y el sufismo 'mevleví'
Como bien refleja este blog, la música y la cocina son dos ámbitos especialmente queridos por el sufismo mevleví. Precisamente por ello les queríamos referir una curiosa peculiaridad del lenguaje musical turco, el cual, para describir los distintos modos musicales o maqâmât (plural de maqâm), utiliza un término culinario, çeşni, que significa gusto, sabor, condimento, especia y, de forma más genérica, mezcla de rasgos que permiten identificar algo. En la música turca, existen numerosos tetracordios y pentacordios (grupos de cuatro o cinco notas), cada uno de los cuales tiene, como las especias, su propio sabor y efecto. De la elección y combinación de las distintas “especias musicales” dependerán el aroma y el gusto de los distintos maqâmât, y en definitiva de la obra musical de que se trate.
Este símil con la cocina no es baladí, puesto que explica mucho de la pedagogía musical sufí y, en definitiva, de cómo aprender lo que hay que aprender. Explica que, al igual que el aprendiz de cocinero sólo será capaz de reconocer y utilizar las distintas especias después de haberlas visto, probado y olido, también el estudiante de música deberá aprender por experiencia “gustativa” y “olfativa”; explica el modo de transmisión de un saber que exige una estrecha relación maestro/discípulo, la necesidad de cultivar la paciencia, la atención, etc. Pero en cualquier caso, explica que el conocimiento verdadero ha de ser, literalmente, un saber in-corporado.
En su lúcido conocimiento de nuestros más recónditos resortes, continúa diciendo el maestro persa de Konya: “Cuando un sentido, al desarrollarse, pierde las cadenas, los demás sentidos se modifican. Cuando se captan cosas que no son objetos de percepción sensorial, lo que pertenece al mundo invisible resulta aparente para todos los sentidos. Cuando una oveja cruza el río, las demás la siguen” [2]. El derviche es, pues, quien, habiendo sutilizado sus sentidos, se ha transformado en un formidable sensor del mundo (para nosotros) invisible. Ha transmutado su sentir en un conocimiento que es directo, sin intermediarios, pura certeza: en palabras del propio Mawlânâ: “una verdad que es inmediata e intuitiva, en la que no hay lugar para la interpretación”. Es hombre de conocimiento aquel que ha sabido conectar su sentir a la fuente primigenia, al lugar-no lugar del que brota a espuertas la Vida con mayúsculas, y en el que se hace evidente que nada existe sino Él. Los sentidos, la sensualidad, y con ellos la sexualidad, a través de los cuales el ser humano entra en diálogo con los demás y con su entorno, se vuelven así espacios sagrados, vías de conexión y a la vez de manifestación de la gracia divina, de la fuerza vital, de la baraka. Por ello, seguramente, aquel que es transitado por este conocimiento muestra una extraordinaria energía de vida y fertilidad. Y así, Mawlâna, a quien se ha puesto al amparo bienhechor del Agua de Vida, le dice: “(Has conseguido) no quemar tu rosaleda, tu justicia y tu bien hacer. Después de lo cual, todo lo que siembres dará fruto; producirá anémonas, rosas silvestres y tomillo”.
[1] y [2] Rûmî, Masnawî II, verso 3230 y ss.
[3] Rûmî, Masnawî II, verso 1250 y ss.