Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

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Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

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domingo, 5 de octubre de 2008

Entrevista a Halil Bárcena


Entrevista a Halil Bárcena, autor de El sufisme (Fragmenta editorial), por Pepa Torras Virgili



"El camino sufí no es una el
ección
excluyente entre luz y fuego: la luz del conocimiento y el fuego del amor"





Pregunta.- ¿Halil, cuál ha sido tu intención al escribir este libro?

Respuesta.- El libro forma parte de una colección de introducción a las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad. Mi intención ha sido, pues, introducir al lector en este vasto universo espiritual que es el sufismo. El libro pretende ser una puerta de acceso. No tiene, por tanto, voluntad totalizadora, dadas las características de la propia colección, sino que es un trabajo de síntesis.

P.- ¿Cuáles han sido las principales dificultades que te has encontrado al escribirlo?

R.- La principal dificultad ha sido tratar de sintetizar este vasto océano espiritual del sufismo en 176 páginas, sin traicionar su esencia e intuiciones espirituales fundamentales. Me hubiera resultado más fácil haber escrito un manual de quinientas páginas sobre el sufismo que una dosis homeopática como ha sido este libro. Otra dificultad paralela ha sido mostrar al lector que el sufismo no se pronuncia en singular sino en plural. Hay sufismos, no sufismo. Presentar coherentemente el gran abanico de expresiones espirituales, algunas de ellas a contradictorias entre sí, que se acogen bajo el nombre de sufismo ha sido una de las grandes dificultades. Por último, tal vez más que una dificultad, he de mencionar que me ha supuesto un gran reto escribir desde dentro del sufismo sin renunciar al rigor académico y a la precisión científica.

P.- De la multiplicidad de sufismos de la que nos hablas, ¿cuál de ellos es el que más te interesa?

R.- A mí el rostro del sufismo que más me interesa, y el que considero más adecuado a los tiempos que corren, es el sufismo más informalista; aquél que no ha tenido miedo en romper con todo encorsetamiento formal. Me interesan sobremanera aquellos maestros sufíes que no han claudicado en el camino interior ante nada, que han puesto el compromiso con la verdad del camino en primer lugar. Aquéllos que han avanzado no tanto de certeza en certeza, de seguridad en seguridad, sino de perplejidad en perplejidad, de admiración en admiración, de asombro en asombro; en definitiva, los derviches que han (y se han) arriesgado. En el libro me he referido a él mediante la expresión “sufismo más allá del sufismo”. Históricamente, este sufismo al que hago mención ha tenido mucho que ver con la corriente malamatí y con el qalandarimo de los derviches errantes; un sufismo muy informal, radicalmente libre, que se ha trascendido a sí mismo; un sufismo no sometido a nada; un sufismo que no se ha confundido con la piedad religiosa, un sufismo dinámico y abierto.



P.- En tu libro nos hablas del dinamismo, plasticidad y ambivalencia del sufismo y de cómo esto puede ser una ventaja a la hora de adaptarse a la sociedad actual. ¿Qué puede aportar de peculiar el sufismo en la actual sociedad laica del conocimiento?

R.- De acuerdo con Husayn al-Andakí (m. 1157), un derviche de Asia central, todo trabajo sufí serio debe sustentarse en tres parámetros: tiempo, lugar y personas. Quiere ello decir que dicho trabajo sufí jamás podrá ser concebido como un sistema cerrado en sí mismo al que someterse, o como un método invariable y acabado de una vez por todas, sino que habrá de (re)crearse y (re)inventarse en cada instante, tal como si de una obra de arte se tratara. Esto ha hecho que dicho sufismo, que ha sido muy dinámico y de formas tan porosas, haya podido adaptarse y cambiar en aras de hacerse eficaz y útil en cada momento. Ese sufismo vivo, no adocenado ni anclado en formas y rituales, puede ser útil en nuestras sociedades puesto que se trata de sociedades justamente móviles, en cambio constante, donde las formas mutan muy rápidamente.

En cuanto a lo que puede aportar el sufismo a nuestras sociedades, diría que aquello que ha aportado siempre: una vía del recuerdo. El sufismo nos recuerda lo más importante, la ambivalencia del ser humano. Nos recuerda, antes que nada, que somos humus, humilde tierra, pero también un destello de luz: seres necesitados y frágiles que pueden, no obstante, tener un acceso a la dimensión absoluta de la realidad, como afirma Marià Corbí. A los que se elevan demasiado, el sufismo les recuerda esta frágil realidad que somos; y a los que están en el fango les recuerda que también hay la posibilidad de salir de allí. Los mejores maestros sufíes han sido y son radicalmente realistas. No nos hablan de un hombre de luz, descarnado, etéreo y angélico. Nos hablan de esta nuestra realidad: que somos seres necesitados y depredadores, pero que tenemos también la posibilidad de trascendernos como tales.

