Los cuatro obstáculos
de la senda sufí
Halil Bárcena
En tercer lugar, que no se aprenda lo que se ignora, lo cual comporta, primero de todo, la humildad suficiente para reconocer las propias carencias y limitaciones, y, segundo, ser lo suficientemente inquieto para ir más allá de ellas, en pos del conocimiento del que se carece. En otras palabras, el derviche, como el viajero, siempre está sediento de aventura, en este caso, la aventura del conocimiento, que es a la postre lo único que verdaderamente libera. Y, por último, en cuarto lugar, que se le impida a alguien aprender lo que no sabe. A diferencia del intermediario -¡y tantos maestros de profesión lo son!- que se interpone en el camino y cree que el camino es él y que sólo a través de él es posible alcanzar el objetivo, el derviche no es sino un mediador que brinda cuanto sabe de forma libre, gratuita y desinteresada, haciéndose a un lado cuando convenga, a fin de no entorpecer la marcha del otro. Mientras el intermediario se sabe imprescindible, razón por la cual jamás desaparece de enmedio, convirtiéndose en un obstáculo para el resto, el mediador, por su parte, conoce bien su papel transitorio y se esfuma en el instante preciso, una vez ha compartido cuanto sabe, porque el conocimiento espiritual está, justamente, para eso, para ser compartido. Jamás un derviche padecerá de avaricia espiritual. Y es que nadie posee el monopolio de una sabiduría que es como el amor, que cuando no se dice, esto es, cuando no se comparte, se pierde para siempre.