Un huequecito en la pared
En este contexto recogemos la conmovedora historia de Nafiz Uncu relatada por Kudsi Erguner, célebre intérprete de ney, la flauta derviche de caña, en su libro La fuente de la separación. Viajes de un músico sufí [3], recientemente reseñado en este mismo blog. Cuenta Erguner que Nafiz Uncu, en la primera mitad del siglo pasado, era una de las figuras más queridas del tekké [4] uzbeko del barrio de Üskudar, en la parte asiática de Estambul. Nafiz Uncu, que en su juventud había sido uno de los cantantes más célebres de Estambul, poseía una voz bellísima que tenía enamorada a toda la ciudad, a tal punto, que, siendo Nafiz imam de Yeni Cami, la mezquita que se encuentra en la plaza de Üsküdar, la gente se agolpaba en ella para escucharle recitar el Corán o la llamada a la oración. Nafiz, no obstante, veía en la fama una trampa peligrosa, de modo que hizo voto de perder su voz. Relata Erguner que cuando conoció a Nafiz, éste tenía una voz que apenas le permitía hablar.
Nafiz Uncu, que vivía con una gran discreción, no faltaba nunca a las reuniones musicales del tekké. Se sentaba siempre en el mismo sitio, contra la pared, llevando el ritmo de la música con la cabeza, lo que le provocaba darse ligeros golpes contra la pared en la que, a causa de la constante repetición de su vaivén, se había formado un huequecito que nadie se atrevía a restaurar, como forma de respeto para con él. Erguner lo recuerda así, adorable y enternecedor, con los bolsillos llenos de caramelos para los niños, sentado siempre con la cabeza apoyada en la pared, cerrando los ojos, con un rostro radiante por la escucha del ney o de cualquier otro instrumento, o al oír un canto.
Nafiz Uncu había comprendido seguramente que en el camino interior las peores trabas pueden ser, no ya los defectos, sino las propias virtudes, en su caso su voz y el efecto que producía en la gente. Y en un grado aún mayor de finura, debió advertir el peligro de actuar no ya para conseguir la consideración de los demás, sino para gozar de una buena opinión respecto de sí mismo. Es por todo ello que el derviche malâmatí, en su vivir discreto y honesto, apenas deja huella en su transitar, quizá tan sólo un huequecito en la pared o el dulce sabor de un caramelo en la boca.
Notas:
[1] Halil Bárcena, El Sufisme, Fragmenta, Barcelona 2010, pp. 121-124.
[2] Halil Bárcena, Dîwân de Hal·lâj, Fragmenta, Barcelona 2008, pp. 34-35.
[3] Kudsi Erguner, La fuente de la separación. Viajes de un músico sufí. Oozebap, Barcelona 2009
[4] Lugar de reunión sufí, equivalente turco de la jânaqâ persa.
Lili Castella es licenciada en Derecho. Pianista y rebabista del grupo 'Ushâq. Coordinadora de activdades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona