El gamelán,
Lili Castella
“Haz un viaje fuera de ti mismo hacia [tu verdadero] tú, oh maestro,
pues con este viaje la tierra se convierte en una cantera de oro”
(Mawlânâ Rûmî)
Noche cálida en uno de los patios del Palacio de Ubud, ciudad del centro de la isla indonesia de Bali. El concierto de gamelán (1) está a punto de empezar. Los numerosos instrumentos están dispuestos en forma de herradura a ras del suelo y a escasos centímetros de las primeras hileras de sillas. El suelo, la pared, los árboles y la puerta del fondo del escenario están adornados con flores olorosas. Salen una cuarentena de músicos ataviados con sus sarongs, especie de pareo, y sus vistosas chaquetas. Todos llevan una flor de frangipani en su oreja. Charlan entre sí sin el menor atisbo de divismo; tampoco se percibe nerviosismo alguno. Toman asiento en el suelo del patio… y, de repente, suena el golpe estremecedor y profundo de un gong de resonancia espectacular. Es la señal que desencadena el percutir simultáneo de todos los demás instrumentos, lo cual sume el patio del palacio y el cuerpo del oyente en una densidad de vibración sonora extraordinaria. El viaje sonoro ha empezado.
De todos es bien sabido el amor de los sufíes por los viajes, o mejor dicho, su concepción de la vida como viaje. El derviche es alguien que vive para viajar, o lo que es lo mismo, para conocer, lo cual significa salir de sí para abrirse a otras posibilidades, a otras culturas y a otros modos de ver y vivir el mundo. Escuchar el gamelán balinés supone, precisamente, eso: un viaje apasionante a otra cultura y a otra concepción del ser humano. Y es que, como veremos, el gamelán es reflejo y expresión del orden cósmico y social que rige la vida tradicional de la mayoría de los balineses.
Aún hoy, gran parte de la sociedad balinesa vive dedicada al cultivo del arroz e inmersa en un intrincado sistema de creencias y rituales que sostiene su modus vivendi. Los balineses, siguiendo el principio hindú del tri-loka, creen que el universo se divide en tres mundos: el reino de los dioses, el reino intermedio de los humanos y el reino inferior de los demonios. Para sus habitantes, la isla es una propiedad divina cedida al pueblo para que la cultive y viva en ella. Creen los isleños que una energía cósmica reside en la cumbre de los volcanes y que de allí surge cuanto es benéfico para ellos, básicamente el agua, que mana de las montañas y vuelve a ellas en forma de lluvia. El mar, por el contrario, es considerado una fuente de peligros tanto físicos como psíquicos (invasiones, inundaciones, etc.). Por todo ello, los balineses viven, mayoritariamente, orientados hacia el interior, hacia sus volcanes, y de espaldas al mar.
Pues bien, esta cosmología, que someramente acabamos de describir, queda reflejada y expresada en las orquestas de gamelán. Así, por ejemplo, el golpe de gong que da inicio al concierto representa, según la etnomusicóloga Catherine Basset (2), la cumbre de la montaña sonora: es el sonido primordial que contiene todos los demás sonidos, desencadena su manifestación y es el lugar al que vuelven dichos sonidos una vez finalizado el ciclo musical.
En tanto que “ser animado” que habla del mundo superior, al gamelán se le atribuyen poderes espirituales y por ello es objeto de veneración. Recibe ofrendas de flores e incienso y es tratado con enorme respeto. Así, por ejemplo, un indonesio jamás pasaría por encima de un instrumento, no fuera a romperse su vinculación con el cielo. Su creación, construcción, o añadido circunstancial de otro instrumento se acompaña siempre de ceremonias rituales similares a bautizos, matrimonios, etc.
Como se ve, el gamelán tiene entidad propia e incluso domicilio estable, lo cual comporta que los instrumentos que lo componen ni pertenezcan a los músicos ni sean trasladados a sus casas para ensayar. El gamelán es propiedad del barrio, del pueblo o del palacio, y allí permanece. Y así como los campesinos viven y cultivan campos cedidos por los dioses, el gamelán permanecerá, más allá de su uso temporal por parte de los músicos.
