Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

AVISO PARA NAVEGANTES

Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

Para cualquier tipo de consulta o información, no duden en ponerse en contacto con nosotros, a través de nuestra dirección de correo electrónico: sufismo786@yahoo.es

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Reciban un cordial saludo, sean quienes sean y lo que sean, estén donde estén, y muchas gracias por su visita. Huuu...!

Halil Bárcena

Director de l'IES

Yâ man Hû...!

Yâ man Hû...!

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martes, 30 de septiembre de 2008

Bangaram, Islas Lakshadweep (India)


El archipiélago de las Lakshadweep, en el mar de Arabia, constituye el territorio más pequeño de la inabarcable India. De hecho, lo forman no más de doce atolones, tres arrecifes de coral y cinco bancos de arena. El área total no sobrepasa los 32 kilómetros cuadrados, eso sí, de una belleza singular. Situado a unos trescientos kilómetros de las costas de Kerala, uno de los estados más desarrollados de la nueva India emergente, gobernado desde hace décadas por el Partido Comunista, el archipiélago está integrado por un total de veintisiete islas, diez de las cuales habitadas, que suman un total de 60.000 habitantes, musulmanes en su inmensa mayoría.



Como no podía ser de otra manera tratándose de un lugar casi de fábula, muchas son las leyendas que rodean la historia de las Islas Lakshadweep, nombre que en sánscrito quiere decir "cien mil islas". Se cuenta, por ejemplo, que fueron descubiertas, casualmente, por unos pescadores que hallaron refugio en ellas mientras huían despavoridos de un temporal de mil demonios. Fascinados ante tamaña belleza, los hombres decidieron no abandonar el lugar, de tal manera que los lugareños de hoy serían descendientes de aquellos pescadores anónimos.


Sea cierto o no el relato, tanto da, lo que el viajero de hoy busca, y sin duda halla, en las Islas Lakshadweep no es tanto guarecerse de nada como ese bien tan preciado -¡como escaso hoy!- que es la lentitud, algo que ya no se encuentra en casi ningún rincón del planeta. Porque aquí no es que el tiempo se detenga, es que no existe.


Bangaram es una de las diez islas habitadas del archipiélago, aunque tan sólo por un puñado de pescadores que convive con los pocos turistas, de hecho otro puñado, que llegan hasta ella a lo largo del año. Y es que las Lakshadweep, y Bangaram particularmente, nada se parecen en eso a las Islas Maldivas, sus vecinas del sur, un destino turístico mucho más trillado. Por cierto, de las Maldivas dejó un vivo retrato el viajero tangerino Ibn Battuta (m. 1304-1377?), el llamado Marco Polo del islam, cuando anduvo por la zona, pero de ello hablaremos cuando corresponda.

Abdurrahman es un diestro pescador de Bangaram, quién sabe si descendiente de aquéllos que, según la leyenda, descubrieron las islas, siglos atrás. Junto a su mujer Amina, sale cada día de pesca en su vieja barca, muy perjudicada por tanto ir y venir y tanto golpe de mar. Tienen dos pequeños que, a buen seguro, serán pescadores como su padre cuando crezcan sólo un poquito más. Toda la vida de la familia se resume entre el mar y los cocoteros. Digo esto porque Bangarem también es Abdurrahman y su familia. Curiosamente, la isla posee forma de lágrima flotante. Tal vez sea, vete tú a saber, la lágrima de alguién que lloró tras partir de un lugar que acaricia.

