El pensamiento circular sufí
Halil Bárcena
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el tasawwuf o sufismo islámico
constituye una mística de la circularidad. En efecto, el círculo (lo circular,
la circularidad) constituye un elemento fundamental tanto de la estética y el
simbolismo como del pensamiento espiritual de los místicos sufíes. Veamos, a
continuación, algunos ejemplos correspondientes a dichos ámbitos que ilustren
cuanto decimos.
Uno de los momentos más conmovedores del samâ’ mevleví,
esa suerte de oratorio espiritual practicado por los denominados derviches
giróvagos, seguidores del poeta y místico persa, aunque afincado en la ciudad
turca de Konya, Mawlânâ Rûmî (m. 1273), es la ejecución de su célebre danza
circular que, muy posiblemente, constituya la expresión plástica más emblemática
del sufismo islámico o tasawwuf. Dicha danza sagrada, verdadero símbolo actuado
del viaje de retorno al lugar de donde proviene el ser humano, no es circular
casualmente, como mostraremos a lo largo de estas líneas.
El samâ’
mevleví es circular como circular es también el discurrir giratorio de los
peregrinos musulmanes alrededor de la negra Ka’aba de La Meca, en lo que
constituye uno de los episodios más vistosos de la peregrinación ritual islámica
o hayy. También en este caso, al igual que sucede en el samâ’ de los derviches
mevlevíes, los participantes se desplazan de derecha a izquierda, o lo que es lo
mismo: hacia el corazón, la morada simbólica donde el ser humano puede realizar
más nítidamente la experiencia gustativa del Amigo Divino (según les gusta decir
a los propios sufíes), tal como recoge el célebre hadîz qudsî: «No Me contienen
los Cielos ni la Tierra, tan sólo el corazón de Mi siervo».
De derecha a
izquierda, esto es, en sentido contrario a las agujas del reloj; en otras
palabras, a contratiempo. El derviche, con su tennure blanca desplegada como un
pájaro con las alas extendidas, simboliza danzando el anhelo de remontar el
curso del tiempo hasta lo que el propio Mawlânâ Rûmî denominaba el «día de
alast», en referencia al mizâq o pacto primordial entre Dios y el ser humano, el
instante en el que los hombres eran uno con Dios, recogido en el texto coránico:
«Y (recuerda, Oh Mensajero) cuando tu Señor sacó de las entrañas de los hijos
de Adán a su propia descendencia y les hizo que testificasen contra sí mismos
(preguntándoles:) «¿Acaso no soy Yo vuestro Señor?». Contestaron: «Sí, lo
atestiguamos» (Corán, 7, 172).
De acuerdo con la geometría sagrada
desplegada por los sufíes, el movimiento circular, tanto el del samâ’ mevleví
como el del peregrino musulmán o el de las esferas, es el movimiento perfecto,
que es el de la regeneración, contrariamente al de la línea recta, que
representa el mundo de lo corruptible y contingente. El círculo constituye una
unidad completa, y muestra, al mismo tiempo, la unidad del punto de origen. No
tiene principio ni final, sino que es, al mismo tiempo, finito e infinito. El
círculo constituye, tanto para el espiritual sufí como para el artista musulmán,
el espacio por excelencia del viaje alquímico, el de la transfiguración
interior. El círculo permite hacer visible lo invisible. Por su parte, el punto
es la primera de las determinaciones geométricas, del mismo modo en que la
primera de las determinaciones matemáticas es la unidad.
La unidad y el
punto constituyen la expresión del ser. Así, el círculo aparece como irradiación
del punto, que es su centro. El punto es, al mismo tiempo, el principio, el
centro y el final de las cosas. El movimiento del samâ’ mevleví se despliega
desde el centro y remite, precisamente, a la inmovilidad vibrante del centro. El
propio derviche es punto y círculo a la vez. En la terminología sufí, hallar el
centro -tener un centro, como diría Frithjof Schuon (1)-, única tarea irrenunciable
en la vida, es saborear la totalidad.
Pasemos, a continuación, al ámbito
artístico. El equivalente en el arte de lo que el círculo y la circularidad
representan y simbolizan según lo expuesto anteriormente es el arco, que es un
término arquitectónico. El arco constituye una forma curvada que reposa sobre
dos puntos de apoyo, con un eje de simetría. La arquitectura islámica ha
utilizado el arco abundantemente, hasta hacer de dicho uso uno de sus elementos
más peculiares. En efecto, los arcos constituyen la mejor rúbrica de una
arquitectura islámica que cautiva, justamente, dada la particular fuerza
espiritual que en sí encierran los arcos. La riqueza formal de las distintas
modalidades de arcos empleados por los arquitectos musulmanes revela la
importancia que la forma circular posee tanto en la estética del islam como en
el pensamiento espiritual sufí, al que nos referiremos más adelante.