P.-
¿Qué deberíamos conservar de la tradición sufí y qué sería conveniente superar?

R.-
La tradición no se cambia porque sí. De hecho, toda tradición viva se está haciendo y reinventando a cada instante. Esta es una metáfora que aparece en el propio Corán, la del mundo que se (re)crea en cada momento. De la tradición no debemos tocar nada, pero hemos de obrar como personas de nuestro tiempo, vivir el instante que nos ha tocado en suerte vivir, escuchando el latido interior. Nuestro camino, que es un no-camino, se recrea y reinventa a cada instante. No se nos ha dado una cartografía que debamos seguir al pie de la letra. Eso no es la tradición. La tradición no es una losa, sino inspiración para u camino que forzosamente habrá de ser nuevo y personal. Y, por ello mismo, único.



P.- En tu libro nos dices que el amor sufí es un amor cognoscente a la vez que su conocimiento es un conocimiento amoroso. ¿Piensas que actualmente se ha descuidado de cierta forma los fundamentos cognitivos del sufismo en aras de un sentimentalismo blando?

R.- El sufismo nos viene a recordar de qué manera tan perniciosa está impregnada nuestra cultura –y por tanto también nuestras conciencias- de falsos y perversos dualismos. Pensemos, por ejemplo, en el dualismo que escinde la mente del cuerpo, la acción de la meditación, el amor del conocimiento. Una de las grandes aportaciones del sufismo es que habla con un lenguaje integrador y unicista, no dualista. Habla desde la experiencia en la que no hay dualismo entre amor y conocimiento, palabra y silencio, acción y meditación. Dicho de otra forma, el camino interior no es una elección excluyente entre luz y fuego: entre la luz del conocimiento y el fuego del amor. La luz del conocimiento quema como el fuego del amor y éste, a su vez, es luminoso. El conocimiento desemboca en el amor y éste enciende nuestro conocimiento. Además, se ama aquello que se conoce. Convendría, sin embargo, no caer en la trampa terminológica, con una carga ideológica importante, de confundir amor con sentimiento, o peor aún, sentimentalismo. El amor del que habla el sufí no es sino una forma de referirse justamente a aquello de lo que no se puede hablar, que es la experiencia unitiva. El amor es por antonomasia unión.

P.-
La tradición sufí nos habla con el lenguaje de la música, la danza y la poesía. ¿Qué papel juega el cultivo de las artes en la espiritualidad?

R.- El sufismo, en concreto el sufismo mevleví, el que arranca de Rûmî, es tremendamente artístico y musical. Mawlânâ Rûmî nos dice que su camino es el camino de la música y la danza. Su camino se parece mucho al camino del arte, no al de la ética o la corrección moral. No hay nada de ética en Rûmî. Quien haya visto eso en Rûmî necesita graduarse la vista con urgencia. Pero es que hay mucho investigador del sufismo que carece de oído musical para la espiritualidad. Y el sentido musical no lo dan ni las lecturas ni los títulos. Por tanto, el de Rûmî es un camino muy similar al del arte, que implica renovación, entrega, experimentación, no sometimiento a nada y abandono a lo nuevo. La mejor metáfora del espiritual es la del creador, la del artista. El camino del derviche se crea a cada instante, ya lo hemos dicho. De ahí la invitación de Rûmî a cultivar la danza y la música. Por otra parte, la utilización de estos vehículos artísticos dice mucho a propósito de su carácter festivo y de celebración. La creación resulta dolorosa, agotadora, pero también tiene algo de danza celebrativa. Esto marca absolutamente el temperamento del derviche, que no es un religioso atormentado, que no habla el lenguaje de la culpa, como hace muchas veces el religioso o el moralista, sino el lenguaje del arte, que es a un tiempo esfuerzo y gozo.


P.-
En un momento del libro nos defines el sufismo como un ‘no-camino hecho a la vez de esfuerzo y de gratuidad’. ¿Cual sería para ti el papel de las prácticas y técnicas espirituales en el camino?