Tampoco es ajena a esta visión cosmológica la extraordinaria densidad sonora del gamelán. Para el balinés, el universo tiene tal frondosidad que no deja lugar al vacío. Así queda patente en las viviendas -en que el espacio que no ocupan los vivos se dedica al culto a los antepasados-, en la pintura -que a menudo muestra abigarrados lienzos absolutamente llenos de personajes del mundo visible y del invisible-, etc. Todo en Bali es denso, ¡hasta la vegetación o la humedad!
Esta concepción del cosmos lo tiñe todo y se concreta a su vez en un orden social basado en la interdependencia de las personas y en la primacía absoluta de lo colectivo sobre lo individual. Y dicho orden lo reproduce el gamelán con nitidez: la misma interdependencia que se necesita para el riego, el cultivo y la recolección de los arrozales se hace imprescindible en el gamelán, en el que los distintos instrumentos apenas poseen cualidades musicales fuera del conjunto. Como explica Catherine Basset, el gamelán divide la música en tareas infinitesimales entre los diferentes instrumentistas, miembros por tanto no autónomos. Para entenderlo mejor imaginemos, por ejemplo, una melodía de 16 notas. Pues bien, podría ser que un músico tocara las notas primera tercera y quinta, otro la segunda, cuarta y sexta, otro la séptima, etc. Sin la estrecha coordinación y cooperación de todos, hacer música sería imposible.
Pero aún hay más. Así como en el campo el campesino desarrolla múltiples tareas, en la orquesta de gamelán las funciones también son intercambiables dado que el músico no tiene por qué tener un lugar fijo en ella. Y así, refiere Basset, por imitación y transmisión oral, tanto los campesinos como los músicos aprenden a base del intercambio de tareas mínimas, lo cual, con el tiempo, les permite adquirir un vasto abanico de saberes.
Todo ello comporta, por un lado, una ética de responsabilidad colectiva, de ciudadanía y de escucha de conjunto, y por otro, la vivencia y la comprensión de que un individuo no es más que una parte ínfima de un todo infinito y de que, por lo tanto, nadie es imprescindible. Este borrarse del individuo frente a lo colectivo repercute en conceptos musicales como la creación o la autoría. En las antípodas del compositor occidental que piensa sus obras en soledad y las plasma en una partitura, Basset describe cómo la música de gamelán puede surgir de una idea lanzada por un miembro del conjunto que pronto es orquestada por los demás siguiendo los patrones interiorizados y transmitidos de generación en generación. La composición es, pues, de todos y queda plasmada directamente en los instrumentos. Este borrarse del individuo a favor de lo colectivo supone también la ausencia de la figura del gurú o maestro (un músico puede enseñar una pieza pero se prescindirá de él para enseñar la siguiente). Y es que el gamelán tiene un fuerte efecto nivelador (no es vana la imagen de los músicos que, pudiendo provenir de distintos estratos sociales, tocan todos a ras del suelo y con frecuencia a escasos centímetros de los espectadores).
En este viaje del “yo” al “nosotros” que nos propone el gamelán nos queda un pequeño pero importante detalle por comentar. La flor de frangipani en la oreja de cada músico. Los balineses viven rodeados de una naturaleza bellísima que ellos han contribuido a modelar a lo largo de los siglos en forma de inacabables terrazas de arrozales. Quizás la flor no sea sino un recordatorio de la obligación colectiva que los balineses sienten de aportar hermosura al mundo como si de un imperativo sagrado se tratara.
Notas:
(1) Gamelán es el término genérico utilizado para referirse a un conjunto de instrumentos musicales integrado por gongs y metalófonos
(2) Las referencias a Catherine Basset contenidas en este artículo pertenecen a su libro “Músicas de Bali a Java. El orden y la fiesta” (Akal, 1999).
Para oír algunos ejemplos de música de gamelán, clikar aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=orUftdTlDow
http://www.youtube.com/watch?v=2EXzfpS6WK4&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=6unpqKr8DL0
http://www.youtube.com/watch?v=HnjYgUyISi8
Lili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebabista del grupo de música sufí 'Ushâq, es coordinadora de las actividades del Instituto de Estudios Sufíes.