Halil Bárcena
(enero 2008)

Un amor extraño


¿Por qué te extraña este amor por ti?
Mientras viva seré tu servidor.
Si lo deseas, llámame; si lo deseas, no me llames"

Mawlânâ Rûmî (1207-1273)





Comentario:

Estamos tan poco acostumbrados al verdadero amor, que es siempre gratuito y sin condición, que cuando nos damos de bruces con él nos desconcierta hasta el punto de despertar en nosostros todos los resortes de la sospecha. Sospechamos de él y, en nuestra tozuda necedad, lo negamos. Y es que la condición humana habitual es un lodazal ponzoñoso de celos, envidia y egoísmo recalcitrante, en el que amar es una rareza. El derviche constituye por todo ello una afortunada y sana anomalía, pues su amor es porque sí, sin interés, no premeditado. El derviche ama porque.... ¡resulta tan bello amar así, sin cálculo ni medida!. Es una anomalía y al tiempo una esperanza. El amor del derviche, que es para siempre, nos habla de la posibilidad que el ser humano tiene ante sí de trascender su propia torpeza animal. Pero, claro, para entender todo esto se ha de haber vivido un poco. Halil Bárcena

lunes, 29 de septiembre de 2008

La Meca y Medina (Arabia Saudí)


No resulta exagerado afirmar que el islam es la tradición espiritual por excelencia del viaje. En efecto, el viaje constituye uno de los principales polos (tal vez el más dinamizador de todos) alrededor del cual gira la espiritualidad islámica. Ser musulmán implica aceptar la condición nómada del hombre. Es un deber del musulmán afanarse en la búsqueda del saber, la ciencia, el conocimiento... sea donde sea, ¡incluso en China!, como recomienda el mismo profeta Muhammad en un conocido hadîz. El viaje es el alma que otorga vida al modelo educativo islámico tradicional.








Uno irá -poco importan las fronteras, perverso fruto humano- allá donde un maestro cualificado y generoso pueda saciar el anhelo de conocimiento. Nada más hay que echar una ojeada a la fértil biografía de los grandes sabios del islam -y no digamos los místicos sufíes- para comprender lo que digo.






En paralelo al, podríamos decir, viaje científico, nos encontramos con el viaje espiritual, en árabe hajj. Este último responde a una prescripción alcoránica y es una de las obligaciones que todo musulmán y musulmana han de cumplir al menos una vez en la vida, siempre y cuando dispongan de medios y salud para realizarlo. Pero, no nos engañemos, el hajj, esta gigantesca manifestación viajera colectiva y ritual, es algo más que un simple peregrinaje a las ciudades de La Meca y Medina, fontanas de donde brotó el islam, como a veces se dice. En verdad, el hajj constituye un auténtico viaje al límite.





Al límite de todo: de nuestro ego, tan pequeño y al tiempo tan tozudo; al límite de nuestras fuerzas físicas y de nuestras necesidades; al límite de nuestra razón impertinente y de nuestra paciencia; al límite de nuestros miedos e incluso de nuestro deseo espiritual. Dicho sin embudos: el hajj es un reto que nos pone a prueba en tanto que seres humanos. En modo alguno se trata de un viaje al uso. Porque, a pesar de los muchos kilómetros que uno llega a recorrer hasta avistar con los ojos humedecidos la negra silueta de la Ka'aba, noche y día rodeada de peregrinos, el hajj no consiste tan solo en un desplazamiento en el espacio, de un lugar a otro. El hajj constituye un movimiento que arranca y finaliza en el santuario sagrado de nuestro corazón, esta Ka'aba del corazón humano de la que hablaba el místico sufí persa Mawlânâ Rûmî, allá por el siglo XIII. Es, así pues, un movimiento esencialmente circular: su fin es su principio.






Por lo tanto, es todo el hajj una suerte de prefiguración en el que el humilde peregrino, cubierto tan solo con dos trozos de tela blanca sin costuras, símbolo del abandono de todo aquello que nos ata y limita, retorna a su origen, a lo que realmente es y ha olvidado con el paso del tiempo. Por eso el tawâf, las siete vueltas rituales que se efectúan alrededor de la Ka'aba, se realiza al revés de las agujas del reloj, al igual que la danza circular del derviche mevleví, como si, a la postre, uno deseara remontar el tiempo a la búsqueda de su verdadero origen divino.