R.- A veces hablamos de un camino no-camino para mostrar que la lógica interna, que la tiene, del camino interior es una lógica que nada tiene que ver con la que aplicamos en tantos ámbitos y niveles de nuestra vida cotidiana. No sigue, por ejemplo, la lógica cuantitativo-acumulativa basada en la práctica constante, esforzada y voluntariosa de un método. El camino interior tiene una lógica terriblemente sutil y particular hecha al mismo tiempo de esfuerzo y de pura gratuidad. Si utilizamos el simbolismo acuático, diríamos que el camino es pozo (que yo me esfuerzo en cavar) y fuente de la que el agua fluye gratuitamente. Técnicamente, diríamos que el pozo es el maqâm, la estación espiritual que uno alcanza con su esfuerzo, mientras que la fuente es el hâl, el esado espiritual que sobreviene espontáneo. Y ello se da siempre al mismo tiempo. Paralelamente a esto debemos decir que el camino espiritual es durísimo, que no tiene tregua y que las propias prácticas son muy importantes (aunque no son un fin en sí mismas) siempre y cuando hayamos entendido la lógica ambivalente del propio camino. Porque la práctica por la práctica, el método sin más, puede convertirse en el último reducto de nuestro ego, la nafs de la que habla literatura clásica sufí. Si no trabajo en profundidad y con una orientación correcta, el método resulta ser una mera capa de pintura con la que cubrir a la bestia autocomplaciente que somos. El camino no sirve para relajar a la bestia, para que tenga las articulaciones más flexibles, para que se concentre mejor o sea más amable. Con todo eso conseguiré ser un egoísta más flexible, sano y relajado. Pero el problema estriba en cambiar a la bestia. Me atrevería a decir que el camino no es terapéutico, sino salvífico, en el sentido de que nos salva de la bestia, que nos ayuda a trascenderla.

P.-
En el actual mercado espiritual, a veces buscamos soluciones a nuestros problemas de todo tipo. ¿Qué opinas del supuesto valor terapéutico de la espiritualidad?

R.-
Efectivamente hoy la salud ha adquirido un valor absoluto, de manera que cualquier técnica o tradición si no tiene valor terapéutico tiene inmediatamente una categoría inferior. Como si lo espiritual sirviera para curar o para sanar, lo cual no es cierto, como ya he apuntado antes. Lo que resulta patético es ver cómo las grandes tradiciones de sabiduría orientales, el sufismo por ejemplo, cuando llegan a Europa son convertidas en métodos terapéuticos. En todo caso esto no sería sino un síntoma de lo enferma que está nuestra sociedad que necesita añadir el apodo de terapia a todo para otorgarle legitimidad. El camino espiritual no tiene este horizonte terapéutico, que es tan pobre como el horizonte ético. Adentrarse en el camino interior no es una actividad lúdica interesante. No se encuadra en la categoría de ocio inteligente. Lo espiritual no es un añadido sino que es un constitutivo antropológico del ser humano. Y no cultivarlo comporta atrofiar una capacidad potencial.



P.-
Actualmente parece que hay un resurgimiento de la espiritualidad en Occidente; hay quien dice que el siglo XXI ha de ser un siglo místico. ¿Qué piensas de todo esto?

R.- Asistimos actualmente no tanto a una época de cambios como a un cambio de época en todos los órdenes que ha tocado de pleno el corazón de las tradiciones religiosas. Se trata, por una parte, del desmantelamiento de los modelos religiosos tradicionales y, por otra, de la incipiente emergencia de una espiritualidad laica, no fundamentada ya en creencias, fenómeno éste que ha estudiado muy bien Marià Corbí. Hoy nos empezamos a dar cuenta que hay vida espiritual más allá de la religión. Me atrevería a decir además que la vida está más allá de la religión. No obstante, existen fenómenos de reacción frente a este desplazamiento de la religión, que en nuestras sociedades avanzadas ya no ocupa la centralidad de la cultura, que no deben entenderse a mi juicio como un despertar de la religión, porque son todo lo contrario: el atrincheramiento de los que o soportan ni toleran el cambio que viene. Eso son entre otras cosas los distintos fundamentalismos: islámico, judío, cristiano o hindú. A mí me interesa muchísimo un fenómeno aún muy minoritario pero cualitativamente significativo: el surgimiento de pequeños grupos, aquí y allá, que se encuentran casi en la sombra y que, a la manera como de las pequeñas bodegas, están elaborando un vino espiritual de altísima calidad, al margen de modas, de conversiones religiosas formales (algo sin el menor interés ya), de sistemas de creencias, que augura la continuidad de cierto rigor en el trabajo interior.

P.- ¿Se puede estudiar hoy el sufismo sin la influencia actual de las demás tradiciones de sabiduría? ¿Es conveniente según tu criterio nutrirse un poco de todo e integrarlo?

