La dulzura de la fuerza
Lili Castella
Ilâhi es una palabra de origen árabe que significa, aproximadamente, “divino”, y designa también, por extensión, los cantos sufíes. Hay que decir que muchas de estas composiciones (muchos de estos ilâhis) son auténticas joyas sonoras, gracias a la gran belleza y sabiduría que atesoran; y ello a pesar de que su construcción musical pueda parecernos, a primera vista, muy sencilla. En efecto, los ilâhis suelen tener ritmos regulares y estables, y sus melodías, que piden ser repetidas hasta el infinito, se mueven con frecuencia por notas conjuntas en un ámbito sonoro que raramente rebasa una octava.
En esta ocasión, nos gustaría destacar una de estas joyas, el ilâhi titulado "Gaflet uykusunda yatar uyanmaz" ("Quien duerme en el olvido negligente jamás despierta"), cuya música y texto fueron escritos, respectivamente, por Hüseyin Sebilci, y Genc Abdal, y que el lector puede consultar en la entrada anterior de este mismo blog. La razón de detenernos en esta breve composición de tan sólo ocho compases, radica en la conmoción profunda que provoca, fruto probablemente de aunarse en ella dos elementos aparentemente contrapuestos, a saber, la fuerza del contenido de su letra, y la dulzura de su melodía. En efecto, la letra de este ilâhi es de una lucidez implacable, radical, incómoda para todo aquel que rehúya enfrentarse a la Verdad (¡con mayúsculas!), casi (¡y sin casi!) brutal en su claridad. Habla de lo esencial, de lo único importante, es decir, de despertar del olvido en el que nos hallamos sumidos, para así poder vivir en el recuerdo sincero y constante del Amigo divino, de Él. Todo aquello que nos aparte de Su recuerdo, es un engaño y una engañifa. Así de simple: no hay más. El contenido de este texto supone una sacudida muy contundente porque intentar encarnarlo exigiría hacer tabla rasa de todo aquello que empaña nuestra visión de Él; exigiría renunciar a nuestra visión rutinaria del mundo; exigiría romper los límites que nos mantienen rehenes de nuestro pensar modelado por las tradiciones religiosas, por las normas sociales, por las ideologías de moda e incluso por los apriorismos espirituales.
Sin embargo, lo maravilloso de este ilâhi es que tal contundencia la canta una melodía que rezuma dulzura, proximidad e intimidad. Dicha melodía tiene varias características reseñables: está compuesta en un maqâm o modo musical, rast, que es limpio, sin oscuridades, que nada esconde, como no se esconde lo evidente; se sustenta en el compás sólido y sencillo de 4/4 llamado sofyân, porque seguramente nada hay más sólido y sencillo que la Verdad (¡de nuevo, con mayúsculas!); y se mueve, sin artificio alguno, en un ámbito de tan solo seis notas relacionadas por grados conjuntos, excepto en unas pocas ocasiones en que pequeños intervalos ascendentes otorgan a la melodía un matiz conmovedor de ternura y humildad.
Pues bien, es precisamente esta unión entre la fuerza de su texto y la dulzura de su melodía, la que hace poderoso a este ilâhi. Ambas, fuerza y dulzura, lejos de oponerse, se alimentan y potencian mutuamente, ya que la fuerza sin dulzura sería mera violencia, y la dulzura exenta de fuerza, mero sentimentalismo. Pero, seguramente, aún hay algo más profundo que subyace bajo este (sólo) aparente par de opuestos, algo que los funde a uno en el otro y los aúna. Este algo es la Verdad única que se expresa en y a través de ellos. Lo Único Verdadero, Él, es a la vez fuerte y dulce, implacable y misericordioso.
Quien, en consonancia con este ilâhi, tiene noticia de Él, del Amigo divino, se siente abrasado por este conocer que le traspasa y le compele con fuerza a cantarlo y compartirlo, y esta expresión se hace a su vez dulzura, pues lejos de nacer de la arrogancia, brota del puro don de la belleza y del amor de este conocer.
A todo ello se refieren estos hermosos versos de Mawlânâ Rûmî (m. 1273), maestro de derviches:
"Desprecias a los demás
Y tejes una tela de engaño:
Oh impostor,
¡Crees que Dios es un juguete en tus manos!
¡Acémila! En la cuadra has de estar. (…)
Hay en mí otra fuerza que hace surgir estas duras palabras.
Es por el fuego y no por sí misma
Por lo que escalda el agua.
No hay en mi mano piedra alguna,
Ni en ella discusión alguna tengo.
A nadie desprecio,
Pues dulce soy cual lecho de rosas.
Esta Suprema Fuente a través de mí se expresa…
Te ha dado una vislumbre, y eso es suficiente.
Dejadme ahora aquí sentarme,
En el umbral de los dos mundos,
Perdido en la elocuencia del silencio".
Lili Castella es licenciada en Derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora de las activiades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona