Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

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viernes, 9 de julio de 2010

Bimaristán, hospital islámico


El bimaristán,

un modelo de hospital islámico


Historia de los primeros
centros psiquiátricos del mundo




Halil Bárcena





Sentado junto a la fontana rumorosa que ocupa el patio central del bimaristán Nur-ed-Din de Damasco, en la soledad de una refulgente mañana de sol invernal, el viajero, aturdido por la bella y delicada sobriedad del lugar, convertido hoy en “Museo de historia de la medicina y la ciencia islámicas”, experimenta toda suerte de sensaciones, no todas ellas fácilmente descriptibles. Deambular por sus diferentes estancias, contemplar sus muros ornados con motivos caligráficos y arabescos, es como emprender un viaje, un largo y fascinante viaje en el tiempo.

Los bimaristanes esparcidos aquí y allá por la geografía del Próximo Oriente, de Egipto a Siria y de Turquía a Irán, ejercen una poderosa atracción sobre el viajero, que se ve asaltado de inmediato por toda suerte de interrogantes a propósito de unos establecimientos, hoy en desuso, destinados en el pasado, más o menos lejano, al tratamiento de las llamadas enfermedades del alma, así como a la enseñanza de la ciencia médica.

Sin ánimo de exagerar, podemos afirmar con certeza que una de las mayores contribuciones de la medicina islámica al campo de la psiquiatría ha sido justamente la creación y desarrollo de los bimaristanes, las primeras instituciones psiquiátricas que se conocen en el mundo. Un motivo de ello, puede ser que, desde sus orígenes, el Islam ha abogado por el respeto y dignidad de los perturbados mentales.

El objetivo de estas líneas no es sino tratar de rescatar del olvido la memoria de dicho modelo islámico de hospital, especializado con el paso del tiempo en el tratamiento de la locura. Seguramente, son muchas las lecciones que aún hoy podemos extraer escuchando el silencio habitado de los bimaristanes que, desafiando al paso del tiempo y a la desidia, aún permanecen en pie.

La medicina islámica

Durante buena parte de la Edad Media, el entonces joven mundo islámico fue el escenario primordial del cultivo y desarrollo no sólo ya de la medicina, sino de las ciencias en su generalidad. Los siglos VIII y IX estuvieron marcados por la asimilación de los diferentes saberes médicos a su alcance: el griego, por un lado, y el indopersa por otro. En un primer momento, el protagonismo recayó en eruditos que, en la mayoría de los casos, no eran musulmanes, sino cristianos adscritos a la secta nestoriana.



En la legendaria Bayt al-Hikma o Casa de la Sabiduría, fundada el año 830 en Bagdad, convertida por entonces en capital del califato abbasí y centro intelectual del mundo, con sus observatorios astronómicos, hospitales, bibliotecas y escuelas, se llevaría a cabo un monumental trabajo de traducción al árabe, la lengua de conocimiento de la época, de lo que los árabes conocen con el nombre de ciencias de los antepasados (‘ulûm al-awâ’il), esto es, las ciencias exactas y las físico-naturales, la filosofía y, por supuesto, la medicina. Entre las numerosas obras traducidas cabe subrayar, principalmente, las de Galeno, cuyo magisterio resulta indiscutible tanto en la medicina islámica como, más tarde, en la europea. Al mismo tiempo, se vertió al árabe un gran número de textos de autores hipocráticos.

Con todo, el papel de los árabes y persas islamizados no se limitará tan sólo a la mera transmisión mimética del legado médico antiguo, punto este no siempre remarcado lo suficientemente. Paulatinamente, árabes y persas se convertirán en auténticos vehículos del pensamiento intelectual, sustituyendo a los griegos en dicho papel de privilegio. Será a partir del siglo X cuando la civilización islámica comience de verdad a desarrollar, sistematizar de forma lógica y enriquecer los conocimientos previamente adquiridos, imprimiéndoles su sello particular.




