Halil Bárcena
Mal que les pese a muchos, la tradición islámica comparte una gran parte de su herencia antigua, esto es, la filosofía y la ciencia griegas, con el Occidente cristiano, como muy bien se ha encargado de subrayar (y de paso también de refrescarles la memoria a los malintencionadamente desmemoriados) Seyyed Hossein Nasr. De las distintas escuelas filosóficas griegas, el pitagorismo, heredero de la dimensión interior de la religión griega, ejerció una influencia mayor entre los sabios del islam, incluidos los sufíes. La visión del universo como un cosmos, es decir, un orden, dotado de vida, que se mueve y despliega de forma regular, algo que aparece esbozado ya en el texto coránico, caló hondamente en la consciencia islámica. Y es que, al igual que ocurre con el pensamiento de Pitágoras, cuyo elemento central tiene que ver el orden, buena parte de la cosmologías islámicas, desde Ibn Sînâ a Ibn 'Arabî pasando por los Ijwân as-Safâ, se sustentan, justamente, sobre dicha idea de orden y medida, miqdâr en el léxico técnico árabe. De ahí, por ejemplo, la importancia que los filósofos y teósofos sufíes conceden a la música, tanto en el plano teorético como en la praxis propiamente musical. Al fin y al cabo, se refieren a un orden que es matemático y, por ende, musical.
Pero, las matemáticas pitagóricas, justo como las islámicas, poseen una naturaleza tanto cuantitativa como cualitativa, algo que no puede afirmarse de las matemáticas modernas, despojadas de todo elemento cualitativo y reducidas exclusivamente a su dimensión cuantitativa, con las consecuencias desastrosas que ello ha conllevado para el hombre posterior al Renacimiento europeo, basado en el reino de la cantidad. Dichas matemáticas cualitativas, valga la expresión, tienen que ver tanto con la aritmética y la geometría, como también con la música, siendo esa, precisamente, una de las razones, no la única, del gusto islámico por el uso de la geometría en el arte. Como apunta Frithjof Schuon, el número tanto pitagórico como islámico no constituye sólo una medida cuantitativa, estudiada por la geometría y la aritmética (¡o ciencia del ritmo!), sino también un estado del ser, una idea inteligible cuya dimensión cualitativa se revela a través de las melodías musicales generadas según precisas leyes matemáticas. El cosmos es, pues, matemáticamente inteligible, pero solo a condición que las matemáticas sean concebidas en su doble aspecto cuantitativo y cualitativo, sin negar su dimensión simbólica.
El orden, el de la naturaleza, por ejemplo, no es, en definitiva, únicamente matemático, sino también musical. Eso es lo que la sabiduría islámica, la teosofía tanto sufí como shi'í, heredaron del legado pitagórico. Un orden o cosmos que es bello justamente porque es equilibrado y regular. De ahí el vínculo semántico existente entre las palabras 'cosmos' y 'cosmética'; y es que la etimología no miente. Sea como fuere, conviene destacar, para ir concluyendo, un hecho harto significativo, como es el maridaje natural entre poesía y matemáticas que observamos en algunos de los grandes filósofos tanto griegos como islámicos, sobre todo persas, algo muy poco frecuente en el ámbito moderno y occidental, en el que ciencia y humanidades aparecen triste y fatídicamente disociadas. En efecto, Pitágoras fue un matemático mayor, al tiempo que un notable poeta, justo como el persa Omar Jayyâm, destacado astrónomo y matemático, autor de unas célebres Rubâ'yât o cuartetas, impregnadas de un inconfundible sabor sufí de raigambre malâmatî.