Pero no quiero olvidar que el hajj es, al mismo tiempo, una experiencia de solidaridad humana única e indescriptible (¡y me tiembla el pulso al recordarlo!). Para mí, el hajj también son los cuscús compartidos en la sencilla habitación del hotel con personas venidas poco importa de dónde, y las sabias palabras de ánimo de algún peregrino veterano, y las largas conversaciones (¡y no digamos los silencios!) a cualquier hora del día o de la noche, y los pequeños actos cotidianos que durante el hajj adquieren un sentido casi trascendente, y los regalos que uno compra y que después entregará con toda la ilusión del mundo.





Y, por descontado, la luna de La Meca, que parecía, cómo os lo diría yo, una lágrima plateada colgando de la oscuridad. Y también, claro está, el abrazo inundado de amor de los míos en el aeropuerto de Barcelona, ya de regreso.

Halil Bárcena (febrero 2002)

(Publicado en catalán en la revista Dialogal nº 2-3, verano 2002, p. 7)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Singapur


Lo primero que llama la atención de Singapur no es tanto su pujanza como urbe moderna, que también, sino la forma en que ésta ha sido administrada. Porque, que nadie se lleve a engaño, Singapur, la ciudad del león, que eso es lo que significa en sánscrito, no es una mega-urbe hecha a golpe de cemento y grúas, sino una ciudad inteligentemente diseñada para poder vivir bien en ella. Y eso el viajero desprejuiciado lo palpa a las primeras de cambio.


El desarrollo de esta pequeña ciudad-estado, que se independizó de Malasia, el año 1965, ha sido francamente espectacular. Singapur se ha convertido en el símbolo más palpable de la prosperidad del sudeste asiático. De hecho, se trata de uno de los mejores ejemplos de sociedad avanzada basada en el conocimiento y la innovación constante. Y es que el potencial creativo de Singapur en todos los ámbitos, desde la economía a la arquitectura, es bárbaro. Al igual que su vecina Malasia, Singapur, por ejemplo, ha dejado su impronta en el ámbito de la arquitectura moderna.

El milagro de Singapur sorprende al viajero, como sorprende que figure entre los diez países menos corruptos del mundo y que su esperanza de vida se coloque en los 81 años. Erigida como puerto franco en el siglo XIX, la población inicial de Singapur era de 150 pescadores malayos y un puñado de granjeros chinos. Hoy, supera los cuatro millones y medio de habitantes, que componen un fecundo mosaico étnico y cultural.



Porque Singapur es un país chino, pero también malayo, indio y hasta un poquito árabe. Singapur es budista, taoísta, hinduista, sij e islámico. El cristianismo, en cambio, jamás ha tenido especial arraigo, aunque menudeen las iglesias aquí y allá, fruto más bien del pasado colonial que de otra cosa. En Singapur, cuatro son las lenguas oficiales: chino, tamil, malayo e inglés. La mezcla de Singapur resulta estimulante y aguijoneadora, tanto como su gastronomía, por lo demás, exquisita, o la insultante juventud de su población.


Kampong Gelam, con su antiguo barrio árabe, es el corazón del Singapur islámico, en el que refulge la Mezquita del Sultán, de estilo malayo. El islam llegó a la región de la mano de los comerciantes y marineros del sur de la India, y ello se nota en el apacible perfil religioso de su población musulmana.

Little India no es sino eso, una dosis homeopática de India en el corazón de Singapur, con sus mezquitas, templos hinduistas y gurudwaras sijs. Y su espíritu comercial, algo tan típicamente indio como sus inclinaciones religiosas y espirituales. En Little India, por ejemplo, el añejo Mustafa Centre, muy distinto a los grandes shopping malls de la rutilante Orchard Road, es el único gran almacén comercial del país que permanece abierto las 24 horas del día.


Chinatown, por su lado, es la colorista ciudad china, con sus viejos templos taoístas y las pagodas budistas. Hoy, las religiones chinas son predominantes tanto como la población. En realidad, los chinos de la ciudad acostumbran a practicar una suerte de mixtura de budismo, confucianismo y taoísmo. Me cuentan que el budismo les aporta elementos para el más allá. Del confucianismo extraen enseñanzas para el más aquí político y moral. Mientras que el taoísmo otorga ese toque animista que les une al universo todo.


