'Dhikr', pacificar la mente
Halil Bárcena
La comprensión, que fundamentalmente consiste en ser capaz de discernir (tamyîz lo llaman los sufíes), no se alcanza por un esfuerzo voluntarioso de adquirir algo o de tratar de llegar a ser algo o de convertirse en algo diferente a lo que uno ya es. Básicamente, la comprensión irrumpe en uno cuando la mente permanece inmóvil y pacificada. Por supuesto, inmovilizar la mente no significa ‘dejarla en blanco’, como algunos afirman desde la más absoluta ignorancia, ya que, hablando con propiedad, en blanco sólo se está ¡cuando morimos! Tampoco inmovilizar la mente y apaciguarla tiene nada que ver con renunciar a nuestra facultad pensante en aras de un sentimentalismo epidérmico, algo que en algunos círculos (pseudo)espirituales, movidos más por la sospecha que por la lucidez, ha supuesto todo un drama, dado que la senda interior se transita con todas las facultades y potencias humanas; nada queda al margen en la espiritualidad.
Inmovilizar la mente implica liberarla del secuestro al que las categorías interpretativas imperantes la tienen sometida. Eso es, en última instancia, pensar por uno mismo. También significa fortalecerla, para que no se vea asaltada continuamente por cualquier emoción, teniendo en cuenta que son las ideas y pensamientos las que arrastran tras de sí emociones concretas. El dhikr (como también el giro derviche o muqâbala) constituye la principal herramienta con la que cuenta el derviche a la hora de inmovilizar su mente, que, en un lenguaje ya mucho más propio del sufismo, comporta vaciarla de todo aquello que no sea la presencia divina. Y es que Al·lâh cabe donde sólo esté él. Esos son los celos divinos a los que se hace referencia en la espiritualidad islámica. Y sólo dicha presencia divina, a partir de la constante invocación de su nombre en cada respiración, es lo que otorga paz a la mente y los corazones. Dice el Corán (13, 28): “¿Acaso no es mediante el dhikr de Al·lâh como se pacifican los corazones?”.