Sufismo, un saber y un saborHalil BárcenaEl sufismo es un saber (ma'arifa) y un sabor (dhawq). El derviche sabe, esto es, conoce y tiene sabor. Su conocimiento no es insípido, por eso no nos deja indiferentes. Hay quien sabe, pero carece de sabor; vence hablando, pero no convence. Dicho de otro modo, el sufismo es una gnosis y una praxis. Por lo primero, es un conocer; pero no en el sentido moderno de saber reducido, generalmente, a la posessión de información sobre esto o aquello, sino en el más tradicional de realizar la verdad, es decir: hacerla real, efectiva y operativa; en otras palabras, vivirla y confundirse con ella, como diría Octavio Paz. Por todo ello, el sufismo es un autoconocimiento. "Man 'arafa nafsahu fa-qad 'arafa rabbahu", o lo que es lo mismo, "Quien se conoce a sí mismo, conoce a su señor", según reza en árabe un conocido aforismo sapiencial atribuido a 'Alí. El autoconocimiento comporta mucha lucidez, humilde búsqueda y meditación inagotable, a fin de eliminar lo superfluo e ilusorio, de cuestionar cuanto damos por cierto, o sea: de separar el trigo de la paja, según reza la sabiduría popular. Conocernos a nosotros mismos es descubrir que nuestro verdadero ser es otro muy distinto al ego fenoménico. Y es que el ego no es el yo. Mawlânâ Rûmî afirma: "No ser nada es la condición para ser". Así pues, ser plenamente (baqâ) es vaciarse completamente (fanâ). Y es que, en rigor, lo que en verdad somos no es ni un yo ni un tú ni un él. No es nombre ni tampoco pronombre; carece, pues, de entidad individual. Lo que somos es, solamente es. Y nada más y nada menos.
Como praxis, el sufismo es una disciplina, íntimamente ligada a la ejercitación del cuerpo y de la conciencia, pero no a la manera del castrante ascetismo religioso, sino de la rigurosa y apasionada práctica artística. De ahí que la práctica del derviche, un artista del camino interior, se parezca más al acto creativo de un poeta o un músico, un calígrafo o un bailarín, que al proceder del gris y abnegado asceta religioso, empecinado en tomar el cielo por asalto, a golpe de ciego voluntarismo. También se parece mucho la práctica derviche a la indagación del científico, ya que investiga como aquél, con precisión y minuciosidad, todos y cada uno de los procesos que tienen lugar en su cuerpo y en su mente.
Con todo, el derviche renuncia a convertir sus prácticas y ejercicios en método alguno, sabedor de que no hay recetas que conduzcan al despertar interior. "A Dios no se le encuentra buscándolo", repiten los maestros sufíes hasta la saciedad. Además, los métodos cerrados son caldo de cultivo de alumnos dóciles y sumisos, carentes de toda espontaneidad. Y la espontaneidad, ser genuinamentre espontáneos, constituye uno de los rasgos característicos del derviche; del derviche y, en definitiva, de todo hombre libre, puesto que ser espontáneo es, justamente, permitir que circule sin trabas el flujo profundo de vida que surge de la experiencia unitiva de la plenitud. La espontaneidad, sin embargo, no implica ni ausencia de precisión ni falta de estructura en el trabajo sufí. Lo que ocurre es que las prácticas del derviche se sitúan en el ámbito del no-método, ya que su acción es una no-acción en la que se encuentra sin buscar. En ese sentido, el derviche también se parece mucho al buen arquero, que es aquél que ha sabido renunciar al deseo de dar en el blanco, pero... ¡siempre acaba dando en él! Y, por cierto, a Dios no se le encuentra buscándolo, sí, pero quien no lo busca no lo encuentra jamás.