin proximidad y alejamiento sin ninguna idea de lejos o cerca (…) ¿Qué es la unión sin la unión? (…): en el estado que tú llamas ‘proximidad’, tú no eras distinto de Él, pero no conocías tu ‘proprium’; no sabías que tú eras Él y no tú (…). Cuando el conocimiento te haya llegado, sabrás que has conocido a Al·lāh por  Al·lāh, no por ti mismo (…). Así, ‘el que conoce’ y ‘lo que es conocido’ son idénticos.


[1] Ibn ‘Arabī, El Tratado de la Unidad y otros textos sufíes, J.J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 1987, pp. 21-40).

Cuentos de Sa'adî Shîrâzî

Cuentos de Sa'adî Shîrâzî (m. 1292)



"Un hombre con los pies y las manos amputados mató a un ciempiés, y un sufí que pasaba dijo: "Alabado sea Dios. Pese a tener mil pies no ha podido escapar de uno que no tiene ni manos ni pies, cuando le ha llegado su momento".

Cuando el enemigo que quita la vida llega por la espalda
el sino le ata las piernas al hombre que corre.
En el momento en que se presenta el enemigo
inútil es querer sacar el arco.


(Sa'adî, El Jardín de Rosas (Gulistán), Edición de Richard F. Burton, traducción al español de Jerónimo Sahagún, Palma de Mallorca, J. J. de Olañeta, 2004, p. 195-196). 

Rugby: La Santboiana, a un paso del título

'Ferro i força', Santboiana

Halil Bárcena


No pudo ser. Al final, un inesperado golpe de aire impidió que los chicos de la Santboiana, equipo decano del rugby estatal, se alzara con el título de campeón de la división de honor de rugby. El conjunto catalán lideró el match hasta casi el minuto ochenta de la segunda parte, cuando el conjunto local, el VRAC Quesos Entrepinares de Valladolid, se puso por delante en el marcador con un ajustadísimo 27 a 25. Casi no había tiempo para nada más, pero en el último suspiro del encuentro los de Sant Boi dispusieron a su favor de un golpe de castigo bastante centrado que de haberlo transformado se hubiesen alzado con el triunfo y el título; pero, al final, no pasó entre palos a causa de un maldito golpe de aire que desvió fatídicamente la trayectoria del oval. Con todo, hay que felicitar a los jugadores de la Santboiana y a su cuerpo técnico por la excelente campaña desarrollada. '¡Ferro i força...!'.
    
Aquí pueden verse algunos de los lances más interesantes del match:
http://www.youtube.com/watch?v=6lna8nX-aCI

jueves, 13 de junio de 2013

La verdad del arte y el arte de verdad

Arte y espiritualidad
La verdad del arte y el arte de verdad
                                                        
Halil Bárcena




No vivimos una época de cambios, como a menudo oímos de boca de analistas un tanto precipitados, sino un verdadero cambio epocal que está provocando que se tambalee todo aquello que durante siglos había permanecido inamovible y, en consecuencia, considerábamos duradero (revelado incluso) y para  siempre. En palabras del añorado Raimon Panikkar, asistimos, sobre todo en nuestro viejo (¿y cansado?) continente europeo, a “una mutación mucho más profunda que una reorientación meramente cultural y que es mucho más que un simple cambio de nuestros sentimientos sobre el mundo” [1].
Sea como fuere, lo cierto es que todo el vivir humano se ha visto alterado radicalmente y de forma veloz, en especial desde la segunda mitad del siglo pasado. Des de entonces, el rostro del mundo, de nuestro mundo, es un otro  bien diferente; todo parece hoy más caótico y confuso, más revuelto y desordenado. Pensemos sino en instituciones como la familia o en actividades humanas como el arte, que aquí nos ocupa, por no hablar del desplazamiento sufrido por la religión dominante, cuando no de su rechazo más frontal. A diferencia del mundo medieval, por ejemplo, un mundo más coherente i normal (también más religioso) que el presente, donde todo el mundo compartía un mismo relato de la historia, en nuestra atribulada contemporaneidad nada está en su sitio, de tal manera que nadie puede ya ocupar su lugar natural; como ya nada es verdad, todo está permitido.
La exacerbación de la cantidad como norma de medida en detrimento de la calidad, algo evidente en el ámbito del arte y la cultura, hoy atravesado por una descorazonadora futilidad, constituye otro de los signos de nuestros tiempos. La calidad se sacrifica a la cantidad, de donde se deriva la brutalidad de una industria sin arte. Borges, el maestro argentino Jorge Luis Borges, decía que en la Edad Media había pos libros, pero en cambio todos eran principales (y principiales, añadiría yo); justo al contrario de lo que nos encontramos ahora. Y es que a la hora de valorar la normalidad o no de una sociedad, el arte, la estética en general, posee tanto valor de criterio como, por ejemplo, la justicia social o bien la moral. En este sentido, resulta sintomático que una de las quejas más reiteradas hoy en día, incluso por personas cultivadas, sea la dificultad de entender el arte contemporáneo. Podría decirse, así pues, que nuestra sociedad es como el arte que produce y que este arte, convertido cada vez más en una actividad frívola y sobrera, sobre todo tras las vanguardias desarrolladas a lo largo de los últimos cien años, refleja a las mil maravillas la precariedad de nuestra alma desgarrada. Pero, ¿qué es en verdad el arte y cuál  el estatuto ontológico que ocupa ahora? En definitiva, ¿de qué hablamos hoy cuando hablamos de arte?



