El arte de arriesgarse
o el riesgo del arte
Halil Bárcena
Pues bien, todo lo hasta aquí dicho es, precisamente, lo que emparenta arte y espiritualidad, lo que hace que un espiritual pueda ser considerado un artista del camino interior, del mismo modo que en el artista de verdad, cuando no es un ególatra insufrible atacado de esnobismo, se dan los rasgos propios de toda indagación espiritual y, en primer lugar, la capacidad de acallar a una razón que, silente, es capaz de abrirse a las mil y una posibilidades que la vida ofrece por doquier. El espiritual, al igual que el artista a su manera, nos muestra mediante su ejemplo vivo otras facetas del vivir, la cara de la realidad que nuestro ego nos ha secuestrado, amputándonos con ello la posibilidad de un vivir mucho más pleno y amoroso, más solidario y expansivo. El espiritual encarna en sí mimo su búsqueda, puesto que la ha in-corporado; él mismo es el resultado de su propia indagación. Y es que lo espiritual no es un añadido a la vida, sino la profundización de ésta hasta su raíz. De ahí que el espiritual, el derviche por ejemplo, sea como se muestra y se muestre como es. No hay doblez en él. Y por eso mismo resulta tan creíble la poesía de sufíes de la talla de Mawlânâ Rûmî o Mansûr Hal·lâj, porque escriben lo que viven y viven lo que escriben.
Con todo, no hay Arte con mayúsculas, al igual que tampoco alta espiritualidad, como la de los sufíes persas mencionados, por ejemplo, sin que se den tres elementos, a mi modo de ver, insustituibles: pasión desmedida, paciencia ilimitada y atrevimiento irreductible. Justo, por otro lado, lo que todo amor de verdad exige: pasión (que es entrega), paciencia (que es estar siempre) y atrevimiento (que es riesgo). ¿Será que el arte y la espiritualidad exijan estar enamorado?