La edad dorada de la medicina islámica cubrirá los siglos X y XI. Será en ese periodo cuando brillen con luz propia los persas Ar-Râzí, que en sus años mozos había sido un fino intérprete de laúd, e Ibn Sina, el Avicena de los latinos, cuyo Qanûn fi-t-Tibb o Canon de la medicina, exposición pormenorizada de todo el saber médico conocido entonces, fue utilizado como libro de texto en las facultades de medicina europeas hasta bien entrado el siglo XII. Es más, aún hoy lo sigue siendo en India y Pakistán.

Aunque los primeros bimaristanes del mundo islámico daten del siglo IX, éstos verán su máximo esplendor, precisamente, a finales del siglo XI y a lo largo de todo el XII.

Los primeros bimaristanes

La palabra bimaristán (hospital) proviene del persa bimâr, enfermo, e istan, lugar, casa, asilo. Lengua de la poesía preislámica y de la revelación coránica, el árabe carecía de una terminología científica precisa. Tres fueron las vías filológicas utilizadas por los traductores de la época para subsanar dicha carencia: la transliteración de las palabras griegas, el préstamo de términos nuevos procedentes del siriaco y el persa – caso del vocablo bimaristán – y, por último, el esfuerzo por hallar un equivalente dentro de la misma lengua árabe, opción ésta no tan empleada.


No existe un consenso unánime acerca de la construcción de los primeros bimaristanes. Hay quien sostiene, el ampliamente citado doctor Issa Bey entre ellos, que se levantaron ya en el siglo octavo, en tiempos de los omeyas. Desde el punto de vista de la fe musulmana, suele referirse que el primer hospital islámico, al menos, su precedente simbólico, lo mandó construir el propio profeta Mahoma, quien, tras una de sus contiendas, mandó levantar una carpa en el interior mismo de la mezquita de Medina destinada a atender a los heridos en el campo de batalla.

La mayoría de los estudiosos sostiene, sin embargo, que fue en tiempos del califa Hârûn ar-Rashîd (786-809) cuando fue creado en Bagdad el primer bimaristán del mundo islámico. Muy probablemente, su antecedente más inmediato fue el hospital de la ciudad persa de Yundisapûr, entonces bajo la dinastía sasánida. Dicha ciudad, al sudoeste del actual Irán, constituía un importante centro intelectual que agrupaba a los médicos más reputados del momento. Algunos de ellos ejercerían más tarde su profesión en el nuevo hospital de Bagdad, donde al mismo tiempo enseñarían todo su saber médico. Conocemos, al menos a veinticuatro de dichos médicos, entre los que había especialistas en oftalmología, cirugía y ortopedia.

Los médicos que ejercían y enseñaban en la Bagdad califal eran judíos, cristianos, principalmente nestorianos, zoroastrianos y, por supuesto, musulmanes. Conviene subrayar este dato, puesto que si algo distingue al bimaristán islámico es su carácter secular, exclusivamente médico, en el que los médicos eran escogidos en función de sus saberes y no de su fe. De otro lado, esto diferencia al bimaristán islámico del hospital que se extendería, más tarde, en el orbe cristiano. Mientras a qué nace con una preocupación estrictamente médicos, los orígenes de éste son de carácter caritativo.

Entre los siglos IX y XI, Bagdad vio multiplicarse el número de bimaristanes, gracias, en buena medida, al mecenazgo de los califas y príncipes ilustrados, quienes, al mismo tiempo, amparados en su poder, supieron acallar las voces oscurantistas de aquellos hombres de religión conservadores que veían en algunas prácticas médicas una verdadera amenaza para la verdadera fe.