El
arco, cuyo equivalente en el jatt o caligrafía islámica es la letra nûn (ن), muestra visualmente un punto de vista específico acerca de un mundo arqueado y
de un cosmos curvado, tal como ya la antigua astrología caldea había apuntado (2).
Según los Ijwân as-Safâ’ o Hermanos de la Pureza, la sociedad secreta de
orientación ismailí fundada en el siglo X en la ciudad hoy iraquí de Basora, la
esfera constituye la mejor de todas las formas posibles, siendo el mundo
esférico acorde a la voluntad de la sabiduría divina.
Lo que venimos
exponiendo aparece sintetizado en lo que podríamos denominar «pensamiento sufí
de la circularidad», que constituye uno de los elementos más característicos de
la doctrina espiritual del misticismo islámico. Es Ibn ‘Arabî (m. 1243) quien
mejor ha sabido expresar dicho pensamiento ligado a las ideas de recuerdo y
retorno y que posee una traducción efectiva en la mayoría de las prácticas
sufíes, que siguen un esquema mandálico, como en el caso ya expuesto del samâ’
mevleví. Dice el maestro andalusí de Murcia: «Considera que el mundo es una
figura esférica y que por esto ansía volver a su principio, una vez que ha
llegado a su fin, es decir, a Dios, que fue Quien nos sacó del no ser al ser y
al cual hemos de volver, como Él mismo dice en varios lugares de Su Libro
[Corán] […] Todo ser, toda cosa, es una simple circunferencia que torna a Aquel
de Quien tomó su principio» (3).
El mundo es una figura esférica, del mismo
modo que el espiritual sufí, el hombre universal, lo es también, tal y como
veremos seguidamente, pues todo él se ha convertido en mirada, de manera que en
cualquier dirección está orientado, porque, tal como recoge el texto coránico,
«… dondequiera que os volváis, allí está la faz de Al·lâh» (Corán 2, 115).
En el
fértil ámbito del sufismo turco otomano, será el shayj o maestro mevleví Ismail
Rüsûhi Ankaravî (m. 1631) el más preclaro expositor del citado «pensamiento sufí
de la circularidad». Autor de una extensa obra, en la que cabe resaltar su
comentario del Masnawî de su maestro Mawlânâ Rûmî, así como sus textos en
defensa de la licitud islámica del samâ’ mevleví frente a las críticas de los
más intransigentes doctores de la ley, Ankaravî, a quien el célebre viajero
otomano del siglo XVII Evliyâ Çelebi llamaba «océano de significaciones
espirituales», se sirvió de la geometría sagrada y, en particular, del
simbolismo del círculo y de lo circular, tal como lo había desarrollado toda la
espiritualidad sufí anterior, desde los Ijwân as-Safâ’ a Ibn Sînâ y de
Suhrawardî a Ibn ‘Arabî y su maestro Mawlânâ Rûmî, para describir el samâ’
mevleví en tanto que metáfora de la danza de la vida y del cosmos. Decía
Ankaravî: «Bu vücut vücût-u devriyye», que en turco quiere decir: «Esta
existencia es una existencia circular».
Lo más relevante, sin embargo,
del pensamiento espiritual de Ankaravî, quien durante veintiún años estuvo al
frente del Mevlevîhâne del barrio estambulí de Gálata, es su concepción circular
del modo de existencia del espiritual sufí. Efectivamente, Ankaravî distingue
entre lo que él denomina el «hombre cuadrado» del «hombre circular». El primero
es quien vive acuciado por la inmediatez de los fenómenos y no percibe más allá
de las formas exteriores. El «hombre cuadrado» no pasa de obedecer y cumplir la
ley religiosa, sin atisbar más realidad que la que representa la letra en sí.
Por su parte, el «hombre circular», simbolizado por el derviche mevleví, es
quien sigue la vía del círculo, que es la de la renovación de la creación a cada
instante. El «hombre circular», que es el espiritual por antonomasia, para quien
nada es inerte y todo es signo teofánico, es aquel que se sabe como el ney (la
flauta derviche de caña), esto es, como un exiliado en este mundo que añora el
retorno a su verdadera patria de origen en Dios. Según Ankaravî, seguir la senda
sufí mevleví es convertirse en un «hombre circular», que, entre otras cosas,
significa estar en disposición de recibir.
Notas:
1. Véase Frithjof Schuon,
Tener un centro, J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2001.
2. Véase
Shaker Laibi, Soufisme et art visual. Iconographie du sacré, L’Harmattan, París,
1998, p. 87 y ss.
3. Citado por Miguel Cruz Hernández, Historia del
pensamiento en el mundo islámico, vol. 2, Alianza Editorial, Madrid, 1996, p. 603.
Artículo publicado originalmente en la revista on-line turca 'Cascada':