Shams y Rûmî,encuentro de dos océanosHalil BárcenaEl 5 de diciembre de 1244, Shams-é Tabrîzî, el (in)esperado derviche errante que en apenas tres años transformó de raíz la vida hasta entonces sobria y ordenada de Mawlânâ Rûmî, desapareció, muy problamente, asesinado a manos de un puñado de discípulos del propio Rûmî, entre ellos su hijo menor Alâ'oddîn, celosos del influjo que aquel derviche un tanto extravagante, en cuyo interior convivían primavera y otoño, el león y la gacela, ejercía sobre el que entonces era el polo religioso y espiritual de tantos hombres y mujeres en la ciudad de Konya. Y es que, en efecto, Shams abdujo de tal forma al maestro persa de Konya que no es que le cambiase la vida, sino que se la tomó por completo y hasta las últimas consecuencias. Pero, no queremos referirnos en estas líneas al final trágico de Shams, sino, al contrario, al principio de todo, al encuentro entre esos dos océanos de la espiritualidad islámica, como son Shams y Rûmî, tal como fue plasmado por un miniaturista otomano anónimo de mediados del siglo XVI, en una deliciosa miniatura, reproducida en el encabezamiento del presente texto, que forma parte de una hagiografía de Mawlânâ Rûmî, depositada en la biblioteca del museo del Topkapi, en Estambul.
En la imagen, pueden apreciarse dos mundos hasta entonces bien distintos, cara a cara, enfrentados entre sí: por un lado, el de Mawlânâ Rûmî y, por otro, el de Shams-é Tabrîzî. Rûmî ocupa la centralidad de la imagen, a lomos de su mulo, símbolo de quien ha alcanzado las más altas cotas del saber religioso y también espiritual. No en balde, por aquel entonces, la autoridad de Rûmî era reconocida no tan solo en el campo del fiqh o jurisprudencia islámica, es decir, la ley religiosa exotérica, sino también en el de la teología mística. En la imagen, Rûmî se nos presenta enturbantado y elegantemente vestido, a la manera otomana. En cierto modo, se trata de un hombre poderoso, y, como tal, va acompañado de un puñado de discípulos, también enturbantados, que llevan bajo sus brazos un libro, se supone, religioso. Dicho mundo, el del Rûmî juez y profesor de teología, pero también reconocido maestro sufí, es un mundo sobrio y ordenado, culto y respetado, es cierto, pero, a la postre, muy convencional. El suyo, además, es un mundo circunscrito a la letra y a un saber estereotipado, cuyo alcance apensas si roza la corteza de los corazones.
A su izquierda, a pie, esto es, a ras de suelo, aparece Shams, cuya presencia es abrumadora como un sol radiante (¡shams significa en árabe, justamente, sol!) o un león salvaje. Su tocado y sus ropas son las propias de un qalandar o derviche errante, es decir, alguien al margen de las convenciones sociales y religiosas de la época. Como es costumbre en los qalandares, Shams luce además un pediente en la oreja, símbolo mayor de la libertad espiritual para el dervichismo qalandar, así como tatuajes y un amuleto al cuello. Un detalle más: el rostro de Shams aparece rasurado, signo externo de la rebeldía qalandar, a diferencia de Rûmî, quien presenta la barba propia del docto y piadoso musulmán. En resumen, la imagen de Shams no es la de un hombre poderoso, sino la de un hombre de poder.
La miniatura que estamos comentando recrea el instante más trascendental en la vida de Rûmî: el encuentro con Shams, la figura más influyente en la biografía del maestro persa de Konya, encuentro acaecido el mes de octubre de 1244, cuando Rûmî tiene treinta y siete años, mientras Shams está ya en la sesentena. Según narra la propia tradición mevleví, ciertamente muy mitologizada (de hecho existe más de una versión del mismo hecho), en dicho encuentro Shams le espetó la siguiente pregunta a Rûmî: "¡Oh, guía de los musulmanes! ¿Quién era más elevado, Bayazîd Bistâmî o el profeta Muhammad?"; pregunta que hendió la consciencia de Rûmî como una daga bien afilada, desencadenando su catálisis espiritual. Evidentemente, la pregunta punzante de Shams tenía menos que ver con el estado espiritual del profeta del islam y de Bistâmî, el gran polo espiritual del sufismo embriagado y amoroso persa, que con el grado de madurez espiritual del propio Rûmî, algo que a algunos estudiosos del sufismo les ha costado una enormidad llegarlo a comprender.