A partir del siglo XI se fundan algunos hospitales nuevos en ciudades como Alepo y Antioquia. No obstante, dichos establecimientos no eran sino el preludio de la que, un siglo más tarde, será la gran eclosión de los bimaristanes en el Próximo oriente. Así, por ejemplo, el emblemático bismaristan Nur-ed-din de Damasco, al que nos hemos referido ya y sobre el que volveremos más tarde, se construyó el año 1154. Dicho edificio, inspirado arquitectónicamente en el tipo de asa del Jurasán, sirvió de modelo a hospitales posteriores como los casos de Kayseri (1206) y Bursa (1390) en Turquía o el gran bimaristán La-Mansûri de El Cairo (1284).

Un viajero de la época, el valenciano Ibn Yubayr, que recorrió el Próximo Oriente entre los años 1183 y 1185, nos ha dejado en su riha – libro de viajes – una jugosa descripción, precisamente, del bimaristán Nur-ed Din de Damasco. Dice así nuestro compatriota:

“En esta ciudad hay unas veinte madrazas, dos hospitales, antiguo y moderno. El moderno (el bimaristán Nur-ed-Din) es el más importante y el más grande de los dos. Su asignación diaria es de unos quince dinares. Tiene unos intendentes en cuyas manos están los registros donde se recogen los nombres de los enfermos, los gastos que son necesarios para su remedios, sus comidas y muchas otras cosas. Los médicos van allí cada día por la mañana, examinan a los enfermos y ordenan la preparación de los medios y los alimentos que les sean buenos, según lo que convenga a cada individuo entre ellos. El otros hospital funciona conforme a esta descripción, pero la organización es mejor en el moderno. El antiguo está en la parte occidental de la venerada aljama” (1).


El caso andalusí

La introducción del bimaristán en el occidente musulmán fue tardía. El primer hospital se levantó, el año 1190, en la ciudad de Marrakech, bajo los auspicios de los almohades. Pero aún fue más tardía en la España musulmana. Realmente, el caso andalusí resulta cuando menos paradójico. Dos instituciones de rancio abolengo islámico como la madrasa, dedicada al estudio del Corán y del resto de ciencias islámicas, y el bimaristán, verían la luz en época francamente muy tardía. Hay quien sostiene que en el siglo XIII, la ciudad de Valencia ya contaba con un bimaristán; pero no es más que una hipótesis todavía por probar. Lo cierto es que el primer hospital del que tenemos noticia segura se construyó en Granada a mediados del siglo XIV. Con todo, los hospitales tuvieron que ser conocidos en Al-Andalus a la fuerza desde bien temprano. Un español, Ibn .Abdûn al-Yabalí, llegó a ocupar el prestigioso cargo de director del bimaristán de El Cairo, a mediados del siglo IX. De regreso a la península, años después, trabajó como médico de la corte, y por lo visto, su caso no fue el único.




Arquitectura para sanar

El bimaristán en modo alguno fue concebido como un lugar de exclusión. Jamás se ocultó de la vista de nadie, de ahí que estuviese ubicado siempre en el centro palpitante de la ciudad, accesible a todo el mundo. Las visitas de las familiares y amigos de los internos eran incitadas por los propios médicos y formaban parte de la propia terapia. Dos buenos ejemplos de ello lo constituyen los bimaristanes Argûn y Nur-ed-Din de Alepo y Damasco, respectivamente, aún hoy en pie, en el corazón mismo de ambas ciudades sirias. La disposición arquitectónica del bimaristán no es gratuita. En cierta manera, la distribución del espacio y los elementos que lo ocupan: piedras, árboles, flores y plantas, fuentes y agua en movimiento ... están en función del carácter del edificio. Al fin y al cabo, todo ha de contribuir a la curación de los enfermos. Se construye y se decora con la intención de actuar sobre el psiquismo de los internos, ya que se parte de la idea de que la belleza, basada en el equilibrio, la proporción y el ritmo, es sanadora.

