El arte de la caligrafía otomana
Halil Bárcena
La caligrafía constituye la expresión artística islámica por excelencia. Y es que en el contexto del islam la palabra, ya sea salmodiada o escrita, juega un papel de primer orden. En cierta forma, la palabra constituye una suerte de intermediario entre el hombre y Dios. En el islam, Dios se revela a la humanidad a través del Corán. Así pues, la palabra coránica no es solo una palabra divina, sino también, sostiene la tradición islámica, una palabra increada y, por consiguiente, eterna. El recitador, al entonar musicalmente cualquier pasaje del librro sagrado, y el calígrafo, cuando pergeña unas breves aleyas sobre el muro de una mezquita, por ejemplo, están rememorando y, en cierta medida, actualizando el mensaje interior del Corán.
La escritura basada en el alifato árabe sigue una disposición horizontal en el espacio y, como es sabido, comienza por la derecha, que es el plano del devenir de las cosas, y se desplaza hacia la izquierda, ámbito del corazón. Diríamos, por lo tanto, que la progresión del discurso caligráfico árabe sigue una línea que nos conduce del exterior al interior, del plano de la acción al de la interiorización.
La caligrafía árabe no es ajena a los dos polos alrededor de los cuales gira toda expresión artística islámica, esto es, el sentido del ritmo y el espíritu geométrico. Y nadie mejor que los calígrafos otomanos para expresar dicho rigor geométrico con el ritmo más melodioso y musical. Y digo musical expresamente, pues música y caligrafía poseen en el islam, y más particularmente en el tasawwuf o sufismo, su dimensión interior, un estrecho maridaje. No en vano, el calígrafo escribe mediante un cálamo de caña y el neyzen compone música con un ney, la célebre flauta derviche también de caña.
Durante el largo período otomano, la caligrafía o jatt adquirió un desarrollo extraordinario. La capital imperial, Estambul, fue uno de los centros caligráficos más importantes del orbe islámico. De ahí el famoso dicho: "El Corán se reveló en La Meca, se recitó en el Cairo y se caligrafió en Estanbul". Los turcos otomanos adoptaron el alifato árabe, soporte básico de la caligrafía, en el siglo X, una vez el arte de la caligrafía había alcanzado un notable desarrollo en el conjunto del mundo islámico. Sin embargo, los calígrafos turcos otomanos no se conformaron únicamente con una mera importación mimética sino que introdujeron notables novedades, hasta el punto de creer incluso nuevos estilos caligráficos antes ignorados, como es el caso del yeli divani, por ejemplo, utilizado en un principio nada más para la correspondencia diplomática de los sultanes otomanos.
La caligrafía fue considerada como la expresión más prestigiosa del arte otomano. Los mismos sultanes, algunos de ellos excelentes calígrafos, favorecieron su desarrollo con notables ayudas destinadas a mantener a los creadores más sobresalientes, a la manera de los mecenas europeos. Lo cierto es que la caligrafía otomana no se aleja mucho de la realizada en los ámbitos árabe o persa, salvo en el gusto y la predilección por los llamados 'lazos mágicos', por las composiciones en espejo basadas en la duplicación simétrica y también por los emblemas gráficos, como es el caso de la célebre tugra o sello personal de los sultanes otomanos, cuyo origen, según algunos investigadores, se remontaría al escudo, arco y flechas de los antiguos guerreros turcos de Asia central.
Un elemento importante a destacar es el proceso de aprendizaje del arte caligráfico. En efecto, la estrecha relación maestro/discípulo llegó a constituir durante el período otomano, especialmente, toda una forma de educación tradicional y de transmisión del conocimiento que hoy en día aún subsiste, a pesar de los importantes cambios sociales y culturales que ha traído la modernidad.
La latinización del alfabeto turco introducida el año 1928 y consiguiente abandono del alfabeto árabe supuso un duro golpe para un arte secular que aún pervive en Turquía, merced al afán de los grandes maestros calígrafos herederos de la vieja tradición otomana, que han conseguido alentar, en los últimos tiempos, un renovado interés por la caligrafía. Dichos maestros, Hasan Çelebi o Hüseyin Kutlu, por ejemplo, mantienen viva con su arte la memoria de Hamed Al Amadi, muerto el año 1982, el último gran representante de la fecunda saga de los viejos calígrafos otomanos. En paralelo a la latinización, ha aparecido una nueva forma de arte caligráfico en Turquía, basada, justamente, en dicho alfabeto latino, pero con aires y reminiscencias otomanas, lo que prueba el ancestral gusto turco por la caligrafía, aunque, por supuesto, ya es otra cosa.