Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

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Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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miércoles, 11 de julio de 2012

El pensamiento circular sufí

El pensamiento circular sufí


Halil Bárcena





Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el tasawwuf o sufismo islámico constituye una mística de la circularidad. En efecto, el círculo (lo circular, la circularidad) constituye un elemento fundamental tanto de la estética y el simbolismo como del pensamiento espiritual de los místicos sufíes. Veamos, a continuación, algunos ejemplos correspondientes a dichos ámbitos que ilustren cuanto decimos.

Uno de los momentos más conmovedores del samâ’ mevleví, esa suerte de oratorio espiritual practicado por los denominados derviches giróvagos, seguidores del poeta y místico persa, aunque afincado en la ciudad turca de Konya, Mawlânâ Rûmî (m. 1273), es la ejecución de su célebre danza circular que, muy posiblemente, constituya la expresión plástica más emblemática del sufismo islámico o tasawwuf. Dicha danza sagrada, verdadero símbolo actuado del viaje de retorno al lugar de donde proviene el ser humano, no es circular casualmente, como mostraremos a lo largo de estas líneas. 

El samâ’ mevleví es circular como circular es también el discurrir giratorio de los peregrinos musulmanes alrededor de la negra Ka’aba de La Meca, en lo que constituye uno de los episodios más vistosos de la peregrinación ritual islámica o hayy. También en este caso, al igual que sucede en el samâ’ de los derviches mevlevíes, los participantes se desplazan de derecha a izquierda, o lo que es lo mismo: hacia el corazón, la morada simbólica donde el ser humano puede realizar más nítidamente la experiencia gustativa del Amigo Divino (según les gusta decir a los propios sufíes), tal como recoge el célebre hadîz qudsî: «No Me contienen los Cielos ni la Tierra, tan sólo el corazón de Mi siervo».


De derecha a izquierda, esto es, en sentido contrario a las agujas del reloj; en otras palabras, a contratiempo. El derviche, con su tennure blanca desplegada como un pájaro con las alas extendidas, simboliza danzando el anhelo de remontar el curso del tiempo hasta lo que el propio Mawlânâ Rûmî denominaba el «día de alast», en referencia al mizâq o pacto primordial entre Dios y el ser humano, el instante en el que los hombres eran uno con Dios, recogido en el texto coránico: «Y (recuerda, Oh Mensajero) cuando tu Señor sacó de las entrañas de los hijos de Adán a su propia descendencia y les hizo que testificasen contra sí mismos (preguntándoles:) «¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?». Contestaron: «Sí, lo atestiguamos» (Corán, 7, 172).

De acuerdo con la geometría sagrada desplegada por los sufíes, el movimiento circular, tanto el del samâ’ mevleví como el del peregrino musulmán o el de las esferas, es el movimiento perfecto, que es el de la regeneración, contrariamente al de la línea recta, que representa el mundo de lo corruptible y contingente. El círculo constituye una unidad completa, y muestra, al mismo tiempo, la unidad del punto de origen. No tiene principio ni final, sino que es, al mismo tiempo, finito e infinito. El círculo constituye, tanto para el espiritual sufí como para el artista musulmán, el espacio por excelencia del viaje alquímico, el de la transfiguración interior. El círculo permite hacer visible lo invisible. Por su parte, el punto es la primera de las determinaciones geométricas, del mismo modo en que la primera de las determinaciones matemáticas es la unidad. 

La unidad y el punto constituyen la expresión del ser. Así, el círculo aparece como irradiación del punto, que es su centro. El punto es, al mismo tiempo, el principio, el centro y el final de las cosas. El movimiento del samâ’ mevleví se despliega desde el centro y remite, precisamente, a la inmovilidad vibrante del centro. El propio derviche es punto y círculo a la vez. En la terminología sufí, hallar el centro -tener un centro, como diría Frithjof Schuon (1)-, única tarea irrenunciable en la vida, es saborear la totalidad.


Pasemos, a continuación, al ámbito artístico. El equivalente en el arte de lo que el círculo y la circularidad representan y simbolizan según lo expuesto anteriormente es el arco, que es un término arquitectónico. El arco constituye una forma curvada que reposa sobre dos puntos de apoyo, con un eje de simetría. La arquitectura islámica ha utilizado el arco abundantemente, hasta hacer de dicho uso uno de sus elementos más peculiares. En efecto, los arcos constituyen la mejor rúbrica de una arquitectura islámica que cautiva, justamente, dada la particular fuerza espiritual que en sí encierran los arcos. La riqueza formal de las distintas modalidades de arcos empleados por los arquitectos musulmanes revela la importancia que la forma circular posee tanto en la estética del islam como en el pensamiento espiritual sufí, al que nos referiremos más adelante. 

