
Uno de los modelos compositivos más usados por los calígrafos o jattât adeptos al sufismo es el llamado ‘modelo en espejo’, consistente en una composición doble, en la que la parte derecha de la caligrafía se refleja en la parte izquierda, y viceversa. Acostumbran a ser caligrafías muy equilibradas, que transmiten serenidad a quien las contempla. Las composiciones caligráficas en espejo (ya sean dos Hû -literalmente Él- que se miran, o dos letras como la wâw, por no citar sino ejemplos muy clásicos) persiguen mostrar, a través del arte de la caligrafía islámica o jatt, la que es la intuición espiritual fundamental del sufismo, a saber, el llamado tawhîd espiritual, reformulado por los sufíes bajo la fórmula sintética árabe wahdat al-wuyûd, que podríamos traducir como principio de la unidad y unicidad del ser, según el cual sólo la divinidad es existente, siendo el mundo un depósito de signos teofánicos.
Las caligrafías en espejo vienen a expresar de otra forma la aleya coránica predilecta de los derviches mevlevíes que dice así: “A Al·lâh pertenecen Oriente y Occidente. Allá donde te gires verás el rostro de Al·lâh. Él todo lo conoce y abarca” (Corán 2, 115). Dicha idea del espejo como símbolo de un mundo que no hace sino reflejar los signos o ayâts divinos, la hallamos también en el saludo islámico por antonomasia: “As-salâmu ‘alaykum” (La paz esté con vosotros); y en su respuesta: “Wa ‘alaykumu-s-salâm” (Y sobre vosotros la paz). También la poesía de un sufí como Mansûr Hal·lâj (m. 922), el primer mártir místico del islam, recoge esa mismo modelo en espejo de los calígrafos sufíes. Dice Hal·lâj: “Yo soy aquel a quien amo y aquel a quien amo es yo. Somos dos almas en un mismo cuerpo. Verme a mí es verle a Él y verle a Él es verme a mí”. Incluso la arquitectura islámica ha tratado de expresar el principio de la unidad y unicidad del ser; y para ello ha usado el agua, en forma de estanques, por ejemplo, a fin de que la construcción se refleje en ella. Dicho recurso no es solo una manera de aligerar la pesantez de los momumentos arquitectónicos, que también, sino, fundamentalmente, un recurso, insisto, para transmitir en el observador atento la idea de que en el cosmos nada es, que todo significa. El arte musical, por último, se ha servido de la repetición de unos mismos pasajes melódicos en octavas distintas para perseguir el mismo objetivo.