Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

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Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

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miércoles, 30 de mayo de 2012

Rûmî y Yunus Emre, dos poetas universales


De Mevlânâ Rûmî a Yunus Emre
(El legado cultural y espiritual del sufismo turco)

Halil Bárcena


Son los poetas, siempre los poetas y solamente los poetas, quienes saben decirlo todo mejor. A ellos les asiste el don por excelencia de la Palabra. Pero, no de cualquier palabra, sino de la Palabra con mayúsculas, puesto que lo suyo nada tiene que ver con el bla bla bla al uso que marea el lenguaje para, a la postre, no decir nada. La suya, la de los poetas, es esa palabra esencial que contiene lo esencial de la palabra, que no es otra cosa que el silencio creador. Y es que la gran poesía, como la gran música, tiene que ver con el silencio más que con las palabras. Decía el poeta turco contemporáneo Fazil Hüsnü Daglarca: “Poesía es lo que queda cuando desaparecen las palabras”.

La palabra del poeta sufí -la de los dos ejemplos que hoy nos convocan: el persa de nacimiento, aunque turco de adopción, Mevlânâ Rûmî (m. 1273), inspirador de la escuela sufí de los derviches giróvagos, célebres por el sema, el oratorio musical que incluye la danza circular; y el turco Yunus Emre (m. 1321), una de las expresiones más logradas, tal vez la mejor, de lo que podríamos denominar la ‘cultura anatolia’, en la que convergen la profundidad de la espiritualidad islámica y la ancestral espiritualidad turca impregnada de valores chamánicos-; la palabra del poeta sufí, digo, es una palabra genesíaca y reveladora. Genesíaca, en tanto que generadora de nuevos mundos y posibilidades del vivir humano. Reveladora, ya que levanta el velo que cubre la naturaleza real de las cosas, lo que somos, eso que siempre hemos sido y a menudo olvidamos. No en balde, el poeta sufí irrumpe en el mundo para recordarle al ser humano lo esencial: que es mucho más de lo que piensa y mucho menos de lo que se cree.


Pero, también es la palabra del derviche, tanto la de Mevlânâ como la de Yunus Emre, una protesta deslumbrante frente a quienes reducen lo espiritual a lo religioso y lo religioso a lo jurídico, es decir, al cumplimiento (¡cumplo y… miento!) de un formalismo huero y de un moralismo castrante. Un grito de protesta frente a los que pretenden monopolizar la verdad, como si la verdad fuese algo tangible que se pudiera poseer, como quien posee un objeto cualquiera. En suma, una protesta deslumbrante ante quienes confunden vivir con producir y priman el cumplir frente al comprender, el tener en detrimento del ser. Mevlânâ Rûmî y Yunus Emre, cada uno a su manera: el primero mediante una poesía más culta, inspiradora más tarde de la llamada literatura turca del diwân; el segundo, fiel cultivador de las formas poéticas turcas más populares, encarnan mejor que nadie una particular vivencia interior, más allá de las formas religiosas, cuya rebeldía e inconformismo les condujo a chocar en no pocas ocasiones con el poder religioso imperante. Escribe Yunus Emre, por ejemplo:

“Yunus Emre le dice al sabio religioso:
Acaso mil veces debamos peregrinar a La Meca,
Pero mejor que todo de ello
Es penetrar en un corazón”.
        
El de Mevlânâ Rûmî, más específicamente, es un arte poético de la insinuación, expresamente ambiguo, en el que nada se define, limita o acota de una vez por todas, sino que todo se apunta y sugiere, todo permanece abierto, nada posee una sola lectura. Se diría, por momentos, que pretende sorprender al interlocutor mediante expresiones que, a la manera del ko’an japonés, persiguen confundir las facultades lógicas y producir así una comprensión no discursiva del sentido real de las palabras pronunciadas. 


Así pues, mediante giros y cabriolas verbales, llevando cada palabra al límite de sí misma, a su finisterre semántico, persigue el poeta sufí, Mevlânâ o Yunus Emre, mostrar no ya las palabras ocultas en las palabras, ni tampoco su intimidad o sus voces subterráneas, sino el silencio inefable del que éstas brotan y al que irremisiblemente remiten, consciente de que las palabras se quedan en la orilla, como acostumbran a mencionar los propios sufíes. Y es que resulta que el lenguaje, la palabra en suma, es tanto una jaula como una trampa, cuando se trata de decir y predicar la experiencia íntima, silenciosa, inefable, de lo que los propios sufíes designan como el Amigo divino.

