Actitudes sufíes
Halil Bárcena
A mi modo de ver, existen tres actitudes sufíes, provenientes de otras tantas turuq o escuelas sufíes históricas, que hoy debieran de forma parte inextricable de todo camino sufí serio, al menos tal como aquí lo concebimos. Así, en cuestiones de adab o educación espiritual, se ha de ser un meveleví. Nadie como los amigos y seguidores del poeta persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273) han destacado en cuestiones de etiqueta, es decir, en el saber hacer y el saber estar, prueba irrefutable en este caso de un profundo saber ser y no de ninguna pose externa. Pronto, los mevlevíes comprendieron la importancia no sólo del "qué", sino también del "cómo". Y es que lo que llama poderosamente la atención, lo que verdaderamente arrebata y conmueve de un mevleví no es tanto lo que dice, sino cómo dice lo que dice.
Respecto al dhikr o práctica del recuerdo y la presencia divina, núcleo vertebrador de la práctica sufí, se ha de ser un naqshabandí. Evidentemente, nos referimos aquí a la naqshabandiyya que recibe el propio Bahâoddín Naqshaband (m. 1390), heredera, entre otras, de la gran tradición yasawí centroasiática, y no a sus formas posteriores, mucho más politizada y apegada al formalismo religioso islámico que a sus verdaderas raíces espirituales. Por lo tanto, estamos aludiendo a la naqshabandiyya anterior a lo que Annemarie Schimmel denomina la "reacción naqshabandí" del indio Ahmad Sirhindí (m. 1624), paladín de la sobriedad y la ortodoxia, frente a toda contaminación externa o bien shi'í. Sea como fuere, la primigenia naqshabandiyya se ocupó del dhikr de forma impecable, primando, sobre todo, el llamado dhikr jafí o del corazón, que no es sino la forma silenciosa de practicar el dhikr sufí, poniendo la atención sobre manera en el despertar y activación de los latâ'if o centros sutiles del cuerpo humano.
Y, por último, en el mundo, se ha de ser un malâmatí, alguien que vive no ya en el anonimato, sino del anonimato, y fuera de todo elogio o pretensión espiritual. Los malâmatíes, cuyas raíces deben ser buscadas en la ciudad persa de Nishabûr, allá por el siglo IX, advirtieron enseguida que el mayor peligro del camino es el propio camino, o mejor dicho, creerse alguien importante que está realizando un camino interior único, cuyo compromiso y entrega es sin parangón. Llevada, incluso, hasta sus extremos, la actitud malâmatí roza lo irreverente y, a veces, puede resultar provocativa. En su empeño por huir de todo halago o autocomplacencia espiritual, el malâmatí puede pasar, justamente, por lo contrario, alguien alejado de lo espiritual, pero todo en él, sin embargo, posee una intencionalidad educativa, para consigo mismo y para quienes permanecen a su lado, algo no siempre fácil y cómodo.
Resumiendo, pues, las tres actitudes sufíes citadas: en adab, como un mevleví; en el dhikr, como un naqshabandí; y en el mundo, como un malâmatí. Y nada más, que no es poco.