De la comprensión
Leili Castella
La comprensión es no comprender
(Mawlânâ Rûmî)
En su artículo "Ibn ‘Arabî y Mawlânâ Rûmî, dos luminarias del sufismo", publicado recientemente en este mismo blog, Halil Bárcena observaba cómo ambos Maestros, Ibn ‘Arabî (m. 1240) y Mawlânâ Rûmî (m. 1273), compartían el haber conseguido restablecer el lazo roto de unión entre amor y conocimiento. Resaltaba también el autor del citado artículo la necesidad de superar la perniciosa tendencia de reducir el conocimiento únicamente a la razón. Es curioso observar cómo, en su día, tanto Ibn ‘Arabî como Mawlânâ Rûmî, coincidieron en la necesidad de pronunciarse sin ambages sobre las limitaciones de la razón en relación al inabarcable conocimiento espiritual. Precisamente a esta coincidencia dedicaremos las siguientes líneas.
Empecemos, si les parece, por Ibn ‘Arabî. En su excelente biografía (1) sobre el 'Shayj al-Akbar' (2), Claude Addas nos relata cómo Ibn ‘Arabî no dudó en posicionarse con claridad meridiana ante dos grupos de acérrimos defensores de la razón: los teólogos del kalâm y los falâsifa, los filósofos. Aún reconociendo cierto valor a las reflexiones meramente especulativas de teólogos y filósofos, Ibn ‘Arabî consideraba, por un lado, que dichas especulaciones podían convertirse fácilmente en un velo que sólo provocara confusión y alejamiento de la Verdad, y, por otro, que aquéllos que pretendieran apoyarse sólo en su intelecto (‘aql), se verían irremediablemente limitados a no aprehender más que una ínfima parte de la Realidad. Para ilustrar la posición de Ibn ‘Arabî en relación a los defensores de la razón, Addas nos recuerda el relato alegórico contenido en el capítulo 167 de una de las obras cumbre de Shayj al-Akbar, Las Iluminaciones de la Meca (Al-Futûhât al-Makkiyya).
En dicho relato, Ibn ‘Arabî describe la ascensión espiritual o mi’râj de dos personajes: un creyente que caminaba en pos de las huellas de los profetas, y un filósofo que contaba tan solo con su razón para acceder a la verdad. Y así, mientras el creyente se entregaba a la guía de los sucesivos profetas que iba encontrando en su viaje de ascensión, el filósofo pretendía poder realizar el mismo viaje por sus propios medios. Continúa la narración describiendo cómo los dos personajes atravesaron, uno a uno, los siete cielos. En cada uno de ellos, el creyente era recibido por el profeta de turno que lo habitaba, el cual lo iniciaba en sus secretos y le transmitía sus ciencias espirituales. El filósofo, en cambio, era acogido por el ángel que regentaba el cielo correspondiente, el cual le comunicaba sólo una parte de las ciencias cosmológicas propias de la esfera. Llegados al séptimo y último cielo, el del profeta Ibrahîm, el Abraham bíblico, al filósofo se le prohibió proseguir su camino: se le dijo que debía volver sobre sus pasos y convertirse, para, acto seguido, rehacer todo el trayecto del creyente, el cual, por cierto, continuó su itinerario hasta acceder al umbral de la presencia divina. Concluye Addas que para Ibn ‘Arabî, sólo es verdaderamente filósofo, o mejor dicho sabio ('ârif o hakîm), aquel que busca perfeccionar su conocimiento por medio de la contemplación y la experiencia espiritual.
No muy distinta consideración le merece a Mawlânâ Rûmî la figura del filósofo, de quien no duda en decir: “El filósofo, con su pensamiento y opinión, se vuelve incrédulo: ¡dile que vaya y se rompa la cabeza contra este muro!” (3). En su lucidez sobre la condición humana, estas palabras de Mawlânâ Rûmî, seguramente no aluden sólo a los filósofos propiamente dichos, sino que son extensibles a un cierto “mecanismo de filósofo” que habita en muchos de nosotros.
Dice Mawlânâ: “La razón es buena y deseada hasta que te sitúa en la puerta del Rey. Cuando hayas llegado, repúdiala, pues como un salteador, la razón es perjudicial y nociva para ti. Cuando llegues a Él, abandónate a Él y no te ocupes más del cómo y del porqué" (4). Y con su inigualable capacidad pedagógica, ilustra su idea con el siguiente ejemplo: “Supongamos que quieres que te hagan un abrigo con una tela que aún no está cortada. Tu razón te conduce a la sastrería. Hasta entonces, la razón que te hizo llevar la tela al sastre era útil. Ahora repúdiala y abandona tu iniciativa en la sastrería”. Y es que, como nos indica el maestro persa de Konya, “la comprensión es no comprender”, lo cual supone probablemente realizar que nuestra razón en modo alguno puede abarcar ni explicar la inmensidad de cuanto se despliega ante nosotros. Asumir que “comprender es no comprender” implica dar un solo paso: el que lleva de la razón al conocimiento. Es éste un paso que muy pocos dan, puesto que supone, tal como expresaba Halil Bárcena en el artículo al que nos hemos referido al inicio de estas líneas, una radical conversión tanto de la potencia de la mente (cognición), como del corazón (afectividad). Supone pasar del pretencioso e irreal control del yo, a la entrega total y confiada a Él.
Y para acabar, el siguiente e impagable relato de Mawlânâ Rûmî sobre este único paso a dar. Dice así. Resulta que por todo el mundo se había extendido la fama de un león. Un hombre sintió la curiosidad de ir a verlo y para ello, pasó un año recorriendo distintas etapas. Al llegar a la espesura en la que habitaba el león, el hombre lo vio a lo lejos, y se quedó paralizado, sin poder avanzar. Los que allí se encontraban le dijeron al viajero: “Has recorrido un largo camino por el placer de ver al león: pues bien, has de saber que el león tiene la característica de que si alguien avanza hacia él sin temor y lo acaricia con ternura, no le hace daño. Pero si alguien lo teme, se enfada, y puede matarlo por su desconfianza. Puesto que esto es así, y has pasado un año recorriendo los caminos, ahora que has llegado cerca del león, ¿por qué permaneces inmóvil aquí? Da un paso adelante”. Nadie tuvo la audacia de adelantarse. “Ha sido fácil recorrer distancias tan largas”, constató el hombre, “y sin embargo, ahora no puedo dar un paso adelante”. Y Mawlânâ Rûmî acaba la historia diciendo: “son muy pocos los que dan ese paso. Es cosa sólo de algunos amigos selectos cercanos a Dios. Los demás pasos son huellas de pasos. Esta fe sólo es propia de los Profetas que renuncian a su propia vida”.
Notas:
(1) Claude Addas, Ibn ‘Arabî ou la Quête du Soufre Rouge, Gallimard, París, 1989, p. 130 y ss. Existe traducción al español en Editora Regional de Murcia, 1996.
(2) Shayj al-Akbar, en árabe, “el más grande de los Maestros”, es el sobrenombre con el que es conocido Ibn ‘Arabî.
(3) Rûmî, Mathnawi I, verso 3270.
(4) Esta cita y las siguientes, pertenecen a Rûmî, Fihi-ma-fihi. El libro interior, Paidós, Barcelona, 1996, p. 148 y ss.
Leili Castella es liceanciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo musical 'Ushâq, es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona.