1
No digáis que fui débil y no hice frente
No digáis que fui débil y no hice frente
A mis obligaciones, y que huí del mar,
Negando las torres que mis mayores erigieron, los faros que encendimos,
Para jugar como un niño que se divierte levantando castillos de papel.
Decid mejor: en el atardecer del tiempo
Una recia familia arrancó de sus manos
La arena del granito, y contemplando en la lejanía
A lo largo de la rugiente costa, monumentos
Y altas memorias que en el crepúsculo se hundían,
Sonrió feliz, y a infantiles tareas
Alrededor del fuego, dedicó las horas del anochecer.
Yo no temo
Qué temeré, si soy hermano
De las alegres tierras cubiertas de flores;
O de los grandes árboles
Que se hablan en la brisa con agradables voces
Y conversan con los vientos que pasan;
O de mi hermana, la profunda hierba.
De tal materia soy, ella es mi cuerpo
Que vibra por llegar a sus labios y besarlos;
Que da y recibe y siente con viento y sol y lluvia
Placer tan fuerte que es casi insoportable.
Ellos también son de esa materia,
La hermandad de los recios árboles,
La humilde dinastía de las flores
Que convierten en luz cenadores sombríos
O cubren como estrellas laderas de colinas:
Su suave color, su dulce aroma, reciben y te entregan,
Y gozan desplegándose por las grandes llanuras;
Y el árbol y la flor, y la hierba y el campo,
Se estremecen y saltan, viven, cantan
En la primavera con silenciosas voces.
Por eso yo no temo morir,
Ya que la muerta nada cambiará:
Pues tal vez en algún valle placentero he de encontrarme,
Tierra en la tierra o árbol en el árbol,
Con la eternidad con la que amo este instante;
Y sentiré alegría al compartir
Con ella el sol y la lluvia y el aire,
Al gozar su tranquila vecindad
Como tan sólo pueden, de entre todas las cosas,
La tierra, el árbol, la flor estrellada,
Las cosas mudas del campo y del bosque.
3
Mi amor fue cálido; por él crucé
Mi amor fue cálido; por él crucé
Montañas y mares,
Nunca pensé en que sería empeño inútil
Lo que el amor me diera.
Si esto fue realmente amor
Como yo, amada mía, sigo creyendo,
¿Con qué amado nombre invocaré
El lazo que me ata?
4
Deja que tu amor se vaya
Deja que tu amor se vaya, si así lo quiere.
No trates, oh loco, de impedir su caprichoso vuelo.
De cuanto dio y se lleva
Lo mejor en ti ya permanece.
Lo mejor permanece; en vano
Daría dicha o recibiérala
O nos la arrebatara hasta herirnos,
Si aún con todo deja
El ánimo constante
De afrontar noblemente la fortuna, y soportar
La suerte con buen temple, y aún ser puros,
Y aún eminentes en la más alta causa,
Y aún ser dignos del amor que fue.
El Amor, cuando llega, en verdad omnipotente
Es, mas no cuando se va. Déjala ir. Que la semilla
Brota en el propicio instante, y crece
Fortalecida por el estío; y cuando éste muere,
Ella es ya, y permanece, árbol perfecto.
Daría dicha o recibiérala
O nos la arrebatara hasta herirnos
Oh Amor, ¿Qué importa?
Pues si algo has dado, Amor, ya algo
Es nuestro que nada podrá quitarnos;
Y, como aún es Rey, el destronado,
Así el que ha amado verá al amor en su desdicha.
(Robert Louis Stevenson, De vuelta del mar. Poemas, Madrid: Hiperión, 2000)
Sección coordinada por Pepa Torras i Virgili