Singapur es una ciudad-estado joven y trepidante, en la que, no obstante, aún es posible degustar el calmo arte de apreciar el té y todo el ceremonial que le rodea. Para ello, no hay más que perderse en una vieja casa de té china. Tal vez eso sea lo que más estimula de Singapur: la mezcla de modernidad bien construida y tradición no paralizante ni esclerotizada. Eso y que la gente sonría y vista de colores. Y es que siempre estamos a cuestas con lo mismo: cómo huir del gris que nos mata.

Halil Bárcena (agosto 2008)

Jogyakarta, Java (Indonesia)


La ciudad de Yogyakarta, Yogya como familiarmente la llaman sus cerca de medio millón de habitantes, es el corazón cultural de la isla de Java y, en cierto modo, uno de los símbolos vivos de la identidad nacional indonesia. Muchos son los atractivos que embelesan al viajero que se acerca hasta Yogya. En primer lugar, su zona antigua presidida por el Kraton, cuyo significado literal es "residencia real". Construido a mediados del siglo XVIII y convertido hoy en museo, se trata del palacio en el que residía el sultán local, quien aun siendo musulmán vivía muy de acuerdo a la vieja filosofía de vida javanesa, tan impregnada de valores y creencias hinduístas, budistas y animistas también.



Con todo, el Kraton es mucho más que un mero recinto palaciego. De hecho, para los javaneses de antaño se trataba del verdadero centro del mundo, al cual se accedía a través de nueve puertas, que simbolizan los nueve orificios abiertos del cuerpo humano, pero que ninguna de ellas da acceso al interior del palacio, sino que desembocan en muros sucesivos que el viajero ha de sortear hasta hallar el patio central, eje del lugar. Una manera de proteger el complejo de los malos espíritus.



En la antigua Sala de Audiencias del palacio, una construcción techada de madera de teca pero sin paredes laterales, se representan hoy pasajes del Ramayana hindú, al son de la música hipnótica interpetada por una orquesta de gamelán; esa música percutiva como la lluvia tropical que tanto sedujo a Claude Debussy (m. 1918), quien la escuchó por primera vez en el marco de la Exposición Universal de París de 1889.



Además del palacio del sultán, el área del Kraton, que aún conserva un cierto aire de sacralidad, incluye, al mismo tiempo, el Taman Sari o Palacio del Agua y la Agung Masjid, la mezquita más añeja de la ciudad, que destaca por su admirable arquitectura sin peso, hecha de fluidez y claridad.

Otro de los mayores atractivos de Yogya son sus calles, en especial una: Jalan Malioboro, la vía más célebre y concurrida de toda la ciudad, su arteria vital. Con sus casi dos kilómetros de olores, colores y sonidos, Malioboro le permite al viajero no apresado perderse, pero no en el bullicio, porque no se trata de una calle bullanguera, sino en su calma sinfonía de sensaciones varias.



En Malioboro hay de todo y más, pero siempre en colores. La exhuberancia cromática de la calle le ayuda a uno a desprenderse de la capa de ceniza sombría con que la sosa cultura europea le ha ido cubriendo con los años. Y de colores son los batiks, los más reputados del país, que se pintan en la ciudad. De hecho, Yogya constituye el gran centro productor de batiks en Indonesia y donde trabajan algunos de sus artistas más reputados, como el excéntrico Wiji Hartono Kabul, cuyas obras reproducen motivos diversos, desde escenas mitológicas javanesas deudoras del arte pictórico chino, hasta elementos propios de la vida moderna, pasados por el tamiz de su desbordante imaginación.


El viajero atento y receptivo se sentirá fascinado tras su paso por Yogyakarta. Su visita no le dejará indiferente. Y es que Yogya, la urbe serena, vigilada de cerca por el volcán Merapi, pertenece a ese género de ciudades que le inducen a uno a perderse a sí mismo. Por eso resulta tan fácil sentirse vivo en ella. Al fin y al cabo, una persona empieza a vivir cuando es capaz de perderse y vivir fuera de sí misma.