¿Qué es el arte o qué es el hombre?
La cuestión del arte (o de las artes) no constituye un tema menor, ni es un lujo para diletantes. Antes al contrario, somos de la opinión, con George Steiner, que toda interpelación alrededor del arte nos remite irremediablemente a la centralidad de la antropología. Dicho de otro modo, interrogarse acerca de qué es el arte puede ser perfectamente una manera de interrogarse qué es en realidad el ser humano. No en balde, Aristóteles consideraba que la finalidad del arte no era otra que el propio hombre. En otras palabras, el arte persigue la felicidad del ser humano.  
Según la doctrina tradicional del arte, tal como ha sido comprendida en las distintas civilizaciones tradicionales, incluida la islámica, doctrina arrinconada tras el advenimiento de la modernidad, el arte es eso con lo que el hombre trabaja, de aquí que podamos hablar de cosas bien hechas, es decir, hechas con arte, ya se trate de cuadros o sinfonías, pero también de utensilios de la vida diaria o ropa, pongamos por caso. Según eso, el arte es más un medio que no un fin en sí mismo, lo cual vendría a denunciar y rebatir la aberración del esteticismo moderno que habla del arte por el arte. Por eso conviene recordar que todo lo que el hombre ha realizado con arte a lo largo de la historia ha obedecido a una doble finalidad, al mismo tiempo utilitaria e intelectiva.
En ese sentido, conviene recordar que la lengua árabe, al igual que sucede con el griego clásico, no posee un concepto unitario de ‘bellas artes’, como sí ocurre en las lenguas europeas modernas, sino del vocablo ṣinā`a, equivalente del griego tekné, que alude a cuanto ha sido realizado mediante el oficio y la destreza del ser humano e incluye por igual tanto lo que hoy consideramos bellas artes, como las llamadas artes aplicadas (u oficios), secundarias en la cultura moderna, como la herrería, la tintorería, la carpintería, la alfarería, la cerámica, la cestería, el tejido de alfombras o la edición de libros, entre otras.
De ahí deriva una de las principales características de la creatividad artística islámica: su funcionalidad. En efecto, el arte del islam siempre es funcional, esto es, útil, tanto si su utilidad pertenece al orden espiritual, puesto que no sólo de pan vive el hombre, como al material. “El arte musulmán nunca ha conocido, como el Occidente moderno”, escribe Jean-Louis Michon, “la distinción entre un arte supuestamente ‘puro’, o ‘arte por el arte’, y un arte utilitario o aplicado, distinción según la cual el primero busca únicamente provocar una emoción estética y el segundo se propone responder a alguna necesidad” [2].
Igualmente, el arte (tampoco la moral) no responde al gusto de unos pocos que, obedeciendo a una sensibilidad más marcada de lo común, se sienten atraídos por la expresión artística, sino a una profunda necesidad de todo ser humano. No tenemos necesidad del arte sólo porque éste nos agrade, de la misma manera que no somos buenos únicamente porque nos guste ser buenos. Como afirma Ananda Kentish Coomaraswamy, “las cosas hechas con arte responden a necesidades humanas, de otro modo son lujos. Las necesidades humanas son las necesidades del hombre íntegro, que no sólo vive de pan” [3]. Y, por descontado, no podemos prescindir bajo ningún concepto de algo que es necesario. El arte es tan vital, por lo tanto, como el aire que respiramos; ni más ni menos. Necesitamos cosas artísticas, es decir, bien realizadas, con arte, que sirvan para los menesteres tanto de la vida activa en el mundo como de la vida contemplativa o del espíritu, valga la expresión; sin que eso signifique que el espíritu no pueda habitar en el mundo de la cotidianidad o que esté ausente de él.

