Del duende flamenco
al tarab árabe
Halil Bárcena
Uno de los conceptos flamencos más difíciles de definir tiene que ver, justamente, con la propia esencia y personalidad de dicho estilo musical. En efecto, no resulta fácil decir qué es el duende y, sin embargo, no hay flamenco sin duende, o al menos no hay flamenco, cante, toque y baile del grande, como diría un cabal, sin que el duende haga acto de presencia, sin que irrumpa en el artista de forma súbita transformándolo desde las entrañas. Ni los propios flamencos, ni tampoco los flamencólogos, se ponen de acuerdo al respecto del duende, salvo en un solo punto: el duende va más allá de la técnica musical -puede haber, y de hecho hay, virtuosismo sin duende- e incluso de la propia inspiración. El duende vendría a ser algo así como una suerte de encanto misterioso e inefable que se apodera del flamenco, de tal forma que es capaz de transmitir verdadero Arte, Arte con mayúsculas, ése que por un instante nos descentra y desencuaderna el alma, Arte que nos abre a la posibilidad de experimentar la realidad dejando de tener el propio yo como único centro de referencia del mundo y de las cosas; algo que el público sensible aprecia en forma de estremecimiento interior. En la célebre conferencia titulada “Teoría y juego del duende”, García Lorca, que tanto amó el flamenco y tanto hizo por su dignificación, se apoyó en unas palabras de Goethe, referidas a Paganini, para definir el duende flamenco como un “poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica”.
Sea lo que fuere el duende flamenco, lo que es cierto es el lazo que le une al tarab de las músicas islámicas, incluídas aquéllas de raigambre sufí, como ha recogido el flamencólogo Ángel Álvarez Caballero, apoyándose en los estudios del arabista Emilio García Gómez. Según este último, el vocablo árabe tarab designa el fenómeno, misterioso e inefable, que produce en los oyentes “entusiasmo, éxtasis, enajenación, emoción física de alegría o tristeza”. De ahí que, en árabe, el mutrib, esto es, el cantor, no sea sino quien transmite tarab al público. Pero, dice más el insigne arabista español: "Los libros árabes están llenos de historias de tarab. Si cualquiera de ellos empieza a contarnos que una esclava, buena cantaora, ha puesto el laúd en su regazo, ha templado sus cuerdas y ha roto a cantar unos versos antiguos, estad seguros de que unas líneas más abajo encontraréis que a los oyentes "se les ha volado el alma", se han desmayado, se han tirado al suelo jadeantes y con espuma en la boca, se han abofeteado el rostro, desgarrado las ropas o golpeado la cabeza contra la pared. Todo esto, claro es, sin hablar de lo que se iba en lágrimas y suspiros" (1). Y es que si algo ha suscitado el interés tanto de los filósofos de la música musulmanes -Ibn Sina o Al-Farabí, por ejemplo- como de los propios maestros sufíes fue la poderosa capacidad que la música posee para conmover, transformar al ser humano y hacerlo experimentar lo divino. En ese sentido resulta fácil comprender que un maestro sufí de la talla del persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273) proclamase: "Muchos son los caminos que conducen a Dios, yo he elegido el de la música y la danza".
Notas:
(1) Citado en Ángel Álvarez Caballero, Historia del cante flamenco, Madrid: Alianza Editorial, p. 177
Para degustar el duende flamenco del maestro Enrique Morente, clikar aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=6mFYQGEmKv0
Y aquí el mutrib turco Sami Savni Özer: