Rincones con báraka
(Lugares de poder)
Halil Bárcena
La palabra árabe báraka, que forma parte del lenguaje técnico del sufismo y que bajo otras formas, mubârak por ejemplo, aparece en el texto coránico, suele traducirse vulgarmente por suerte, y, así, se acostumbra a decir que alguien posee báraka cuando la fortuna le sonríe o cuando sale airoso de una situación embarazosa. Sin embargo, báraka es algo más, mucho más complejo que todo eso, que a la postre no deja de ser sino lo más accesorio, la corteza del término y la realidad que aquí nos ocupa.
Algunas tradiciones de sabiduría (los indios del norte de América, por ejemplo, o los aborígenes polinesios), muy ligadas a los valores intrínsecos de la naturaleza, nos han transmitido que nada es inerte, que en todo cuanto existe late vida, si bien de formas harto diferentes. Y es que los estados del ser son múltiples, sin que por ello se vea alterado el principio de unicidad de la realidad. Dichas tradiciones atesoran lo que podríamos denominar una interpretación sacral de la naturaleza virgen, con lo que ésta, como afirma Frithjof Schuon, cumple la función tanto de templo, como de libro divino. En paralelo, afirma un conocido hadîz muhammadiano: "El mundo todo entero es una mezquita". Y es que, desde bien temprano, también los sabios sufíes se adentraron en la comprensión de las leyes según las cuales todo en la existencia esta vinculado con todo de forma armónica y natural, mediante una justa medida, eso que el Corán designa con el término mîzân o balanza. En la naturaleza cada cosa es lo que enteramente debe ser; y no otra cosa. Por eso, podría decirse que un almendro o un cerezo son irreversiblemente musulmanes, por cuanto son lo que son, si bien el término 'musulmán' se aplique a personas. Pero, volviendo al tawhîd o principio islámico de la unidad del ser y la existencia, eso sí, tal como los sufíes lo entendieron y experimentaron, tiene mucho que ver con cuanto estamos diciendo. La comprensión sufí del tawhîd comporta el conocimiento de la ley secreta del universo como teofanía, es decir, conocer la ley que confiere a este universo su estructura interna. Pues bien, báraka significa una mayor acentuación de la fuerza vital que late en todo, algo así como si en algunos lugares, pero también en ciertas personas, la vida se desbordase a sí misma, multiplicando sus cualidades creadoras y regeneradoras.
Según la tradición sufí, en la naturaleza, ciertos rincones poseen báraka, convirtiéndose en lo que ha dado en llamarse 'lugares de poder'. Así, ciertas fuentes, rocas, árboles o montañas -piénsese en la catalana Sierra del Montsant, sin ir más lejos, cuyo nombre, la 'montaña sagrada', es bien explícito- poseen una báraka tan potente -y valga la redundancia, ya que la báraka es poder también, como veremos a renglón seguido- que hace de ellos lugares propicios para dejarse penetrar y poseer por las que son las dos características que contiene la palabra báraka, a saber, qudra o poder y rahma o misericordia. En efecto, eso es un rincón con báraka, un espacio donde la vida se muestra con un poder único, poder benéfico por supuesto, al tiempo que derrama toda la misericordia, acogedora y protectora, de que es capaz. Por todo ello, un lugar de poder no es un sitio bonito sin más, sino un rincón cuya belleza, hecha de poder y misericordia, conmociona. De ahí que en un rincón báraka el ser humano se sienta acogido, protegido y, por consiguiente, en paz. También se siente fuerte, renovado y regenerado por fuerzas que sólo en un lugar de poder laten con tanta intensidad. Por ejemplo, en un entorno urbano, rodeado de elementos tan poco nobles, por decir lo mínimo, como el hormigón, el plástico y el asfalto, todo cuanto estamos narrando es impensable e imposible. Con todo, una condición se precisa para que la báraka de un lugar de poder resulte operativa: que el hombre esté vaciado de sí mismo. Y es que sólo quien se vive a sí mismo como nada puede llenarse del todo del poder divino que emana de los rincones con báraka.
Como afirma Frithjof Schuon, también para los indios norteamericanos la noción de 'poder' es crucial. Escirbe Schuon: "El Universo es un tejido de poderes que emanan de un único Poder subyacente y omnipresente, y a la vez impersonal y personal. El hombre espiritual, entre los indios, está unido al Universo o al Gran Espíritu por los poderes cósmicos que lo penetran, al hombre, lo purifican, lo transforman y lo protegen; él es a la vez pontífice, héroe y mago; alrededor de él, a estos poderes les gusta manifestarse a través de los espíritus, los animales, los fenómenos de la naturaleza" (1).