  


Del mismo modo, el arte posee una finalidad intelectiva, en el sentido de que muestra y, por tanto, expresa y comunica ideas, hasta el punto que el cómo del arte siempre ha de estar al servicio del qué. No existe nada que sea irracional o evasivo en el arte de las distintas culturas tradicionales del mundo, entre ellas la islámica, por supuesto; y tradicional quiere decir aquí también normal, tal como es concebida por un Platón o un al-Farābī, por ejemplo. De ninguna manera constituye el arte un medio para evadirse de los quehaceres problemáticos de la vida. Antes al contrario, tota obra de arte tradicional, de la pintura a la danza, de la caligrafía a la música y el teatro, posee un significado; no únicamente es apariencia. Hay algo que no sólo es para ser contemplado sino también conocido. Y es que el arte tradicional, también el arte islámico, por supuesto, no es jamás sentimental (no se trata de una cuestión de sensaciones), tal como ahora acostumbramos a considerar la experiencia estética, tras la irrupción de la modernidad. No es sentimental, insistimos, sino intelectivo y expresivo, y, por eso mismo, podemos afirmar con los clásicos que la belleza es el esplendor de la verdad y no simplemente lo que nos gusta, porque, como razona San Agustín, hay a quien le agradan las deformidades.
Allá donde existe una brizna de verdad forzosamente brilla la belleza, y al revés. La catedral de Chartres, pongamos por caso, o la mezquita del viernes  de Isfahán, dos joyas de la arquitectura religiosa universal, en las cuales una belleza natural y un sentido intrínseco de la armonía están plenamente presentes, sólo fueron posibles debido al conocimiento atesorado por las sociedades en las que fueron alzadas. Este es el arte de verdad y esta es la verdad del arte.

Artista, ¿hombre común o genio?
Según lo expuesto anteriormente, en un contexto tradicional todo el mundo posee alguna especie de arte (¡y por lo tanto puede ser considerado artista!), ya sea escribir, pintar, esculpir, cocinar, componer, construir casas, diseñar ropa, modelar jarras o incluso cultivar la tierra, a diferencia de lo que la modernidad ha erigido en dogma, a saber, que el arte es una actividad que nada más puede realizar el genio, un tipo especial, muy especial, de hombre, dotado de una particular sensibilidad, única y exclusiva, encarnación del nuevo espíritu prometeico. Pero, “el artista no es un tipo especial de hombre”, nos dirá una vez más Coomaraswamy, “sino que todo hombre es un tipo especial de artista” [4]. Y en una sociedad que sólo los genios son artistas ya casi nadie no siente como propia la responsabilidad de hacer bien las cosas, es decir, con arte, tal como hemos expuesto más atrás, porque casi nadie opera según su vocación o inclinación natural. Todo el mundo hace lo que puede, si es que además se tiene la suerte de trabajar en algo, lo que fuere. Cuán lejos está todo ello de la figura tradicional del artista islámico, del artesano que cumple con su tarea vocacional de forma anónima y (auto)eclipsada, religiosa podríamos decir incluso. No en balde un ḥaḏī atribuido al profeta Muḥammad afirma: “Ciertamente Al·lāh ama al siervo que ejerce un oficio”.  
Así es como lo que ahora denominamos arte se ha convertido en una actividad especializada (y no necesaria ya, ni tampoco vital para el ser humano), paulatinamente más fútil y superflua, llevada a cabo por unos artistas profesionales, cuya principal preocupación es el experimentalismo estilístico sin límite alguno y el abocamiento exterior de su mundo psicológico, enardecido por un exhibicionismo fuera de control, fruto del culto al individuo y la sobrevaloración del genio personal, tan alejado, por ejemplo, del sabio y discreto anonimato medieval. En este sentido, conviene recordar que lo más hondo y sublime del arte universal ha sido siempre anónimo.


