Aún sigo pensando en aquel cuervo
Aún
sigo pensando en aquel cuervo
sobre los valles de Yush...
Con su doble susurro,
su tijera negra
recortó en el nublado cielo de papel
una curva inconstante.
Y al dirigirse a los cercanos montes,
el graznido seco de su garganta dijo
algo que los montes
impacientes
bajo el ardiente sol
no dejaron
de repetir,
rígidos de asombro, con sus cabezas de piedra,
mucho tiempo después.
A veces me pregunto:
¿Qué tiene que decir un cuervo
con su presencia decisiva, tajante,
y su color de luto pertinaz
cuando
a mediodía
extiende las alas sobre el amarillo tostado del trigal
para sobrevolar unos álamos,
con tal aullido y tal furor,
a los viejos montes,
para que estos ermitaños cansados y soñolientos,
en el mediodía veraniego,
se lo repitan unos a otros
todavía mucho tiempo después?
Pienso
Pienso que
mi corazón nunca ha sido
así
tan rojo y tan ardiente:
Siento que
en los peores momentos de esta noche de muertes,
miles de manantiales de sol
brotan
de la convicción, en mi corazón;
Siento que
en cada esquina y rincón de este desierto de desesperación
miles de bosques tiernos
surgen
de repente de la tierra.
Oh, tú, convicción perdida, pez huidizo
que en las lagunas del espejo te deslizas de fondo a fondo,
soy un pantano claro, ¡busca, pues, con la magia del amor,
desde las lagunas del espejo, un camino hacia mi!
Pienso que
mis manos
nunca han sido
tan grandes ni gozosas.
Siento que
en mis ojos,
cuando cae una lágrima rojiza,
respira el sol sin ocaso de un himno;
Siento que
en cada vena mía
con cada latido de mi corazón
se oyen ya
las campanas de levantamiento de una caravana.
Se presentó una noche en la puerta desnuda
como el alma del agua.
En su pecho dos peces y en sus manos un espejo.
Su pelo mojado olía a algas, y se entrelazaba como algas.
Yo, desde el portal de la desesperación, grité:
¡oh convicción hallada, no te perderé!
Resurrección
Yo fui todos los muertos:
los muertos de los pájaros que cantan
y están silenciosos,
los muertos de los más bellos animales
de tierra y agua,
los muertos de todos los hombres
buenos y malos.
Y estuve allí
en el pasado
sin canción
sin una sonrisa
ni un anhelo.
Tu afecto
hizo que vieras
de noche
en tu sueño
y desperté
contigo.
Tres poetas persas contemporáneos, Nima Yushij, Sohrab Sepehrí y Ahmad Shamlú, Traducción de Clara Janés, Sahan y Ahmad Taheri, Icaria, Barcelona, 2000
Ahmad Shamlou (Teherán, 1925-2000). Poeta, escritor, traductor, periodista e intelectual iraní. Recibió una educación inicial en distintos lugares entre los que se incluyen Khash y Zahedán al sur de Irán, y Mashhad al noreste. Posteriormente, se trasladó a Teherán que dejó temporalmente en 1977 debido al ambiente político opresivo del país. Tras vivir brevemente en Princenton, Nueva Jersey, se instaló en Inglaterra hasta 1979. Tras la revolución islámica iraní regresó a Irán, donde ejerció de editor del semanario Ketab-e Jom’e (Libro del Viernes). Su original producción poética bebe de fuentes diversas, tanto europeas como iraníes, de su gusto por el folklore de Irán, su particular visión de la naturaleza y sus reflexiones abstractas. Entre sus libros encontramos Aire fresco (1967), Jardín de espejos (1960), Fénix en la lluvia (1966), Elegías de la tierra (1969), Floreciendo en la niebla (1970), Ibrahim en el fuego (1973) y Daga en el plato (1977).
Sección coordinada por Pepa Torras i Virgili