Agustín López TobajasManifiesto contra el progresoPalma de Mallorca, J.J. de Olañeta, 2005Nos hallamos ante un libro insólito, en todos los sentidos. En primer lugar, porque es muy raro encontrar autores cuyo hablar sea "sí, sí, no, no", dada la ola de hipocresía que invade los foros públicos, incluidos los de índole espiritual. Segundo, porque resulta inusual atreverse a cuestionar el núcleo mismo de la idolatría del hombre moderno, esto es, la idea de progreso, surgida a finales del medioevo europeo, y todo lo que ella conlleva. Es fácil indignarse (a veces sin saber por qué) y berrear tras una pancarta a favor de esta o aquella causa (más o menos peregrina), pero otra cosa bien distinta, mucho más necesaria y arriesgada, es detectar cuál es el verdadero cáncer que está minando -¡si no lo ha hecho ya! las entrañas de nuestra sociedad conduciéndonos al abismo de forma irremisible; detectarlo y osar denunciarlo sin ambages. Y eso es lo que hace el autor, traductor al español de autores como Henry Corbin e impulsor de iniciativas intelectuales tradicionalistas, que ya ha debido de cosechar no pocos 'piropos' (el más suave, fascista), por sus valientes reflexiones. Deudor del perennialismo de Frithjof Schuon, inspirador, junto a otros pensadores adheridos a la sophia perennis, de buena parte de los argumentos que se manejan en el libro sin remilgos e, insisto, con mucho atrevimiendo, pero sin ceder ni un solo milímetro a la frivolidad, Tobajas rescata algunas de las que son las intuiciones espirituales comunes a todos los pueblos y culturas tradicionales.
El centro de la crítica del presente manifiesto es el llamado 'progresismo' (tanto de derechas o de izquierdas), la creencia, en palabras del propio autor, de que la historia de la humanidad es una historia de progreso: trayectoria linealmente ascendente desde un supuesto 'hombre primitivo' de origen animal hasta el hombre moderno de nuestros días. Critica el autor el progresismo y algunas de las ideologías estrella en las que éste se expresa, como el ecologismo (que es incapaz de comprender la jerarquía existente en la naturaleza), el feminismo (que anula las polaridades femenino/masculino) o el democratismo (que nos iguala a todos por abajo y cuya 'grandeza' estriba en equiparar la opinión de un Platón a la de un 'cabeza rapada'). Y es por eso mismo que sorprenda tanto, hablando del democratismo, que algunos hoy se lancen a la calle exigiendo, precisamente, una democracia real ya en la que todos puedan participar más opinando sobre todo. Dice Tobajas: "La realidad confirma que en la sociedad democrática todos servimos indistintamente para todo, es decir, para nada". Lo cierto es que hoy nada está en su sitio y por eso mismo nadie puede ocupar su lugar digna y naturalmente.
Pero, seguramente, como sostiene el propio autor, en ningún ámbito como en el de la sexualidad y las relaciones hombre/mujer esto resulte más evidente. Las acertadas páginas que Tobajas, tan a contracorriente, dedica al feminismo no tienen desperdicio. Escribe el autor: "Hombre y mujer son la manifestación a nivel humano de la polaridad cósmica entre lo masculino y lo femenino, el providencial desequilibrio ontológico que rompe la unidad indiferenciada del ser y genera la riqueza ilimitada y perpetuamente diferenciada del juego cósmico. Estamos ante categorías que transcienden con mucho el campo de la biología o la sociología (...) La imposición de los hombres sobre las mujeres, allí donde se ha dado, lejos de significar el sojuzgamiento de los valores femeninos por los masculinos, como tan irreflexivamente se afirma, ha sido la forma en que se ha manifestado la corrupción de ambos principios, el parejo sometimiento de uno y otro, según sus particulares modos de decadencia, a la oscura y ciega fuerza de las tinieblas (...) Precisamente por ignorar este hecho decisivo, el feminismo ha asumido sin dificultad todos los valores del machismo, al que dice combatir, adoptando sus mismo esquemas, a los que, simplemente, trata de cambiar de signo". Uno tiene la impresión que la tarea fundamental del espiritual de verdad de hoy es dar noticia de la naturaleza real de las cosas, ante tanto desvarío como vemos. Esto es lo que tan ajustadamente afirma el autor acerca de la homosexualidad, algo de otro lado cuya obviedad no admite vuelta de hoja: "La homosexualidad que actualmente se difunde por Occidente no pasa de ser otro síntoma más de que en el mundo moderno nada está en su sitio. Al margen del necesario respeto a opciones individuales que incumben a la vida de cada cual, no deja de ser chocante que entre tanto cántico a "lo natural", se pretenda hacer pasar por "normal" lo que constituye la más obvia vulneración de las leyes que rigen el funcionamiento mismo de la naturaleza". Conviene remarcar al respecto, para que nadie se sulfure sin razón, el respeto que el autor muestra ante lo que, en realidad, no son sino 'opciones individuales'; el resto pareciera evidente. Sin embargo, lo más logrado del libro, a mi juicio, son las páginas dedicadas al panorama religioso fundamentalmente europeo, que se debate entre la ética social, que es en lo que se ha convertido un cristianismo moribundo, y la flacidez de la nueva espiritualidad, eso que algunos llaman new age. Cuando alguien cierra voluntariamente las puertas del cielo, éste se olvida de él. Un 'espiritual' y un 'activista social' no son lo mismo, no hablan de lo mismo, y si lo hacen es que algo en el espiritual está extraviado, como así ocurre. ¡Y aún hay quien se pregunta el porqué de la desafección de tantos y tantos respecto de las formas religiosas al uso, que están muertas! Tantos y tantos que van, como pueden y saben, en pos de mensajes de vida y de espíritu. Hoy, el agotamiento religioso europeo no es sino signo de que se ha dejado de hablar la lengua propia de la religión, que es el simbolismo, continente perdido para tantos y tantos de nuestros contemporáneos; y lo que es más grave, también de muchos 'profesionales' de lo sagrado. Decía Schuon, justamente, que toda miseria humana es fruto de un olvido de lo que él llama las leyes del cielo. Y no le faltaba razón. En ese sentido, cabe decir que la crisis, la de verdad, la que nos asola por dentro y en consecuencia también por fuera, es de índole espiritual y se manifiesta en el completo desmantelamiento axiológico de Occidente, que, por supuesto, no se solventará, si es que algún día se solventa, con los mecanismos, oficialistas o alternativistas, hoy a nuestra disposición, entre otras cosas, porque unos y otros, saben que algo está pasando pero desconocen qué es; y sólo puede transformarse aquello que se conoce bien. En suma, un libro necesario y aguijoneador, no apto para progresistas terminales (de los que han hecho verdades absolutas de meros postulados ideológicos), que tiene también sus lagunas, por supuesto, pero que tal vez se deban al hecho del propio estilo elegido por el autor, al tratarse de un 'manifiesto' y no de un ensayo, que exigiría en algunos casos mayor abundamiento y despliegue de razones. Halil Bárcena