El bimaristán,
un modelo de hospital islámico
Historia de los primeros
centros psiquiátricos del mundo
Halil Bárcena
Los bimaristanes esparcidos aquí y allá por la geografía del Próximo Oriente, de Egipto a Siria y de Turquía a Irán, ejercen una poderosa atracción sobre el viajero, que se ve asaltado de inmediato por toda suerte de interrogantes a propósito de unos establecimientos, hoy en desuso, destinados en el pasado, más o menos lejano, al tratamiento de las llamadas enfermedades del alma, así como a la enseñanza de la ciencia médica.
Sin ánimo de exagerar, podemos afirmar con certeza que una de las mayores contribuciones de la medicina islámica al campo de la psiquiatría ha sido justamente la creación y desarrollo de los bimaristanes, las primeras instituciones psiquiátricas que se conocen en el mundo. Un motivo de ello, puede ser que, desde sus orígenes, el Islam ha abogado por el respeto y dignidad de los perturbados mentales.
El objetivo de estas líneas no es sino tratar de rescatar del olvido la memoria de dicho modelo islámico de hospital, especializado con el paso del tiempo en el tratamiento de la locura. Seguramente, son muchas las lecciones que aún hoy podemos extraer escuchando el silencio habitado de los bimaristanes que, desafiando al paso del tiempo y a la desidia, aún permanecen en pie.
La medicina islámica
Durante buena parte de la Edad Media, el entonces joven mundo islámico fue el escenario primordial del cultivo y desarrollo no sólo ya de la medicina, sino de las ciencias en su generalidad. Los siglos VIII y IX estuvieron marcados por la asimilación de los diferentes saberes médicos a su alcance: el griego, por un lado, y el indopersa por otro. En un primer momento, el protagonismo recayó en eruditos que, en la mayoría de los casos, no eran musulmanes, sino cristianos adscritos a la secta nestoriana.
En la legendaria Bayt al-Hikma o Casa de la Sabiduría, fundada el año 830 en Bagdad, convertida por entonces en capital del califato abbasí y centro intelectual del mundo, con sus observatorios astronómicos, hospitales, bibliotecas y escuelas, se llevaría a cabo un monumental trabajo de traducción al árabe, la lengua de conocimiento de la época, de lo que los árabes conocen con el nombre de ciencias de los antepasados (‘ulûm al-awâ’il), esto es, las ciencias exactas y las físico-naturales, la filosofía y, por supuesto, la medicina. Entre las numerosas obras traducidas cabe subrayar, principalmente, las de Galeno, cuyo magisterio resulta indiscutible tanto en la medicina islámica como, más tarde, en la europea. Al mismo tiempo, se vertió al árabe un gran número de textos de autores hipocráticos.
Con todo, el papel de los árabes y persas islamizados no se limitará tan sólo a la mera transmisión mimética del legado médico antiguo, punto este no siempre remarcado lo suficientemente. Paulatinamente, árabes y persas se convertirán en auténticos vehículos del pensamiento intelectual, sustituyendo a los griegos en dicho papel de privilegio. Será a partir del siglo X cuando la civilización islámica comience de verdad a desarrollar, sistematizar de forma lógica y enriquecer los conocimientos previamente adquiridos, imprimiéndoles su sello particular.
La edad dorada de la medicina islámica cubrirá los siglos X y XI. Será en ese periodo cuando brillen con luz propia los persas Ar-Râzí, que en sus años mozos había sido un fino intérprete de laúd, e Ibn Sina, el Avicena de los latinos, cuyo Qanûn fi-t-Tibb o Canon de la medicina, exposición pormenorizada de todo el saber médico conocido entonces, fue utilizado como libro de texto en las facultades de medicina europeas hasta bien entrado el siglo XII. Es más, aún hoy lo sigue siendo en India y Pakistán.
Aunque los primeros bimaristanes del mundo islámico daten del siglo IX, éstos verán su máximo esplendor, precisamente, a finales del siglo XI y a lo largo de todo el XII.