En definitiva, hoy el arte pocas veces expresa ya verdades, sino simples sentimientos personales,  sin ninguna clase no ya de valor universal sino de interés puramente estético. En un contexto así no es casualidad que la originalidad se haya convertido en valor supremo del arte. Pero no la originalidad entendida a la manera gaudiniana en tanto que indagación desde los orígenes, es decir, desde la tradición, sino como una necesidad casi enfermiza de ruptura con todo y todo el mundo, como si el canon lejos de inspirar y liberar fuese una prisión.

La aventura del arte
Sin embargo, podemos afirmar que a pesar de que el desierto avanza sin desmayo aún es posible hallar minúsculos pero salvíficos oasis en los que el arte no ha dimitido de su función noética y, en consecuencia, no ha sido reducido tan solo a sus aspectos meramente sensitivos y emocionales. Aún existen artistas, verdaderos héroes, que entre tanta vanidad y majadería aspiran todavía a transmitir sentido y significado. Más aún, en un mundo tan escéptico y romo como el nuestro, donde no tan solo lo divino sino també lo sagrado han sido expulsados de la centralidad de la vida, muy posiblemente sea el arte, este arte quizás ya no religioso (porque no puede serlo) pero sí de marcadas reminiscencias espirituales, sea, tal como sugiere el ya mencionado George Steiner, la única posibilidad que le quede al hombre contemporáneo de alcanzar una cierta experiencia de transcendencia[5]. Ya Vasili Kandinsky (1866-1944) había insinuado en su célebre De lo espiritual en el arte[6], del año 1911, que el arte era en el siglo XX un lugar privilegiado de mostración de lo espiritual, mientras que el rumano Mircea Eliade (1907-1986) creyó ver en cierto arte contemporáneo, en el  de su compatriota Constantin Brancusi (1876-1957)[7], por ejemplo, el refugio en el que lo sagrado se había ocultado, en un mundo contemporáneo cada vez más desacralizado y con menos oído musical para la espiritualidad. 
En el manifiesto que el pintor ruso Mark Rothko (1903-1970), uno de los artistas más destacados de la llamada Escuela de Nueva York, escribió, el año 1943, juntamente con Adolph Gottlieb, puede leerse: “Para nosotros, el arte es un viaje a un mundo ignoto (...). Sólo lo pueden emprender aquéllos que no temen arriesgarse”. El arte constituye una indagación creativa que, por su propia naturaleza aventurera, digámoslo así, exige un tránsito constante, no permanecer anclado en nada (menos aún en una moda) que no sea el propio compromiso artístico con la verdad del arte y el arte de verdad. Y eso, más que la recreación de lo nuevo por lo nuevo, constituye la indagación permanente. EL arte implica aventurarse en cuerpo y alma en lo ignoto, hollando esta terra ignota que, a la postre, es el fondo insondable de la realidad realmente real, al-Ḥaqq en el lenguaje coránico, que, aunque que mostrándose ante nosotros sin cesar a través de múltiples signos, no somos capaces de percibir, tan saturados de nosotros mismos como a menudo estamos. El arte constituye, pues, un viaje; un viaje que transita por sendas jamás antes transitadas y, por lo tanto, siempre nuevas.
El arte consiste en caminar de perplejidad en perplejidad, ḥayrat bā ḥayrat, como escribiera el poeta sufí persa Mawlānā Rūmī (m. 1273), maestro de derviches giróvagos. De aquí que un artista de verdad, ya sea un poeta, un músico, un pintor o un bailarín, tanto da la disciplina artística que cultive, jamás se repetirá mecánicamente, lo cual en absoluto quiere decir que no aprecie la repetición, entendida como insistencia -y el esfuerzo que ésta comporta- y como ejercicio al límite que posibilita que algo pueda suceder. Justamente es el artista quien mejor sabe que nada valioso en la vida se consigue sin esfuerzo y que son las cosas vividas al límite y en el límite las que poseen un valor especial.
Conviene recordar al respecto que el islam, cuya vocación más profunda es acordarse a la naturaleza real de las cosas (a fin de cuentas ese es uno de los sentidos de la propia palabra árabe islām), constituye una tradición religiosa del esfuerzo (iŷtihād); esfuerzo en interpretar los signos divinos, tanto los recogidos en el texto coránico, como los signos del Corán cósmico, y en obrar el bien. Desde el punto de vista de la estética islámica, que es lo que aquí nos ocupa, cabe decir que su originalidad estriba, justamente, en el esfuerzo por profundizar en la especificidad religiosa del islam, el tawḥīd o unidad absoluta del ser, que es la intuición espiritual primordial del mensaje coránico, tal como hemos expuesto en otro lugar. La función del artista islámico (y recuérdese lo dicho acerca de la funcionalidad del arte) consiste, pues, en traducir en lenguaje sensorial la intuición primordial del tawḥīd; un lenguaje sensorial, traducido en formas y motivos, que aparecerá inscrito tanto en los templos más excelsos y los palacios y jardines más suntuosos, como en los utensilios domésticos más humildes. Y es que la realidad del tawḥīd envuelve por completo la vida del musulmán.       
La experiencia artística del verdadero artista de verdad comporta tanto
hacer, un hacer muy particular, como esperar. Y es que la vocación artística comporta conciliar una doble actitud interior, activa y pasiva al mismo tiempo. El artista es el hombre, hombre común no genio, vaciado de sí mismo, a través del cual transita la palabra, el gesto, el color, el sonido… que irrumpen en uno mismo y se imponen de forma absoluta y total, hablando acerca de la naturaleza real de las cosas. El artista no aboca al exterior su mundo psicológico, sino que transparenta la naturaleza real de las cosas. El artista vive permanentemente en disposición de recibir. He aquí su particular pasividad activa, he aquí su tarea, en tanto que hermeneuta del silencio sagrado (la expresión es de Agustín López Tobajas)[8].


