'Ijlâs',
autenticidad y sinceridad
Halil Bárcena

Parecería una obviedad afirmar que la senda sufí, en primer lugar, exige del derviche, hoy como ayer y como siempre, una actitud íntegra de sinceridad y autenticidad o ijlâs, término éste proveniente del lenguaje coránico. Hoy, que asistimos impávidos a tantos fenómenos de adulteración de las grandes tradiciones espirituales, constituye un acto de responsabilidad recordar el significado ‘principial’ del término árabe ijlâs. Hoy, que vemos reducido el sufismo tantas veces a la mera práctica de una danza a la que se pretende equiparar con los supuestos beneficios espirituales de la ‘raqs sharqi’ o danza del vientre; hoy que se prodiga un sufismo sin Corán y sin profeta Muhammad, especialmente dirigido a occidentales con escaso sentido del rigor y del pudor; hoy que lo espiritual parece ser practicar unos cuantos ejercicios físicos para ‘movilizar energías’, ‘cerrar los ojos para sentirse uno con el cosmos’ e ingerir tisanas, verduras biológicas y galletas integrales; hoy, más que nunca, es preciso poner los puntos sobre las ‘íes’, es decir, volver a ijlâs. Es indudable que en dicho término se encierra todo el conocimiento espiritual coránico, interiorizado por los sufíes desde su irrupción en la historia, en los primeros albores del islam. Ijlâs resume a las mil maravillas todo el saber sufí de principio a fin. Remitiéndonos al texto coránico y su peculiar lenguaje simbólico, Al·lâh desea una fe y una senda espiritual sinceras, que en este caso significa auténticas. Él mismo afirma de sí que a él le pertenece al-dîn al-jâlis, esto es, la senda sincera y auténtica. Por otro lado, al-Ijlâs es el nombre de la azora 112, en la que aparece destilada la intuición espiritual fundamental del islam espiritual, a saber, el tawhîd, que los sufíes tradujeron e interpretaron como principio de la unidad y unicidad del ser. Dice así el texto: “Di: Él [el ‘Hû’ de los derviches mevlevíes], Al·lâh, es uno. Al·lâh es absoluto. No ha engendrado ni ha sido engendrado. Nada hay que se le parezca”. En cierto modo, sumergirse en la profundidad de dichas aleyas, a fin de comprenderlas y realizarlas en uno, constituye la tarea del derviche, tarea a la que se ha de aplicar con sinceridad y autenticidad, en compañía de alguien capaz de orientarlo al menos en sus primeros pasos, sino siempre.
El campo semántico de la raíz gramatical del término ijlâs resulta elocuente al respecto. Dicho campo incluye el sentido de algo (o alguien) que es completamente blanco, límpido, inmaculado, sin tacha, no mezclado con nada, carente de adulteración, auténtico, cándido y sincero. Nadie que no posea dichas cualidades puede alcanzar el secreto de la senda. En definitiva, vivir en ijlâs es ponerse en disposición de recibir lo divino. Nadie henchido de sí, abotargado por ideologías que derriban más que elevan o castrado por una falsa idea de lo divino y del propio camino que a él conduce, puede considerarse capaz de ‘Hû’, Él, que exige, insistimos, sinceridad, que es reconocimiento de la propia nada ontológica, y autenticidad, que es despojamiento radical de todo aquello en lo que depositamos nuestra (aparente) seguridad.