Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

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Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

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jueves, 26 de abril de 2012

Libros: Chemin de La Mecque


Muhammad Asad, 

un viaje al corazón del Islam


Leili Castella




Si el agua de un estanque no se mueve, se vuelve lodo y fétida, pero si corre, se vuelve clara: lo mismo le ocurre al hombre al viajar”. Éste parece haber sido el lema vital de Muhammad Asad, nacido bajo el nombre de Leopold Weiss en julio de 1900 en Lemberg, en el Imperio austrohúngaro (la actual Lviv, Ucrania) y muerto en 1992, en Mijas (España).

Una simple mirada a alguna de las etapas más relevantes de su biografía revelan el destino fabuloso de este hombre singular: modesto periodista judío que prefirió el estilo de vida de los árabes a los ideales sionistas, Leopold Weiss descubrió gradualmente el islam al que se acabó convirtiendo, adoptando el nombre de Muhammad Asad. Huésped de Abd al-Azîz Ibn Saûd, rey de Arabia, Asad pasó seis años en el corazón de este país, viviendo con y como los beduinos del desierto, llegando incluso a realizar algunas misiones secretas para el soberano wahabí. Partió posteriormente hacia la India, donde trabó estrecha amistad con Muhammad Iqbal, poeta, filósofo y guía de la élite intelectual que consiguió crear el actual estado de Pakistán, país en la fundación del cual Asad participó activamente, y del que fue uno de sus más altos funcionarios, hasta el punto de ser su delegado ante las Naciones Unidas, en Nueva York, con rango de ministro. Fueron precisamente el interés y la curiosidad que su personalidad y destino únicos suscitaron entre las gentes que conoció en la ciudad de los rascacielos, los que le empujaron a escribir, a mediados de los años 50, Le Chemin de La Mecque [1], apasionante relato autobiográfico de sus decisivos 32 primeros años de vida.


Chemin de La Mecque (existe traducción al castellano en la editorial Walaya, Granada, 1984) es la historia de un viaje, geográfico, sí, pero sobre todo espiritual. Relata el reto de franquear “un abismo entre dos mundos distintos, un puente tan largo que había que alcanzar el punto de no retorno antes de que la otra extremidad se hiciera visible” (2). Y es que Asad sabía que abrazar el islam suponía cortarse a sí mismo del mundo en el que había crecido. Y esto es lo que sucedió, al enamorarse primero de los árabes y de su modo de vida, y después, de su fe. Notó Asad que “un soplo humano cálido parecía emanar de la sangre de estas gentes y penetrar sus pensamientos y sus gestos sin estas penosas divisiones del espíritu o estos espectros de miedo, avidez e inhibición que volvían la vida europea tan fea y poco prometedora. Entre los árabes empecé a encontrar algo que inconscientemente siempre había buscado: una ligereza emocional en la aproximación a todas las cuestiones de la vida, un supremo sentido común en los sentimientos…una coherencia orgánica entre el espíritu y los sentido” (3). Advirtió pronto Asad que lo que en gran parte conformaba la esencia de aquellas gentes era su experiencia del desierto y de su vacuidad. Escribió Asad: “Hay ciertamente paisajes más bellos, pero ninguno puede labrar el espíritu humano de forma tan potente (…) El desierto, que es desnudez y limpieza, ignora cualquier subterfugio. Barre del corazón del hombre todas las amables fantasías que podrían servir de atavío a los deseos tomados por realidades y le confiere la libertad de abandonarse a un Absoluto sin imágenes” (4). Su conversión al islam se produjo casi por contagio, por “in-vivencia”, a tal punto que en una ocasión un amigo, al escucharlo, exclamó: “¡Pero si usted es musulmán sin saberlo!”

Sin embargo, sus largos años de convivencia con los beduinos de Arabia central y oriental le aportaron algo aún más importante: familiarizarse con el idioma árabe más próximo al de cuando el Corán estaba siendo revelado. A tal punto que Asad llegó a hacer suya toda la estructura de símbolos que expresan el espíritu y el sentimiento particular por la vida de un pueblo de mentalidad tan radicalmente distinta a la occidental. Asad comprendió así lo que hace al Corán fundamentalmente distinto a las demás escrituras sagradas: “su insistencia en la razón como vía válida hacia la fe, así como su énfasis en la inseparabilidad de las esferas espiritual y física (y también por lo tanto, la social) de la existencia humana” (5).


Fruto de este profundo conocimiento que poseía Asad es su impagable traducción comentada del Corán, la primera, quizá, que no surgió de una mera erudición adquirida mediante estudios académicos, es decir, de los libros. Como el mismo Asad explica en el prefacio de su traducción o tafsîr, un acercamiento meramente erudito al texto sagrado sólo consigue transmitir su cáscara externa, porque no se ha dado “esta comunión intangible con el espíritu del lenguaje que sólo puede lograrse viviendo con él y en él” (6). Y esto es precisamente lo que Muhammad Asad, en su apasionante viaje al corazón del islam, consiguió.

Notas: 
(1) Muhammad Asad, Chemin de Mecque (Fayard, 2004)
(2), (3) y (4), pp. 282, 96 y 135, respectivamente, de Chemin de Mecque
(5) Traducción del árabe y comentarios a cargo de Muhammad Asad, El Mensaje del Qur’an, Junta Islámica, Almodóvar del Río2001, p. iii.
(6) Ibídem, p. iv.

Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís y directora de la escuela de música 'Baraka, música con alma'. 

Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)