-¡Os anuncio un fabuloso concurso: quien adivine lo que está envuelto en este pañuelo, recibirá como premio el huevo que hay dentro!
Los viandantes que se habían detenido a escuchar a Nasreddín se miraron, intrigados, y, al cabo de unos segundos, uno le dijo:
-Pero, ¿cómo podremos saber qué es lo que tienes dentro del pañuelo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasreddín trató de darles alguna pista, a fin de facilitar las cosas:
-Lo que hay en este pañuelo tiene un centro que es de color amarillo como un yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que, a su vez, está dentro de una cáscara frágil puede romperse fácilmente. Esto que está envuelto en el pañuelo es algo así como un símbolo de la fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Dicho esto, ¿alguien puede decir de qué se trata?
Todos los viandantes pensaban que Nasreddín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta les parecía tan obvia que nadie quiso pasar la vergüenza de equivocarse ante el resto. Las gentes se decían para sus adentros: "¿Y si no fuese un huevo, sino otra cosa mucho más importante, fruto de la fértil imaginación creadora de los sufíes?". Al fin y al cabo, un centro amarillo podía tener que ver algo con el sol y el líquido de su alrededor tal vez fuese algún preparado alquímico. "No", pensaba la gente para sí, "un loco como Nasreddín seguro que estaba queriendo que alquien picara e hiaciera el ridículo".
El caso es que se dice que Nasreddín preguntó a las gentes allí reunidas un par de veces más, pero nadie se arriesgó a decir algo inadecuado. Entonces, Nasreddín apartó el pañuelo y les mostró a todos... ¡el huevo!
-"Todos vosotros sabíais la respuesta", les dijo, "pero nadie osó decir nada. En la vida es preciso arriesgarse, de otro modo jamás se hará nada".
Las soluciones a las cosas, todas las respuestas que precisamos, son mucho más sencillas y están ahí ante nosotros, como dones generosos, pero no las vemos. Y es que siempre buscamos explicaciones complicadas a los porqués que la vida nos plantea; y lo malo es que, a la postre, terminamos por no hacer nada.