El arco, cuyo equivalente en el jatt o caligrafía islámica es la letra nûn (ن), muestra visualmente un punto de vista específico acerca de un mundo arqueado y de un cosmos curvado, tal como ya la antigua astrología caldea había apuntado (2). Según los Ijwân as-Safâ’ o Hermanos de la Pureza, la sociedad secreta de orientación ismailí fundada en el siglo X en la ciudad hoy iraquí de Basora, la esfera constituye la mejor de todas las formas posibles, siendo el mundo esférico acorde a la voluntad de la sabiduría divina.




Lo que venimos exponiendo aparece sintetizado en lo que podríamos denominar «pensamiento sufí de la circularidad», que constituye uno de los elementos más característicos de la doctrina espiritual del misticismo islámico. Es Ibn ‘Arabî (m. 1243) quien mejor ha sabido expresar dicho pensamiento ligado a las ideas de recuerdo y retorno y que posee una traducción efectiva en la mayoría de las prácticas sufíes, que siguen un esquema mandálico, como en el caso ya expuesto del samâ’ mevleví. Dice el maestro andalusí de Murcia: «Considera que el mundo es una figura esférica y que por esto ansía volver a su principio, una vez que ha llegado a su fin, es decir, a Dios, que fue Quien nos sacó del no ser al ser y al cual hemos de volver, como Él mismo dice en varios lugares de Su Libro [Corán] […] Todo ser, toda cosa, es una simple circunferencia que torna a Aquel de Quien tomó su principio» (3).

El mundo es una figura esférica, del mismo modo que el espiritual sufí, el hombre universal, lo es también, tal y como veremos seguidamente, pues todo él se ha convertido en mirada, de manera que en cualquier dirección está orientado, porque, tal como recoge el texto coránico, «… dondequiera que os volváis, allí está la faz de Al·lâh» (Corán 2, 115).


En el fértil ámbito del sufismo turco otomano, será el shayj o maestro mevleví Ismail Rüsûhi Ankaravî (m. 1631) el más preclaro expositor del citado «pensamiento sufí de la circularidad». Autor de una extensa obra, en la que cabe resaltar su comentario del Masnawî de su maestro Mawlânâ Rûmî, así como sus textos en defensa de la licitud islámica del samâ’ mevleví frente a las críticas de los más intransigentes doctores de la ley, Ankaravî, a quien el célebre viajero otomano del siglo XVII Evliyâ Çelebi llamaba «océano de significaciones espirituales», se sirvió de la geometría sagrada y, en particular, del simbolismo del círculo y de lo circular, tal como lo había desarrollado toda la espiritualidad sufí anterior, desde los Ijwân as-Safâ’ a Ibn Sînâ y de Suhrawardî a Ibn ‘Arabî y su maestro Mawlânâ Rûmî, para describir el samâ’ mevleví en tanto que metáfora de la danza de la vida y del cosmos. Decía Ankaravî: «Bu vücut vücût-u devriyye», que en turco quiere decir: «Esta existencia es una existencia circular».

Lo más relevante, sin embargo, del pensamiento espiritual de Ankaravî, quien durante veintiún años estuvo al frente del Mevlevîhâne del barrio estambulí de Gálata, es su concepción circular del modo de existencia del espiritual sufí. Efectivamente, Ankaravî distingue entre lo que él denomina el «hombre cuadrado» del «hombre circular». El primero es quien vive acuciado por la inmediatez de los fenómenos y no percibe más allá de las formas exteriores. El «hombre cuadrado» no pasa de obedecer y cumplir la ley religiosa, sin atisbar más realidad que la que representa la letra en sí. Por su parte, el «hombre circular», simbolizado por el derviche mevleví, es quien sigue la vía del círculo, que es la de la renovación de la creación a cada instante. El «hombre circular», que es el espiritual por antonomasia, para quien nada es inerte y todo es signo teofánico, es aquel que se sabe como el ney (la flauta derviche de caña), esto es, como un exiliado en este mundo que añora el retorno a su verdadera patria de origen en Dios. Según Ankaravî, seguir la senda sufí mevleví es convertirse en un «hombre circular», que, entre otras cosas, significa estar en disposición de recibir.

Notas:
1. Véase Frithjof Schuon, Tener un centro, J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2001.
2. Véase  Shaker Laibi, Soufisme et art visual. Iconographie du sacré, L’Harmattan, París, 1998, p. 87 y ss.
3. Citado por Miguel Cruz Hernández, Historia del pensamiento en el mundo islámico, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1996, p. 603.


Artículo publicado originalmente en la revista on-line turca 'Cascada': 

Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)