La mayoría de los bimaristanes posee un aspecto formar similar. Por lo general, se trata de un edificio principal de planta cruciforme, construido alrededor de un patio central rectangular, en medio del cual se halla una fontana. En una de las alas del bimaristán se abren diversos patios más. Los ángulos del edificio, por su parte, están ocupados por habitaciones destinadas a la intendencia y servicios, como cocinas, almacenes, farmacia, hammân o baño y letrinas. En cuanto a la decoración del edificio, ésta consiste mayormente en motivos caligráficos de versículos coránicos relativos a la salud y su mantenimiento. Esto por lo que respecta a los bimaristanes fijos, ya que, al parecer, también existieron algunos otros de carácter ambulante.

Medicina humoral

Desde sus primeros inicios, la medicina islámica puso el acento sobre la influencia que la mente y las emociones ejercen sobre el organismo de la persona y viceversa. Sabios como Ar-Razí, Avicena o Averroes, por no citar sino los más conocidos entre los médicos filósofos musulmanes, proclamarían que la dimensión psicológica está íntimamente ligada a los problema somáticos. Para ellos, así pues, las enfermedades del organismo pueden tener un origen psicológico. Cuerpo, mente y emociones forman una trama indivisible. Todo está en todo.



Siguiendo las huellas de sus predecesores griegos y su medicina humoral, que incluye elementos indios, persas y chinos, los médicos del mundo islámico consideraban que las enfermedades mentales poseen un carácter somático. Según ellos, la salud y el bienestar personales dependen del equilibrio de los cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, los cuales, a su vez, poseen diferentes cualidades: calor, frío, sequedad y humedad. El funcionamiento correcto de los humores depende, principalmente de la alimentación y de la digestión de los alimentos, de ahí que una de las tareas primordiales del médico sea prescribir una dieta equilibrada. Pero que los humores de una persona actúen con armonía también depende del aire que se respira, de la excreción, del equilibrio entre actividad y reposo, de la actividad sexual, de la calidad del sueño y de las emociones. A decir de la medicina islámica, la enfermedad se apodera del organismo cuando existe un desequilibrio entre los humores. En ese sentido, la enfermedad mental será la consecuencia de una perversión de los humores.

Tratamiento de la locura

Antes que nada, hemos de hablar de la diversidad de métodos terapéuticos utilizados en los bimaristanes. La elección de una terapia específica dependía de varios factores como, por ejemplo, la naturaleza de los síntomas presentados por el paciente, sus medios y condición social, así como de la capacidad del propio terapeuta. La lectura de las crónicas de la época, divergentes en algunos puntos, nos permite comprobar que los enfermos mentales de carácter más tranquilo convivían con el resto de internos, mientras que los más violentos permanecían encerrados en estancias particulares, estando incluso, encadenados, en los casos más extremos.

Sea como fuere, lo cierto es que la terapéutica utilizada en los hospitales islámicos manaba directamente de la teoría de los humores que hemos descrito con anterioridad. El médico tratará, así pues, de modificar los estados emocionales del interno mediante diversos procedimientos que van desde la dietética y la gimnasia a la hidroterapia, los masajes con aceites aromáticos, las sangrías y la toma de medicamentos, laxantes y diuréticos en su mayoría.

Musicoterapia

Capítulo aparte merece el uso terapéutico de la música, en el sentido más amplio del término, en los bimaristanes. En realidad, todo el Islam y particularmente el sufismo, gira en torno al mito de la escucha transformadora. El oído es considerado el sentido mas importante. Sabios musulmanes de distinta tendencia y época como Al-Farabí, Ar-Razí, Avicena, Algacel, Al-Kindi, Avempace o la sociedad secreta de los Hermanos de la Pureza, fundada en Iraq en el siglo X, han subrayado las poderosas cualidades sanadoras y espirituales de la música ejerce una profunda incidencia sobre las almas, incidencia que escapa a toda lógica, dada la esencia sutil tanto de la música en sí como de la propia alma. También la música aparece concebida dentro del marco de la medicina humoral. En efecto, se afirma que el gran poder de la música reside en su capacidad para influir positivamente en los cuatro humores del organismo. Las melodías armónicas y bien rimadas permiten equilibrarlos, al tiempo que pueden llegar a provocar, afirman, el despertar espiritual del ser humano.