Halil Bárcena (agosto 2008)

jueves, 18 de septiembre de 2008

Ubud, Bali (Indonesia)


De entre los millares de islas que componen el collar del archipiélago indonesio -17.508 según fuentes oficiales, de las que apenas seis mil están habitadas-, Bali brilla con luz propia. Pero, Bali no es simplemente un lugar exótico en la geografía de Indonesia, el país que alberga la mayor población musulmana del mundo. Bali es mucho más que un territorio agraciado y una historia densa y profunda. Bali es una metáfora luminosa, Bali es poesía. Bali es el color, Bali es la belleza: la de sus aldeas vírgenes, las tupidas junglas tropicales, las profundas gargantas fluviales, los fértiles arrozales abancalados que trepan ordenados por las onduladas laderas hasta casi tocar el cielo.


Toda la historia de un pueblo está grabada en su paisaje a través de las distintas formas de ocupación del territorio: la división parcelaria de los espacios, la construcción de márgenes y bancales, los diferentes tipos de cultivos, la estructura de las acequias y redes de regadío, la trama de atajos y caminos. El paisaje balinés nada -o bien poco- tiene que ver con lo generado de forma espontánea por la naturaleza, sino con las manos abnegadas de generaciones y generaciones de anónimos campesinos y campesinas que dejaron lo mejor de sus vidas en el lienzo de una tierra privilegiada. Todo cuanto vemos ha sido antropizado, es decir, transformado por la acción creadora del hombre.


Bali es la belleza de un vibrante legado histórico esculpido en palacios y templos sagrados que nos hablan de una milenaria civilización de raíces hinduistas y budistas en la que aún perviven retazos del antiguo animismo. Bali es la belleza del variopinto patrimonio de arte, música, danza y artesanía que impregna sus aldeas y villas. Bali es, también, la belleza de sus gentes: la de sus jóvenes, ellos y ellas, la de sus mujeres.


En el corazón de la isla, en su región central, se alza la hermosa villa de Ubud, verdadero centro artístico balinés. Desde la década de los años 30 del siglo pasado, mimada ya entonces por una refinada familia real con inclinaciones artísticas, Ubud es conocida como la "aldea de los pintores". Hasta ella llegaron artistas e intelectuales de todo el mundo, como el pintor y caricaturista mexicano Miguel Covarrubias (1904-1957). También residieron en Ubud el músico y pintor alemán Walter Spies y los pintores holandeses Arie Smit y Rudolf Bonnet. Este último colaboró activamente, junto a Cokorda Gede Agung Sukawati, en la fundación de la asociación de artistas Pita Maha, propiciadora del nacimiento del estilo pictórico moderno de la escuela de Ubud, que abandonó los manidos temas religiosos del pasado para adentrarse en la experimentación de nuevas temáticas y lenguajes expresivos, aunque sin renunciar a la profusa densidad compositiva, característica ésta de toda la pintura balinesa.


El Puri Lukisan Museum de Ubud, concebido por Rudolf Bonnet al estilo balinés, celebra este año su cincuenta aniversario con una magistral exposición que reúne lo mejor de la pintura balinesa; nombres imprescindibles, desgraciadamente desconocidos por estos lares, como Ida Bagus Gelgel, Ida Bagus Sali, Anak Agung Gede Sobrat, I Gusti Nyoman Lempad, I Ketut Budiana, I Gusti Made Deblog, aclamado por su delicada técnica de la aguada de tinta, o el indómito Ida Bagus Made Poleng (1915-1999), discípulo de Bonnet.


Bali, una isla de color verde esmeralda, no es una tierra más, ni un capítulo de la procelosa historia indonesia. Bali es un anhelo de belleza. Y la belleza, ya se sabe, si bien a menudo se olvida, es el esplendor de la verdad.


Halil Bárcena (agosto 2008)


Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)