Los primeros bimaristanes
La palabra bimaristán (hospital) proviene del persa bimâr, enfermo, e istan, lugar, casa, asilo. Lengua de la poesía preislámica y de la revelación coránica, el árabe carecía de una terminología científica precisa. Tres fueron las vías filológicas utilizadas por los traductores de la época para subsanar dicha carencia: la transliteración de las palabras griegas, el préstamo de términos nuevos procedentes del siriaco y el persa – caso del vocablo bimaristán – y, por último, el esfuerzo por hallar un equivalente dentro de la misma lengua árabe, opción ésta no tan empleada.
No existe un consenso unánime acerca de la construcción de los primeros bimaristanes. Hay quien sostiene, el ampliamente citado doctor Issa Bey entre ellos, que se levantaron ya en el siglo octavo, en tiempos de los omeyas. Desde el punto de vista de la fe musulmana, suele referirse que el primer hospital islámico, al menos, su precedente simbólico, lo mandó construir el propio profeta Mahoma, quien, tras una de sus contiendas, mandó levantar una carpa en el interior mismo de la mezquita de Medina destinada a atender a los heridos en el campo de batalla.
La mayoría de los estudiosos sostiene, sin embargo, que fue en tiempos del califa Hârûn ar-Rashîd (786-809) cuando fue creado en Bagdad el primer bimaristán del mundo islámico. Muy probablemente, su antecedente más inmediato fue el hospital de la ciudad persa de Yundisapûr, entonces bajo la dinastía sasánida. Dicha ciudad, al sudoeste del actual Irán, constituía un importante centro intelectual que agrupaba a los médicos más reputados del momento. Algunos de ellos ejercerían más tarde su profesión en el nuevo hospital de Bagdad, donde al mismo tiempo enseñarían todo su saber médico. Conocemos, al menos a veinticuatro de dichos médicos, entre los que había especialistas en oftalmología, cirugía y ortopedia.
Los médicos que ejercían y enseñaban en la Bagdad califal eran judíos, cristianos, principalmente nestorianos, zoroastrianos y, por supuesto, musulmanes. Conviene subrayar este dato, puesto que si algo distingue al bimaristán islámico es su carácter secular, exclusivamente médico, en el que los médicos eran escogidos en función de sus saberes y no de su fe. De otro lado, esto diferencia al bimaristán islámico del hospital que se extendería, más tarde, en el orbe cristiano. Mientras a qué nace con una preocupación estrictamente médicos, los orígenes de éste son de carácter caritativo.
Entre los siglos IX y XI, Bagdad vio multiplicarse el número de bimaristanes, gracias, en buena medida, al mecenazgo de los califas y príncipes ilustrados, quienes, al mismo tiempo, amparados en su poder, supieron acallar las voces oscurantistas de aquellos hombres de religión conservadores que veían en algunas prácticas médicas una verdadera amenaza para la verdadera fe.
A partir del siglo XI se fundan algunos hospitales nuevos en ciudades como Alepo y Antioquia. No obstante, dichos establecimientos no eran sino el preludio de la que, un siglo más tarde, será la gran eclosión de los bimaristanes en el Próximo oriente. Así, por ejemplo, el emblemático bismaristan Nur-ed-din de Damasco, al que nos hemos referido ya y sobre el que volveremos más tarde, se construyó el año 1154. Dicho edificio, inspirado arquitectónicamente en el tipo de asa del Jurasán, sirvió de modelo a hospitales posteriores como los casos de Kayseri (1206) y Bursa (1390) en Turquía o el gran bimaristán La-Mansûri de El Cairo (1284).
Un viajero de la época, el valenciano Ibn Yubayr, que recorrió el Próximo Oriente entre los años 1183 y 1185, nos ha dejado en su riha – libro de viajes – una jugosa descripción, precisamente, del bimaristán Nur-ed Din de Damasco. Dice así nuestro compatriota:
“En esta ciudad hay unas veinte madrazas, dos hospitales, antiguo y moderno. El moderno (el bimaristán Nur-ed-Din) es el más importante y el más grande de los dos. Su asignación diaria es de unos quince dinares. Tiene unos intendentes en cuyas manos están los registros donde se recogen los nombres de los enfermos, los gastos que son necesarios para su remedios, sus comidas y muchas otras cosas. Los médicos van allí cada día por la mañana, examinan a los enfermos y ordenan la preparación de los medios y los alimentos que les sean buenos, según lo que convenga a cada individuo entre ellos. El otros hospital funciona conforme a esta descripción, pero la organización es mejor en el moderno. El antiguo está en la parte occidental de la venerada aljama” (1).