Como es sabido, las tradiciones musicales árabes, turca e iraní poseen un carácter modal. Pues bien, a cada uno de los diferentes modos musicales empleados -maqâm en la terminología árabe, dastgâh en la iraní-, se le atribuyen unas propiedades particulares de cada escala modal: color, día de la semana idóneo para ser escuchada e interpretada, estado de ánimo que provoca, etc. Con todo, a veces, todo ello se ha repetido y exagerado sin el más mínimo examen critico. Laúd y ney, la flauta de caña evocada por buena parte de bardos sufíes, eran los instrumentos mas utilizados en los hospitales islámicos. Su finalidad era crear melodías capaces de serenar el espíritu de los internos y calmar sus emociones. Así como el nay simboliza el alma humana arrancada de su estado unidad primordial, el laúd, rey de la música islámica, simboliza el mundo terrestre. Según podemos leer en el tratado de los Hermanos de la Pureza, cada una de sus cuatro cuerdas representa uno de los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Mientras el sonido de cada cuerda del laúd por separado provoca el efecto de cada uno de los diferentes elementos, esto es, calor, ligereza, frío y pesadez, el tañido de las cuatro cuerdas al unísono, permite, según los miembros de la mencionada hermandad, armonizar y sintonizar microcosmos y macrocosmos, esto es, hombre y universo.




Otro aspecto notable de la musicoterapia utilizada en los bimaristanes era la escucha permanente del rumor del agua de las fuentes y canalizaciones internas. Al mismo tiempo, los enfermos escuchaban, periódicamente, la palabra melodiosa y musical de poetas y narradores de historias. Su verbo mágico y seductor contribuía a dulcificar la estancia de los internos. También a los propios médicos se les exigía ser capaces de dominar el arte de la palabra. Al fin y al cabo, en el diálogo paciente, atento, respetuoso, con los enfermos, el médico podía extraer cuantiosa información acerca de sus dolencias. Al mismo tiempo, a través de la palabra podía transmitirles paz y sosiego. En ese sentido, ha de subrayarse el papel pionero que la medicina islámica ha desempeñado en el ámbito de la psicoterapia. Según la tradición islámica, además de cumplir su función práctica de transmisión de información, cuando a la forma verbal se le añade una melodía y un ritmo a través del arte musical, puede llegar a producir efectos notables en el ser humano: cura sus dolencias físicas y anímicas, exhorta la belleza y fortalece el carácter. De ahí el valor concedido también a la recitación coránica, que era realizada en los antiguos bimaristanes de la Siria medieval, por ejemplo, dos veces al día, por la mañana y al caer la noche.





Conclusión

Los bimaristanes constituyen una página memorable de la historia de la medicina no ya islámica, sino universal. Afirma no sin orgullo nuestro compatriota Ibn Yubayr, ya antes citado: "Estos hospitales son uno de los más grandiosos títulos de gloria del Islam" (2). Pero, efectivamente, pertenecen al pasado. Sin embargo, hay algo de ellos que puede sernos de enorme utilidad hoy en día. Ante una medicina cada vez más tecnificada y despersonalizada, en la que el paciente no es sino un número anónimo perdido en una estadística, el ejemplo de los bimaristanes: sus sistemas terapéuticos no agresivos, el trato humano dispensado a los enfermos, la normalidad con la que era asumida la enfermedad mental, así como la belleza formal de los edificios, constituyen valores a reivindicar hoy y en el futuro.


Notas:
1. Ibn Yubâir, A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos. Rihla, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1988, p. 331
2. Ibídem, p. 332

(Publicado en la revista Natura Medicatrix nº 62, enero, 2001, pp. 6-11)

Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)