Sufismo hoy y mañanaHalil BárcenaHoy en día, ninguna tradición religiosa -tampoco el islam- ha quedado al margen de la profunda transformación de la religión que está experimentando toda la humanidad, aunque con distintos ritmos e intensidades. A todo ello se debe añadir la particular crisis interna -algunos hablan de la enfermedad del islam- que el islam viene sufriendo desde hace unas décadas. Se trata de un fenómeno muy mediático aunque el público en general desconoce sus razones más profundas.
El sufismo, o mejor dicho, los sufismos, no son ajenos a nada de todo eso. Hoy, el abanico de expresiones sufíes es amplísimo. Por un lado, tenemos el llamado neosufismo. Se trata del resurgimiento de órdenes, hermandades y cofradías sufíes modernas -aunque algunas se presenten como continuadoras de viejos linajes espirituales- que hacen gala de un sorprendente rigorismo legalista a fin de no ser miradas como sospechosas de poco islámicas por parte de los sectores religiosos más conservadores e intransigentes. Algunas formas del sufismo naqshabandí se hallarían encuadradas aquí.
En paralelo, asistimos al declive progresivo de las viejas órdenes sufíes, las que habían permanecido fieles a los modelos tradicionales, a pesar del auge -transitorio, sin duda- que algunas parecen estar viviendo. En occidente, por su lado, vemos la difusión de toda clase de propuestas, desde el neosufismo piadoso a las más diversas formulaciones de lo que podríamos llamar sufismo new age: un sufismo más o menos desislamizado, heredero de los sincretismos esoteristas del primer tramo del siglo XX. Indudablemente, algunas de estas propuestas tienen presente y tendrán un cierto futuro. Lo que sucede, sin embargo, es que a veces cuesta hallar en ellas la huella inconfundible del sufismo tradicional.
Con todo, la desislamización del sufismo no es propia solamente de algunas de las tendencias de la llamada new age y su espiritualidad blanda, del sufismo sui generis -por llamarle de alguna manera- de Idries Shah y su hermano Omar 'Alí Shah, ambos, curiosamente, autoproclamados qutub o polos espirituales de la época (¡!), o de ciertos esoterismos al estilo de las escuelas del cuarto camino inspirado por un personaje tan y tan controvertido como G. I. Gurdjieff, sino también de importantes sectores islámicos que hacen una lectura muy sesgada y restrictiva del fecundo patrimonio espiritual del islam.
Otra constatación es el creciente empobrecimiento intelectual del sufismo. Tal como advierte Seyyed Hossein Nasr, cada vez resulta más difícil encontrar quien pueda leer -y no digamos ya en las lenguas clásicas del sufismo, árabe y persa, fundamentalmente- e interpretar con solvencia los textos de los grandes maestros espirituales sufíes del pasado, entre otras cosas por la reducción de una buena parte del sufismo al ámbito exclusivo de la moral y la piedad sentimental, error éste de bulto que desnaturaliza lo que el sufismo tradicional ha sido siempre y continúa siéndolo: una senda de conocimiento.
Y es que, hoy, uno tiene la sospecha que, en términos generales, se está prestando atención sólo a la letra menor del sufismo, en detrimento de la grandeza de algunas de sus intuiciones espirituales fundamentales y de sus mejores cristalizaciones en el tiempo. Se está focalizando demasiado el oído hacia las notas musicales que recoge el pentagrama, olvidando toda la riqueza sonora del espacio interválico entre nota y nota. Y no se trata de ninguna futilidad, sino que constituye un verdadero handicap, dado que el sufí canta, precisamente, el intervalo: hace audibles los pequeños microtonos ocultos, no la nota a secas. Así, ciertas manifestaciones occidentales autoproclamadas sufíes, publicitadas a diestro y siniestro a través de internet -es lo que algunos llaman cybersufismo-, pueden ser considerados brotes nacidos del sufismo, pero ¿son acaso el sufismo? Estas nuevas expresiones poseen más maquillaje que cuerpo, son más decorado que guión.
A pesar de todo, el paisaje sufí es menos obscuro de lo que pudiera parecer. Como ya hemos dejado escrito en otro lugar, las turuq u órdenes sufíes no agotan todo el campo de expresión del sufismo. Sabemos, además, que el suyo no ha sido históricamente el sufismo más brillante. Lo cierto es que al margen de estas grandes organizaciones y de algunas escuelas llamémoslas secretistas (¡secretistas sin secreto, por supuesto!), está brotando aquí y allá un sufismo anónimo, con un cierto regusto malâmatî, como gusta llamarlo el profesor M. Chodkiewicz, que lleva a cabo un exquisito trabajo tanto intelectual -imprescindible, hoy en día- como espiritual. Se trata de pequeños grupos, auténticas cavas sufíes, discretas y cultivadas, flexibles, no ancladas en el ceremonial ni el ritual, sin sumisiones ni dinámicas internas de cariz carismático o autocrático. Es un sufismo modesto e, insito, anónimo, aunque quien busca como es debido lo halla.
Gracias al trabajo silencioso pero infatigable de estos artesanos del camino interior, que no se resignan ni se conforman con tomar vino de garrafón, aún es posible hoy saborear un vino sufí añejo y de marca, capaz de seducir y embriagar.