Ebru, el arte del agua
Nesrin Can
El elemento principal con el que opera el arte del ebru, muy apreciado en ámbitos sufíes turcos, es el agua, que, por otro lado, es el elemento que más se puede encontrar en el planeta. En el Corán se afirma que cuando en el mundo no había nada se creó el agua desde el cielo. En la azora Anbiyâ', más concretamente, se dice: "(...) hemos hecho a partir del agua toda cosa viviente (...)" (21, 30). El agua opera de forma muy positiva sobre el ser humano. En las playas junto al mar y en los ríos sentimos una paz
y un descanso únicos. En las casas típicas
otomanas, así como en las andaluzas, había pequeñas albercas y fuentes a fin de escuchar el sonido apaciguador del agua y contemplar sus movimientos caprichosos mientras se hace tafakkur (tefakkur en la forma turca) o meditación, con un tesbih en la mano.
El origen de la palabra ebru es oscuro. Para algunos, 'ab-ru' procedería de la expresión persa 'cara de agua'. Otros, sin embargo, afirman que la forma turca ebru provendría de la palabra persa abr, que quiere decir nube. Sea como fuere, el arte del ebru, llamado también papel marmolado, dadas las aguas generadas muy similares a las del mármol, es una suerte de pintura realizada en la cara del agua, valga la expresión. De las pinturas preparadas previamente y vertidas después en un recipiente que contiene agua aparecen diseños caprichosos que quedan sutilmente fijados más tarde en papel. He ahí el secreto del arte del ebru. No obstante, para la
cultura del tasawwuf o sufismo lo que se exterioriza en el papel no son tanto los diseños de las pinturas en sí como los reflejos emanados desde el corazón vaciado del propio artista o ebruzen. De ahí que, desde el punto de vista sufí, la intención no sea realizar obras bellamente coloreadas, sino acercarse a la belleza divina a través de la ejecución de un arte altamente contemplativo.
Para quien es capaz de realizar tafakkur las imágenes reflejadas en la cara del agua mediante el arte del ebru podrían sugerir la teoría del caos, el big bang, o evocar la magia del cosmos y muchas otras cosas más, pero, insisto, sólo para quien es capaz de contemplar y reflexionar. Todo lo que ocurre en el agua hace recordar al
artista divino, dado que todas y cada una de las obras salidas del arte del ebru son únicas e irrepetibles. Ninguna imagen se parece a otra, lo cual le sugiere tanto al artista como a quien contempla el resultado final el tawhîd, principio sufí de la unidad del ser, intuición espiritual primordial del sufismo.
Lo que sucede en la cara del agua (los diferentes colores y los diferentes diseños) es como los distintos nombres Él. El agua
es siempre igual; son los diseños y colores los que varían siempre. Sin embargo, el agua no tiene ninguna responsabilidad en todo cuanto ocurre. No es el agua el motor, ya que si Él no quiere nada es posible. Y, al final, el ebruzen comprende que quien opera el milagro del arte del ebru no es el artista sino Él. Y cuando así lo entiende, el ebruzen se inclina hacia agua consciente de que el artista no es nada más que un punto, un cero ante la grandeza de la realidad divina; y sale de su taller vistiendo la jirqa, el manto de la pobreza espiritual, mientras susurra en sus labios Al·lâhu akbar, Al·lâh es lo más grande.
Nesrin Can es licenciada en filología española de origen turco.