La poesía de Poesía,
film del coreano Changdong Lee
Lili Castella
Pero, volvamos a Mija y la primera clase de poesía a la que decide asistir. Ese día, el profesor explica algo que Mija no olvidará jamás. Afirma el profesor que para escribir poesía tan sólo una cosa es necesaria: aprender a ver. Pero, ¿ver qué? Todo cuanto nos rodea, por cotidiano o feo que pueda parecernos. Y es así como el anhelo y el reto a los que se enfrenta nuestra protagonista empiezan a dialogar entre sí hasta hacerse uno. El anhelo de Mija por ver es limpio y sincero, puesto que quiere verlo todo, le guste o no, le duela o no. Y, así, empieza a ver las hojas mecidas por el viento y el laboratorio en el que los adolescentes violaron a la niña, las flores rojas y el río al que la niña se arrojó, el sabor del fruto maduro y el dolor de la madre de la niña. Ver la realidad tal cual es, se vuelve para Mija en centro irrenunciable e insobornable. Tener dicho centro otorga a la Sra. Yang, tan aparentemente frágil y delicada, una fuerza inusitada. No proyecta su dolor sobre nadie, no rehúye nada, no juzga nada ni a nadie: sólo ve la realidad y actúa en consecuencia, como corresponde. En palabras del gran maestro sufí Abû Madyan (m. 1198) “Cumplir plenamente lo que corresponde a cada momento significa controlar los movimientos interiores y cumplir con lo que exige la realidad de cada instante” [1]. Es decir, existe un actuar que no nace de la mirada superficial sino del ver en profundidad, que no nace del pesar o de la alegría, de lo que a uno le gusta o le disgusta, sino de lo que exige la realidad: es, pues, un actuar desde el centro obejtivo.
Y continúa Abû Madyan: “¿No sabe acaso el ‘ârif [hombre de conocimiento] lo que el instante le reclama? Cada momento le solicita con una forma distinta de obediencia a Dios” [2]. El actuar al que se refiere el maestro andalusí no es un actuar en función de la moral, siempre rígida y estática. Ello lo sabe bien nuestra protagonista, que, guiada únicamente por el ver, transgrede los principios morales que hasta el momento habían regido su conducta, de modo que no duda en mentir, complacer sexualmente a su paciente o incluso hacer detener a su nieto. Y todo ello lo hace con dulzura, sin juzgar, por amor y compromiso a la verdad de lo que ve.
La lucidez de quien ve y comprende, tiene un alto precio. En el caso de Mija es hacerse uno con el destino de la niña que murió. Mija, que no asiste a la última clase de poesía pero deja un precioso ramo de flores en la mesa del profesor (el agradecimiento… ¡siempre el agradecimiento!), ha sido la única del grupo capaz de escribir un poema. Pero no es la voz en off de Mija quien lo lee, sino la de la niña.
Notas:
(1) y (2) Sheij Ahmad Al- ‘Alâwî, El fruto de las palabras inspiradas. Comentario a las Enseñanzas de Abû Madyan de Sevilla, Córdoba: Almuzara, 2007, pp. 355-356.
Lili Castella es licenciada en Derecho. Pianista y rebabista del grupo 'Ushâq. Coordinadora de activdades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona