“¡Oh peregrinos del santuario! ¿Adónde vais, adónde?
¡Volved! ¡Volved! ¡El Amado está aquí!
¡Su presencia bendice toda vuestra vecindad!
¿Por qué vagáis en el desierto? ¡Vosotros que buscáis a Dios!
¡Vosotros mismos sois Él! ¡No necesitáis buscar!
¡Él es vosotros, en verdad! ¿Por qué buscáis lo que nunca se perdió?”
Shams-e Tabrizí (m. 1248)
Comentario:
Dios no es un ser, alguien ahí afuera a quien pueda pedírsele nada, al que dirigir plegaria alguna. Ahí afuera no hay nadie que hable o escuche, ni tampoco que revele nada. Además, en la senda interior jamás se avanza a base de pedir nada. El Dios al que el derviche designa con expresiones como el ‘Amigo’ o el ‘Amado’, o Haqq, la ‘Realidad real’, o Hû, ‘El que es’, ese Dios, digo, es un símbolo nada más con el que se pretende dar noticia del abismo misterioso de la vida. El vocablo Dios le sirve al derviche para hacer ver que la senda interior no sigue los dictados del yo, sino que los trasciende. No parte del yo el obrar del derviche, pero tampoco de una completa alteridad. Dios no es un ser, así pues, sino más bien una acción, la de la propia vida dándose significado a sí misma a cada momento, en todo lugar y circunstancia, también en nosotros mismos. Dios no es algo particular, ni una cosa entre las cosas, ni el ser supremo entre los seres, sino el significado profundo de las cosas y la maravilla de sus manifestaciones, aunque, bien mirado, Dios no posee ninguna definición, puesto que lo que no es nada no puede ser reducido a concepto alguno. Nadie debiera equivocarse al respecto: para el derviche, Dios no es la meta de su búsqueda ni tampoco su acicate. Halil Bárcena