

Nada que previamente no se haya refinado, interior y exteriormente, podrá comprender y realizar en sí lo que por naturaleza es fino y sutil (latîf), esto es, Él, forma sufí de referirse a lo divino. De ahí pues que el primer instante de la vía tenga que ver con la limpieza y la ablución, de la depuración si se quiere. Y de ahí también que toda práctica sufí, como todo rito islámico, de comienzo con el wudû’ (abdest en el ámbito oriental), consistente en la ablución de ciertas partes del cuerpo. Se trata de un sencillo rito de renovación, o de renacimiento espiritual si se quiere, en el que un elemento natural tan fundamental como el agua contribuye a la lustración tanto externa como interna del ser humano; agua de vida (âb-e hayât en persa) que fertiliza los espíritus comunicando su poder y su munificencia. Sólo dicha agua es capaz de borrar las manchas que el ego o yo fenoménico ha dejado en nuestro espíritu. Muy significativamente, la raíz gramatical de la palabra árabe wudû’ incluye también el campo semántico referido a la luz. Así pues, el primer instante de la senda interior sufí comporta refinarse a fin de hacerse translúcido a la luz de la verdad. Así pues, lejos de ser un mero acto mecánico de limpieza corporal y, por consiguiente, sólo externo, la práctica del wudû’ no es un preámbulo higiénico de obligado cumplimiento sino un rito preparatorio: antes que nada es necesario ponerse en disposición de recibir.