Por todo ello, el artista es, lo decía Rothko en la citación mencionada, un home de riesgos, un ser humano que se arriesga, más allá de lo habitual. Aceptar la propia vocación artística, sentir cómo irrumpe en un mismo lo Real (al-Ḥaqq), lo que es, sin haber podido ofrecer resistencia alguna, comporta no poder vivir ya como antes. Como apunta Steiner, la pequeña casa de nuestro yo miedoso y apocado no puede ser habitada jamás como si nada hubiese pasado. Las locuciones teopáticas (šaṭaḥāt) de los espirituales sufíes, como el célebre ‘Yo soy lo Real verdadero’ (Anā al-Ḥaqq) del bagdadí Manṣūr-e Ḥal·lāŷ (m. 922), obedecen a un fenómeno paralelo: las palabras que pronuncia el sufí, artista de la senda interior, se le imponen con una potencia tan arrolladora que cuanto afirma ya no le pertenece.   
El artista, como también el espiritual, más allá del clima en el que haya nacido y se haya desarrollado su función y su misión, experimenta una presencia real que le empuja a cambiar de vida. He ahí el verdadero significado del término árabe tawba, cuyo sentido profundo es retorno a Al·lāh, como apunta Ibn `Arabī, siguiendo la etimología de la raíz gramatical t-w-b. La metanoia del espiritual, su verdadera conversión de la mirada consiste en regresar a lo que es, a lo que de hecho siempre fue, pero olvidó.
 Dicho de otro modo, nadie asciende a la montaña (sagrada) y retorna igual; nadie realiza la experiencia del ángel sin mudar de piel (recuérdese el encuentro paradigmático entre el ángel Ŷibrīl y el profeta Muḥammad); nadie mira cara a cara la luz sin permanecer ciego para las cosas del mundo. El arte, al igual que la espiritualidad, no es ni un juego ni tampoco un adorno o un lujo superfluo, sino algo, ya lo hemos repetido en varias ocasiones, necesario, imprescindible, vital como el aire que respiramos o el pan que nos alimenta.
Con todo, la experiencia artística no permanece en el artista. Su muerte como hombre, fanā’ en el lenguaje sufí, es un servicio que efectúa al resto de hombres, a la comunidad. En definitiva, los muertos son los que nos ayudan a entender mejor la vida, porque la muerte no es lo opuesto a la vida sino al sólo al nacimiento. Y, al mismo tiempo, los muertos, en este caso los artistas, nos ayudan a los vivos (a través de su ejemplo, es decir, de sus creaciones hechas con arte) a morir también nosotros a nosotros mismos. El arte es riesgo. Una obra, toda obra, habla del arte de arriesgarse y del riesgo del arte.
Pues bien, todo lo dicho es, justamente, lo que emparenta arte y espiritualidad, lo que hace que un espiritual pueda ser considerado un artista de la senda interior, de la misma manera que en el verdadero artista de verdad, cuando no es un ególatra atacado de esnobismo, se den los rasgos propios de toda indagación espiritual y, en primer lugar, la facultad de trascender una razón que es capaz de abrirse a las mil y una posibilidades que la Vida –ahora sí, con mayúsculas- ofrece por doquier. El espiritual, al igual que el artista a su manera, nos muestra a través de su ejemplo vivo otros rostros de la realidad o, mejor dicho aún, la naturaleza real de las cosas. El espiritual encarna en sí mismo su propia investigación, pues podríamos decir que la ha in-corporado; él mismo es el resultado de su propia indagación, de su viaje. Y es que lo espiritual no es un añadido a la vida, sino la propia vida en plenitud. De aquí que el espiritual, el hombre habitado por el espíritu, sea como se muestra y se muestre tal como es. Insistimos una vez más: ni el arte ni tampoco la espiritualidad son una pose. Por eso resulta creíble su verbo: porque, en el caso de los poetas, por ejemplo, escriben lo que viven y viven lo que escriben. Y es que lo bonito gusta solamente, pero lo bello conmueve, dado que es el esplendor de la verdad. Allá donde hay belleza hay verdad; y donde hay verdad hallamos la presencia apabullante de la belleza.