Es interesante leer el testimonio del propio Mawlânâ, a propósito de lo que la pregunta de Shams provocó en él. Esto es lo que cuenta el maestro persa de Konya: "Los siete cielos se colapsaron y cayeron sobre la tierra. Un violento fuego incendió todo desde mis entrañas hasta mi cerebro, desde donde vi ascender el humo hasta el mismísimo trono divino". Lo cierto es que tras el encuentro con aquel derviche errante tan solar y tan de fuego, Rûmî no volvería a ser jamás el mismo; o mejor aún, después de Shams, Mawlânâ llegó a ser lo que en verdad era y había sido siempre. En ese sentido, Shams no actuó sino de catalizador que liberó al ebrio qalandar que Mawlânâ llevaba dentro, en los pliegues más íntimos de lo más íntimo de su ser. Porque, en efecto, eso era lo que Mawlânâ atesoraba en su interior. Soltân Walad, el hijo mayor del maestro persa de Konya y verdadero artífice de la tarîqa mawlawiyya, la escuela sufí de los derviches giróvagos, herederos del legado espiritual de Rûmî, explicaba en estos términos la transformación sufrida por su padre, tras el encuentro con Shams: "El amor hizo del digno juez un poeta, el antes asceta se convirtió en un loco. Había bebido de un trago un vino que no era de uva: su alma había tragado la vendimia de la luz".
Y el propio Mawlânâ explicó así dicho suceso fundamental con Shams, el sol persa de Tabrîz, que acabó por desencuadenarle el alma: "Era un asceta, me hiciste un poeta, mi vida se hizo bohemia, me hiciste un buscador de vino. Me encontraste sereno, como un pilar de la fe, y me convertiste en el juguete de los niños del barrio". En definitiva, el grave y serio hombre de religión y maestro moderado de la vía espiritual sufí, que por aquel entonces era Mawlânâ, acabó por convertirse en un loco qalandar, amante de la divinidad; en un poeta entregado a la música y la danza derviche del giro, por obra y gracia de aquel derviche censurable venido de la ciudad de Tabrîz. Y, de hecho, ese es el Rûmî que conocemos, el hombre que pasó del estado de sobria madurez al de total calcinamiento en las brasas del amor místico. Y es que, con Shams, Mawlânâ cruzó heroicamente un puente, el que conduce de la falsa seguridad al de la perplejidad, de la dualidad a la mirada unificada y unificadora de la realidad, del saber libresco al conocimiento gustativo de la divinidad.
Acabemos estas líneas con una última reflexión acerca del talante de Shams-é Tabrîzî, un hombre volcánico y de frecuentes erupciones, según cuentan las crónicas de la época. Shams era un derviche cortés y caballeroso, afecto a las reglas de la futuwwa o caballería espiritual sufí. Sin embargo, en tanto que derviche comprometido con la vía, exigía a los hombres rectitud, fuerza y objetividad. Y ya se sabe que ser objetivo significa morir un poquito a sí mismo. También exigía entrega y generosidad. A ojos de Shams, los tibios debían ser vomitados. Su grado de exigencia era extremo. Y es que el aspirante de la vía interior ha de estar dispuesto a venderlo todo por una copa de vino. De ahí su condición heroica. Y Mawlânâ fue un héroe, por supuesto. Con todo, la severidad de Shams, como la de otros grandes maestros espirituales, fue una severidad, digámoslo así, redentora. El sol a la vez quema y cura.