R.- Es más enriquecedor saber cuantas más lenguas mejor. Eso en Catalunya lo sabemos muy bien, gracias al bilingüismo. Si este símil lo utilizamos en el campo espiritual, yo diría que actualmente no es suficiente con un solo lenguaje espiritual para entender al ser humano y hacer un camino interior contundente. Esto no significa, sin embargo, hacer una mezcla y menos aun un traje a medida con retales de aquí y de allá. Las lenguas no se han de chapurrear ni mezclar indiscriminadamente, porque nadie nos entendería. Se han de hablar lo más correctamente posible. No se puede vivir sólo con el inglés o solo con el español. Digo más aún: para hablar inglés no es precios que yo me convierta en inglés, del mismo que no es preciso para aprender de Rûmî que yo me convierta en musulmán. Actualmente, en un mundo cada vez más global, todas las tradiciones forman parte del patrimonio espiritual de la humanidad. Todo ese bagaje nos pertenece y nos enriquece a todos, del mismo que nos pertenece el arte sea de donde sea, venga de donde venga. El exclusivismo religioso es hoy un lenguaje rupestre y mortecino que empequeñece a quien lo habla.





P.- La experiencia del sufismo, nos dices en tu libro, es la experiencia de la Vida en mayúsculas. ¿Comporta esta forma de entender la espiritualidad un fuerte compromiso con el entorno y el momento actual?

R.- Un derviche, o una persona del camino, jamás concebirá la existencia humana como un capítulo histórico individual al margen de sus contemporáneos y del universo. Está comprometido con los otros y con todo. Cuando hablamos de un camino de desegocentración y de cultivo de la calidad humana profunda no se trata de un capricho o un añadido a nuestra vida. En este momento de cambio epocal en el que vivimos, este cultivo es imprescindible, además, para nuestro planeta y para nuestra especie, para gestionar mejor y de forma no destructiva las ciencias y la tecnología.

P.- Con el desmantelamiento actual de los viejos sistemas de creencias religiosas y de las ideologías, ¿crees que lo tienen más difícil los jóvenes?

R.-
Lo más ventajoso para ellos es que tienen la posibilidad, igual que nosotros, de cultivar lo más íntimo de su cualidad humana sin tener que someterse a ninguna creencia religiosa ni dogma incomprensible. Saber que lo que hemos llamado espiritualidad es tan natural como el propio respirar y que su cultivo no conlleva adherirse a ninguna etiqueta sociológica determinada ni someterse a nada ni nadie, sino simplemente ser conscientes y abrir los ojos, hoy supone toda una liberación. La dificultad radica en intuir que existe la posibilidad de cultivar la cualidad humana más allá de la religión. Por otro lado, debemos confiar en los jóvenes que son la expresión de la vida en expansión. La vida siempre tiende a generar vida y existe una intuición natural que nos conduce hacia a aquello que está vivo. Por eso mismo huyen los jóvenes de las expresiones religiosas, porque están muertas. Y lo muerto repele, no atrae.

P.-
Se habla de una falta de valores pero por otra parte parece que mucha de la espiritualidad actual quiera imponer una nueva ética. ¿Cuál es la propuesta del sufismo en este sentido?

R.- El horizonte de la espiritualidad va mucho más allá de lo meramente ético, ya lo he dicho. Me atrevería a decir que en los últimos estadios del camino (si se puede hablar así, pues el camino es un no-camino que no tiene límite), bien y mal son dos categorías que no tienen mucho sentido. Esto no significa que el espiritual sea un inmoral o que no tenga un fuerte compromiso ético. Lo que intento subrayar es que el camino va mucho más allá del “ser bueno”, que el esfuerzo de los grandes maestros de todas las tradiciones ha ido mucho más allá de este horizonte ético. Lo que ocurre es que cuando ni se intuye la grandeza de lo espiritual a la religión no le queda más que gobernar las conductas. Por otro lado, añadiría también que quienes más hablan de falta de valores son aquéllos que se resisten a aceptar el curso de la historia. Son nostálgicos de unos valores que a mí no me interesan nada y que, además, considero como un logro histórico que hayan sido superados. Nadie nos garantiza que los hombres y mujeres del pasado eran más virtuosos que nuestros contemporáneos. Y es que mirar hacia atrás, a veces, da pánico.

P.- Halil, tu libro es un ensayo pero se lee con la fluidez de una novela y tiene muchos parágrafos que casi son poesía. ¿Qué importancia das a la cuestión del estilo?

R.-
Es un libro de encargo que debía ser un ensayo introductorio al sufismo y por lo tanto he buscado que tuviese un rigor académico o científico. La apuesta ha sido cumplir con esta exigencia hablando desde el sufismo, lo cual implica hablar también con el estilo propio del sufismo. Yo acostumbro a decir que el sufismo es un saber y un sabor. El libro pretende tener el saber del ensayo pero al mismo tiempo el sabor de la poesía, la música o la danza. Existe una preocupación estilística, que no es meramente esteticista. Para mí significa que es tan importante lo que se dice cuanto cómo se dice.

Pepa Torras Virgili. Licenciada en Derecho. Especialista en cooperación europea y derechos humanos

Ilustraciones de Inês Castel-Branco


Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)