El lenguaje discursivo encuentra sus topes, toda su propia futilidad, y es entonces cuando calla, cuando se silencia. En cierto modo, la música hace acto de presencia, justamente, para decir, o al menos insinuar, lo que la palabra es incapaz de verbalizar. He ahí el sentido de la música sufí. La música comporta una relación de carácter auditivo con el ámbito nouménico, con una armonía suprasensible y supraaudible. El oído atento del derviche tiene noticia a través de las melodías musicales de un algo más escondido, substancial y silencioso.

Sólo a través del hechizo musical puede el hombre vislumbrar la realidad realmente real, lo que verdaderamente es, si bien dicha experiencia sólo esté al alcance de quien previamente ha despertado y permanece atento; aquél que ha silenciado, que ha acallado la cacofonía de su ego, vaciándose de todo rumor y desasosiego mundanos, lo cual supone ir más allá de las limitaciones humanas. El oído atento, que tanto en Rûmî como en Yunus Emre, es siempre el oído del corazón, percibirá en la música algo más, algo que es esencial, que está dentro de la propia música, y que es silencioso. Tan sólo de este modo musical podrá cumplir el hombre el imperativo pindárico de llegar a ser lo que de hecho ya es. De ahí que, para los derviches turcos, como el viaje espiritual sea siempre un viaje de retorno, de (re)conocimiento, de vuelta a casa, a un hogar conocido aunque olvidado. Nada más que a través de la música y no mediante la piedad religiosa o el moralismo (no sirve aquí con ser bueno o pretenderlo), ni tampoco mediante el racionalismo discursivo (no digo ya la razón; al fin y al cabo, la experiencia espiritual no es jamás irracional, a lo sumo suprarracional). Dice Mevlânâ a propósito del valor de la música: “En las cadencias de la música se oculta un secreto. Si yo lo revelara, trastornaría el mundo”.


Una música que encanta, que hechiza, que fascina. Una música que, dada la tarea que pretende, es, indefectiblemente, sacra. Una música que, como el amor, cumple lo imposible. Una música que comporta y exige un total vaciamiento interior o fanâ’. La música brota del silencio y va a parar de nuevo al silencio. El derviche se desubjetiviza mediante la música, sabedor que, como canta el propio Mevlânâ, el maestro persa de Konya: “No ser nada es la condición que se requiere para ser”.

Cada vez más se prodigan actos que vienen a corroborar el reconocimiento institucional del que goza el sufismo internacionalmente. Dice así un viejo adagio repetido por los derviches bektashíes turcos: “El sabio, cuando lo es de verdad, lo es para todo el mundo”. En ese sentido, Mevlânâ Rûmî y Yunus Emre, pertenecen, antes que nada, al acervo literario y espiritual turco, por supuesto que sí, pero en tanto que sabios del más alto rango, nos pertenecen a todos, son patrimonio espiritual y literario, humano en definitiva, de todos.

Así, no está de más recordar que, el año 2007, fue declarado por la UNESCO «Año Internacional Rumí», en conmemoración del 800 aniversario del nacimiento del maestro sufí de Konya  inspirador, como ya hemos apuntado, de la escuela sufí de los derviches giróvagos, célebres por el sema, la danza circular incluida, a su vez, el año 2003, en el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la UNESCO. Pero, ya antes, Yunus Emre había corrido la misma suerte. El año 1991 fue declarado por la UNESCO el "Año Internacional Yunus Emre", con motivo del 750 aniversario  del nacimiento del poeta turco, tan querido por los turcos de toda condición. 


Indudablemente, dicho reconocimiento internacional del sufismo a través de las figuras emblemáticas de Mevlânâ Rûmî y Yunus Emre le debe mucho al carácter humanista, universalista, cordial e integrador de ambas figuras, algo que no tiene precio en unos tiempos tan convulsos y en plena ebullición como los presentes, marcados por el entrecruzamiento no siempre cómodo de culturas y religiones que han vivido durante siglos dándose la espalda cuando no luchando entre sí a brazo partido, con el consiguiente empobrecimiento de todas ellas. Hoy, son precisos hombres y mujeres que sumen y no que resten, que integren y no que excluyan. Y esos son los derviches herederos de Mevlânâ y de Yunus Emre. Canta Mevlânâ Rûmî:

“Ven, ven, seas quien seas, seas lo que seas.
Incluso si eres un pagano, un adorador del fuego o un ateo, ven.
Aunque hayas roto mil veces tu palabra, ven.
La nuestra no es la morada del reproche, sino la del amor”.    


Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)