En el ámbito del sufismo se considera, ya lo he avanzado anteriormente, que también ciertas personas poseen báraka, razón por la cual son centro natural de atención, lo cual no obedece a ningún afán de protagonismo o vanidad desbocada, sino a la imantación natural que el poder, la sabiduría y la belleza del alma del sufí realizado ejercen en los corazones vaciados y las mentes desprejuiciadas. Y es que en presencia de quien está tocado por la báraka los auténticos buscadores hallan luz y paz. Ese es el sentido profundo del darshan o del satsang hindúes, esto es, la contemplación de un hombre santo o la frecuentación de las personas de fuerte ascendencia espiritual, respectivamente. O el sohbet de los derviches, es decir, el encuentro ya sea personal o colectivo con un maestro sufí. Huelga decir que la báraka que opera en algunas personas nada tiene que ver ni con el ingenio ni con el encanto personal; nos estamos moviendo en un plano de significación mucho más elevado y profundo, aunque no por ello menos natural. Sea como fuere, lo cierto es que en el sufismo tradicional suele considerarse que la báraka no es sino la protección que el cielo derrama sobre algunos pocos elegidos, dado que la báraka no es un bien social democrático, ni algo que pueda obtenerse a base de voluntarismo personal, como la riqueza por ejemplo, sino que más bien se trata de un don gratuito que la vida concede a quien quiere, como la inteligencia o alguna que otra habilidad. Bien, hasta aquí nos hemos referido a los sufíes que poseen báraka, pero no es más que una forma convencional de hablar, porque, en realidad, el hombre es quien está poseído por la báraka; no es él quien la posee.
Quien está poseído por la báraka es un hombre de poder, no alguien poderoso; y ello se atisba en su palabra, que irradia fuerza y, al tiempo, es sanadora, en la medida que brota de las mismas entrañas de la naturaleza. El walî, el amigo íntimo de Al·lâh, otra forma de referirse al sufí realizado, es, a la manera del indio descrito anteriormente por Frithjof Schuon, alguien a través del cual la vida se muestra en todo su esplendor. Es una suerte de mediador, vacío por dentro de los artificios tanto mentales como pasionales que limitan y comprometen la contemplación interiorizada de la realidad, que conoce el significado oculto de las cosas o ma'ana y aquellas vinculaciones de lo real que son imperceptibles para la inmensa mayoría de los humanos. Y es que la incapacidad del ser humano para desvelar los signos divinos impresos en la existencia es un hecho incontestable, máxime en esta época de flojera anímica, descentramiento vital y relativismo moral. Ni todo es lo mismo ni todos somos iguales. Lo somos, es cierto, ante la ley humana, pero en modo alguno ante la ley espiritual, valga la expresión, puesto que no son lo mismo el necio que el sabio, el ciego que quien ve o el egoísta y el desprendido. Digámoslo sin embudos, en modo alguno son lo mismo quien no posee oído musical para la espiritualidad, el insensible para las cosas del espíritu, que quien vive en y para él.
Pero, regresemos al tema que nos ocupa de la báraka, que, lo hemos dicho ya, no está ligada al esfuerzo personal sino a la donación gratuita, lo cual no excluye la posibilidad teúrgica, es decir, que el hombre coopere activamente en una teúrgia sanadora y salvadora, espiritualmente hablando, mediante el uso preciso -¡por supuesto, no mágico!- de ciertos rituales -danzas, por ejemplo-, objetos y símbolos sagrados que actuarían a la manera de medios o soportes a través de los cuales se derramarían sobre las personas gracias y fluidos celestiales, por llamarlos de alguna manera. Ese es, sin ir más lejos, el sentido primero y último del gusto sufí por acudir a rincones de la naturaleza con báraka, lugares de poder en los que la vida se dice de forma multiplicada, como en ningún otro sitio. Imitan con ello una de las prácticas de Muhammad, profeta del islam, quien acostumbraba a perderse en parajes naturales especialmente agraciados y bendecidos por la báraka. Por sus biógrafos, sabemos que el Profeta hablaba con las rocas, árboles y animales. Todo para él era una realidad animada. En la medida que el Profeta llegó a ser lo que en verdad era fue capaz de hablar mantiq at-tayr, el lenguaje de los pájaros, que es, hoy, para la gran mayoría de las personas una lengua muerta. La tragedia es que dicha lengua es la lengua del espíritu, es decir, la de la vida.