Resumiendo, no hay arte serio, al igual que tampoco hay espiritualidad seria, sin que se den tres elementos capitales e irrenunciables: pasión desmedida, paciencia ilimitada y atrevimiento irreductible. Justo lo que todo amor de verdad exige: pasión (que es entrega confiada. ¿Acaso no podríamos traducir el término islām como entrega confiada a Al·lāh), paciencia (que es esfuerzo constante y sostenido, así como ‘estar siempre’ más allá de las contingencias) y atrevimiento (que es riesgo, aunque jamás temeridad). ¿Resultará, pues, que el arte y la espiritualidad exigen estar enamorado?
Pero, son siempre los poetas quienes saben decirlo todo mejor. Escribe Rūmī, una vez más Mawlānā Rūmī: “Has de saber, amigo mío, que todo en el universo es una jarra repleta hasta los bordes de sabiduría y belleza. Todo es una gota de la belleza divina que, a causa de su plenitud, no pudo contenerse. Era un tesoro escondido y por su propia plenitud brotó e hizo que la tierra brillara aún más que los propios cielos”. La belleza del mundo es la belleza de Al·lāh.



[1] Raimon Panikkar, El ritme de l’Ésser. Les Gifford Lectures, Fragmenta, 2012, p. 22.

[2] Jean-Louis Michon, Luces del islam. Instituciones, arte y espiritualidad en la ciudad musulmana, J. J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 2000, pp. 58-59.
[3] Ananda K. Coomaraswamy, Sobre la doctrina tradicional del arte, J. J. De Olañeta editor, p. 13.
[4] Ananda Kentish Coomaraswamy, La transformación de la naturaleza en arte, Kairós, Barcelona, p. 54.
[5] George Steiner, Presencias reales. ¿Hay algo en lo que decimos?, Destino, Barcelona, 2007.
[6] Vasili Kandinsky, De lo espiritual en el arte, Paidós, Barcelona, 1996.
[7] Mircea Eliade, El vuelo mágico, Siruela, Madrid, 1995. Cfr., especialmente, el capítulo “Permanencia de lo sagrado en el arte contemporáneo”, pp. 139-144;  “Diarios. Brancusi”, pp. 155-157; y “Brancusi y las mitologías”, pp. 159-167.
[8] Cfr. Agustín López Tobajas, Manifiesto contra el progreso, J. J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 2005.

(Texto publicado originalmente en catalán, en la revista Dialogal nº 45, pp. 10-17).

Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)