Felices como garbanzos
Leili Castella
La
Vida con mayúsculas nos confronta constantemente con quiénes somos realmente,
más allá de lo que nos gustaría aparentar o ser. Hay tres circunstancias que
nos desvelan, aún con mayor claridad si cabe, el grado real de nuestra calidad
como seres humanos: la pobreza, la enfermedad y la muerte. A ellas se refiere
un aforismo o hadîz qudsî atribuido
al Profeta Muhámmad, especialmente contundente: “Dios, glorificado y ensalzado sea, ha dicho: “¡Hijo de Adán!, te He
asestado tres golpes: la pobreza, la enfermedad y la muerte; pero a pesar de
ellos te mantienes insensato”. Estas tres situaciones esenciales dan al ser
humano la oportunidad de encararse a su precariedad e insignificancia, y
rendirse a la Majestad de Al·lâh; y pueden ser también motivo de honda reflexión,
pues nos revelan lo insondable de Al·lâh en su doble cualidad de transcendencia,
al hacerse evidente que el poder real sobre nuestra vida y nuestra muerte no
nos pertenece, y, a la vez, de inmanencia, al tener como escenario estas tres pruebas
nuestro propio cuerpo, nuestro propio ser.
Hemos
dicho que estos tres golpes son manifestación de Su Majestad (jalâl), pero, aunque a primera vista pueda
parecer paradójico, lo son también de Su Bondad (jamâl). Dice otro hadîz
del Profeta Muhámmad: “Cuando Dios ama a
los hombres, los pone a prueba”; y aún otro que reza así: “No es creyente verdadero aquel que no
considera la prueba como una gracia, y la facilidad como una desgracia”. Y
es que el musulmán entiende que cada acontecimiento vital ha de ser vivido
desde el ángulo de la progresión espiritual y ser por tanto considerado como una
gracia de Él. La prueba, sea cual sea, es vivida entonces sin amargura; incluso,
como nos muestran los awliyâ, hombres
santos y verdaderos, con felicidad o contentamiento. No en vano dice el Corán
en la azora 29.2: “¿Piensan los hombres
que se les dejará decir: “¡Creemos”, sin ser probados?”
El
derviche, conocedor de todo ello, no sólo acepta los envites que le plantea la
vida, sino que, con toda su conciencia, vive en permanente estado de prueba o
de reto. Mawlânâ Rûmî pone en boca de un amante de Él: “Me arrepiento de haber intrigado para escapar y huir de lo que su
cólera deseaba” (1). Y es que el
derviche sabe que sólo en los límites, en los retos, se encuentra la fuerza que
transmuta la oscuridad en luz: “¿Cuándo
me he transformado en algo inferior al morir?....El Agua de la Vida está oculta
en (la tierra de la oscuridad)” (2).
A
propósito de esta actitud vital del derviche, Mawlânâ, en el tercer volumen de
su Masnawî, cuenta, con una mezcla irresistible de ternura, humor y lucidez, una
deliciosa historia acerca de unos garbanzos hirviendo dentro de una cazuela,
saltando desesperadamente para intentar escapar del fuego. Como puede
adivinarse, los garbanzos no son otros que cada uno de nosotros mismos, o, si
se prefiere, en un plano aún más interior, nuestros mecanismos de impaciencia
que hacen lo posible para huir de las cuitas de la aflicción. Ante su intento
de escapar, el ama de casa que los cocinaba, agitando su espumadera, le dijo a
uno de ellos: “hierve bien y no escapes
de quien hace el fuego. No te hiervo porque te odie, sino para que adquieras
sabor y te conviertas en nutriente mezclándote con el espíritu (vital): tu
aflicción no es a causa del desprecio…debes buscar entregarte. Sigue cociendo
en el sinsabor, oh garbanzo, para que no te queden ni la existencia ni el yo” (3). El garbanzo, al comprender el sentido
de cuanto le ocurría, contestó: “Puesto
que es así, señora, herviré con alegría: ¡ayúdame de verdad! En este hervor tú
eres, por así decir, mi arquitecto: golpéame con la espumadera pues golpeas
encantadoramente” (4). Con la figura
de la cocinera, Mawlânâ pone de manifiesto la necesidad de un guía que nos
conduzca por el intricado camino que ha de llevarnos al mundo del auténtico
sabor. Pero no cualquiera que se ponga ante los fogones será apto para “guisarnos”: sólo aquél que, habiendo
estado crudo, ha sido cocinado a fuego lento hasta quemarse, podrá acompañar el
camino de los demás. Por ello son cruciales las palabras del ama de casa cuando
le dice al garbanzo: “Durante mucho
tiempo bullí en el tiempo; durante otro largo período en la cazuela del cuerpo.
Por razón de estos dos hervores me convertí en fuerza para los sentidos: me
volví espíritu y después fui tu maestra” (5).
Si
Mawlânâ pudo escribir con tal finura acerca de nuestros más íntimos resortes,
fue seguramente porque los conoció de primera mano. Shams al-dîn Tabrîzî, fue
para Mevlânâ la figura por excelencia del iniciador que sabe exactamente
aquello que el alma de su discípulo necesita. Como explica Leili
Anvar-Chenderoff, Shams,
conocedor de la conmoción que causó en Mevlânâ, anduvo con él un trecho que
tuvo su tiempo de espera, su tiempo de encuentro, y su tiempo de separación, a
sabiendas de que esta última era una etapa esencial en su andadura hacia el Amor.
Es por ello que Shams, aun conociendo la hondura del dolor que su ausencia
provocaría en Mawlânâ, escribió estos hermosísimos y conmovedores versos:
"Aquél que no deseaba,
Que estaba lejos de mí,
No eras tú.
Era tu enemigo, y por ello te
hice sufrir,
Porque no eras tú.
¡Cómo podría yo desear hacerte
sufrir,
Cuando temería herirte con mis
pestañas si besara tus pies!" (6)
Notas:
(1)
a (5) Rûmî, Masnawî, volumen 3,
versos 4159 y ss.
(6)
Shams al-dîn Tabrîzî Mohammad, Maqâlât, ed. ‘Alî Movahed, Khawârazmî,
Teherán, 1369/1990. Maq. 99-100.
Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora de las actividades del 'Institut d'Estudis Sufís' y directora de la escuela musical 'Baraka. Música con alma'.