El bimaristán en modo alguno fue concebido como un lugar de exclusión. Jamás se ocultó de la vista de nadie, de ahí que estuviese ubicado siempre en el centro palpitante de la ciudad, accesible a todo el mundo. Las visitas de las familiares y amigos de los internos eran incitadas por los propios médicos y formaban parte de la propia terapia. Dos buenos ejemplos de ello lo constituyen los bimaristanes Argûn y Nur-ed-Din de Alepo y Damasco, respectivamente, aún hoy en pie, en el corazón mismo de ambas ciudades sirias. La disposición arquitectónica del bimaristán no es gratuita. En cierta manera, la distribución del espacio y los elementos que lo ocupan: piedras, árboles, flores y plantas, fuentes y agua en movimiento ... están en función del carácter del edificio. Al fin y al cabo, todo ha de contribuir a la curación de los enfermos. Se construye y se decora con la intención de actuar sobre el psiquismo de los internos, ya que se parte de la idea de que la belleza, basada en el equilibrio, la proporción y el ritmo, es sanadora.
Desde sus primeros inicios, la medicina islámica puso el acento sobre la influencia que la mente y las emociones ejercen sobre el organismo de la persona y viceversa. Sabios como Ar-Razí, Avicena o Averroes, por no citar sino los más conocidos entre los médicos filósofos musulmanes, proclamarían que la dimensión psicológica está íntimamente ligada a los problema somáticos. Para ellos, así pues, las enfermedades del organismo pueden tener un origen psicológico. Cuerpo, mente y emociones forman una trama indivisible. Todo está en todo.
Capítulo aparte merece el uso terapéutico de la música, en el sentido más amplio del término, en los bimaristanes. En realidad, todo el Islam y particularmente el sufismo, gira en torno al mito de la escucha transformadora. El oído es considerado el sentido mas importante. Sabios musulmanes de distinta tendencia y época como Al-Farabí, Ar-Razí, Avicena, Algacel, Al-Kindi, Avempace o la sociedad secreta de los Hermanos de la Pureza, fundada en Iraq en el siglo X, han subrayado las poderosas cualidades sanadoras y espirituales de la música ejerce una profunda incidencia sobre las almas, incidencia que escapa a toda lógica, dada la esencia sutil tanto de la música en sí como de la propia alma. También la música aparece concebida dentro del marco de la medicina humoral. En efecto, se afirma que el gran poder de la música reside en su capacidad para influir positivamente en los cuatro humores del organismo. Las melodías armónicas y bien rimadas permiten equilibrarlos, al tiempo que pueden llegar a provocar, afirman, el despertar espiritual del ser humano.
Otro aspecto notable de la musicoterapia utilizada en los bimaristanes era la escucha permanente del rumor del agua de las fuentes y canalizaciones internas. Al mismo tiempo, los enfermos escuchaban, periódicamente, la palabra melodiosa y musical de poetas y narradores de historias. Su verbo mágico y seductor contribuía a dulcificar la estancia de los internos. También a los propios médicos se les exigía ser capaces de dominar el arte de la palabra. Al fin y al cabo, en el diálogo paciente, atento, respetuoso, con los enfermos, el médico podía extraer cuantiosa información acerca de sus dolencias. Al mismo tiempo, a través de la palabra podía transmitirles paz y sosiego. En ese sentido, ha de subrayarse el papel pionero que la medicina islámica ha desempeñado en el ámbito de la psicoterapia. Según la tradición islámica, además de cumplir su función práctica de transmisión de información, cuando a la forma verbal se le añade una melodía y un ritmo a través del arte musical, puede llegar a producir efectos notables en el ser humano: cura sus dolencias físicas y anímicas, exhorta la belleza y fortalece el carácter. De ahí el valor concedido también a la recitación coránica, que era realizada en los antiguos bimaristanes de la Siria medieval, por ejemplo, dos veces al día, por la mañana y al caer la noche.
Notas:
(Publicado en la revista Natura Medicatrix nº 62, enero, 2001, pp. 6-11)