Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

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Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

Director de l'IES

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lunes, 28 de julio de 2008

Música, la medicina del alma

La medicina del alma:
El poder místico de la música sufí


Halil Bárcena






Cuenta una vieja leyenda oriental que, en cierta ocasión, un músico de reconocida reputación fue conducido una noche, muy a su pesar, a una reunión cortesana, a fin de amenizar la velada con su arte musical, al parecer sublime. Para comenzar, aquel músico, cuya identidad luego revelaremos, interpretó ciertas melodías que causaron la hilaridad de un auditorio fatuo y jactancioso. Más tarde, atacó unos sones tan tristes que consiguieron arrancar el llanto de los allí presentes. Finalmente, concluyó con algunas piezas selectas que durmieron al respetable, momento éste que el músico, verdadero mago del sonido, aprovechó para desaparecer sin ser visto de aquella reunión de gentes intrigantes, envanecidas por la celebridad. La leyenda, cuyo protagonista no es otro que el célebre filósofo -a parte de excelente músico, como ha quedado visto- Abú Nasr al-Farabí (m. 960), autor de Kitâb-ul-musîqa-l-kabîr, El gran libro de la música, subraya la influencia que la música puede llegar a ejercer sobre el ser humano en un momento dado.

La música no constituye un mero entretenimiento, ni es tampoco un medio de comunicación o de transmisión de significaciones, de ahí que muchas veces sea más importante el cómo se dice -o canta- que el qué se dice -o canta-. La estética musical en tierras del Islam siempre ha estado muy alejada de la concepción europea del arte por el arte. El primer grado de la música pensada y hecha por musulmanes hace referencia a las emociones, a los sentimientos, a los afectos. Para los teóricos árabopersas de la música, ésta posee una gran capacidad movilizadora -¿acaso emoción no significa poner en movimiento?-. Es, en este sentido, en el que hablamos de la música sufí en tanto que tibbu-l-arwah o verdadera medicina de las almas. El poder de la música, incluido su poder terapéutico, es una cuestión que ha suscitado una amplia reflexión intelectual desde fechas bien tempranas. Ya los antiguos griegos, de Pitágoras y su fecunda escuela de seguidores, a Platón -la formación musical constituye uno de los temas recurrentes de La República- y Aristóteles, realizaron notables aportaciones a propósito de de la naturaleza del sonido y sus efectos sobre las emociones, el carácter, el comportamiento y también, por supuesto, la salud. Pero, si hoy tenemos noticia de dicho legado clásico es gracias a la intervención mediadora de los hombres de ciencia del Islam medieval, árabes y persas en su gran mayoría.



Durante la Edad Media, la música comienza a adquirir valor en tanto que objeto relevante de interés intelectual a medida que van vertiéndose al árabe, la lengua de conocimiento entonces, el viejo saber musical griego a pique de perderse. Con todo, la labor de los sabios musulmanes no se limitó, en modo alguno, a una función de mera traslación mimética de todo cuanto recibieron de los griegos, principalmente, pero también de otros pueblos, como a veces se ha afirmado un tanto injustamente. Muy al contrario, aumentaron, modificaron, corrigieron y, en muchos casos incluso, arrojaron nueva luz sobre determinadas disciplinas del saber, como es el caso, precisamente, de la teoría musical, tal como bien ha apuntado el musicólogo Amnon Shiloah. El advenimiento del Islam y su posterior contacto con otras tradiciones tanto antiguas como contemporáneas, implicará una nueva concepción general del saber.

Las denominadas ciencias de los antiguos, también consideradas ciencias mundanas, incluían, entre otras, la lógica, las matemáticas, la medicina, la física y, por supuesto, la música. Sin embargo, en la práctica generalidad del contexto islámico medieval, con la única excepción del polígrafo andalusí Ibn Hazm de Córdoba, tanto en la clasificación de las ciencias del citado al-Farabí, como en Ibn Sina o en los Hermanos de la Pureza (Ijwân as-Safâ), la música no aparece como un saber independiente, sino que está incluida siempre en la ciencia matemática. Efectivamente, así como la poesía se enmarca en el campo más amplio de las ciencias del lenguaje, la música, que une destreza técnica e influencia en el psiquismo humano, forma parte de las matemáticas, junto a la aritmética -¡la ciencia del ritmo!-, la geometría y la astronomía. Pero, a pesar de todo lo dicho, no podemos ocultar la ambivalencia que el arte y la ciencia musicales han tenido y tienen en el ámbito del Islam. En efecto, la oposición al hecho musical por parte de un buen número de juristas de ayer -y también de hoy- ha sido frontal. De hecho, la polémica en torno a la licitud o no de la música ha sido y es un tema recurrente desde los albores mismos del Islam.

Quizás el más conocido entre los detractores de la música sea el teólogo Ibn Taymiyya (m. 1328), quien recogió sus diatribas antimusicales en su hiriente Kitâbu-s-samâ wa-r-raqs (El libro de la audición y de la danza), un duro alegato contra las prácticas musicales y psicofísicas empleadas por algunas escuelas sufíes. Pero también la literatura apologética ha tenido sus ilustres representantes, como es el caso del místico sufí Abd-ul-Ganí an-Nabulusí (m. 1731), cuya obra Prueva convincente de que es permisible escuchar instrumentos musicales constituye toda una defensa de las prácticas de la tariqa mawlawiyya de los derviches danzantes, inspirada por el poeta persa Hazrat Mawlânâ Rûmî (m. 1273). Es, precisamente, Rûmî quien nos dice en uno de sus hermosos poemas: "En el sama -o audición espiritual- los derviches escuchan otro sonido que proviene del trono divino. Tú sólo oyes la forma de la música, pero ellos poseen otro oído". Será también Rûmî quien afirme: "la música es el sonido de las puertas del paraíso al abrirse".



Los músicos y su arte, esa verdadera medicina del alma, han hallado refugio frente al rigorismo de los fanáticos, hombres de corazón seco y oreja dura -¡y nunca mejor dicho!- en dos espacios: en primer lugar, en el ámbito íntimo de las janaqas derviches, lugares donde se comparte una misma pasión por la divinidad, y también, en el palacio, al amparo de príncipes melómanos. Sin ánimo de ofender y tampoco de exagerar, me atrevería a decir que no hay espiritualidad sin música. Toda búsqueda trascendente pasa por el corazón, ese lugar insondable donde mejor y más fuerte late el pulso de Al.lah. Y a la habitación del corazón se entra por la puerta del oído.

Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)