En cierta oportunidad, un maestro sufí les pidió a cuatro de sus discípulos que le dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios sufíes con él. El primero dijo: "Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo". El segundo, por su parte, explicó: "Yo creí que, dada mi condición de hombre religioso, era uno de los elegidos e Dios". Prosiguió el tercero: "Yo me creí capaz de enseñar a los demás". Por último, el cuarto confesó: "Mi vanidad fue mayor que todas ésas que habéis mencionado, pues creí que podía aprender".
Tras unos breves instantes, el maestro pronunció estas palabras definitivas: "La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor vanidad, que es la vanidad de mostrar que en un tiempo tuvo la mayor vanidad".
El derviche es capaz de discernir las formas encubiertas de la hipocresía y la falsa piedad. En el camino interior no hay velo más difícil de descorrer que el de la vanidad y el de la autocomplacencia.
Halil Bárcena