Los sufíes de raigambre persa, Mawlânâ Rûmî entre ellos, poseen una expresión harto llamativa para designar a la que, sin duda, es una relación humana única, aquella que une a maestro (pîr) y discípulo (murîd) en el transcurso de la senda interior. Ham-dam, que en persa quiere decir literalmente 'mismo aliento', es como se conoce ese tipo de relación, insisto, única. Y es que, en efecto, pîr y murîd comparten el mismo aliento, como si ambos fuesen carne de su carne. Con todo, es sabido que la palabra persa dam también significa 'instante', con lo que podría decirse que maestro y discípulo comparten no sólo el aliento sino el mismo instante. Dicho de otro modo, pîr y murîd se hallan, por así decir, en una misma longitud de onda, de tal manera que entre ambos buena parte de la enseñanza sea transmitida en silencio, a través del gesto, de una sonrisa o la mirada. Y es que, al contrario de lo que suele pensarse, el recurso a la palabra indica muchas veces carencia de sintonía interior. La palabra es comunicación, sí; pero el silencio, comunión. Ya se sabe, además, que quien no entiende un silencio, una mirada o una sonrisa, es incapaz de comprender una larga explicación. La sensibilidad espiritual, la madurez en la senda, se mide más por los silencios que por las palabras. Y es que nada hay más elocuente que el silencio de un sabio. Pîr y murîd comparten aliento e instante; también secretos, justo como si de un par de amantes se tratara. Con todo, la suya no es una relación a escondidas. Dice el romance del Conde Arnaldos: "Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va". Pues bien, ese es, justamente, el secreto que comparten pîr y murîd, la melodía silenciosa del amor, que no todos los oídos son capaces de percibir.
Ham-dam alude, pues, a un tipo de relación única, basada en el amor incondicional, algo muy poco habitual en los tiempos que corren. Pero es única dicha relación porque es único todo cuanto tiene que ver con la senda sufí del amor. Dice, nuevamente, Rûmî: "Todo lo que yo he hallado aquí no lo encontraría en ningún otro lugar". Mal que nos pese, el vino de marca que se sirve en la taberna derviche no se puede paladear en otro lugar. Ciertamente, la vida es compartir y nos hacemos humanos en la relación con el entorno y los demás, ya sean nuestros padres, amigos, conocidos o esos personajes anónimos con los que nos tropezamos en la vida casi por azar. En ese sentido, pero sólo en ese sentido, podemos afirmar que aprendemos de todo y todos, a condición de que estemos abiertos a cuanto acontece. Sí, eso es cierto, pero aquí hablamos de otra dimensión del vivir. Cuanto acabamos de decir no sustituye a la figura única del pîr, puesto que lo que él comparte, su canción, es un tesoro que sólo él es capaz de transmitir. Sólo los espirituales, y nada más que ellos, nos hablan de la perla del conocimiento. De todos apredemos muchas cosas, sí, pero sólo de quien se ha dado a sí mismo hasta el anihilamiento más radical es posible aprender eso, justamente, el amor que no sabe de límites. Lo que enseña el pîr, el guía espiritual, es, pues, único y sólo a su lado, en su presencia humilde y poderosa, poderosa y humilde, es posible degustarlo. La perla que el pîr ofrece desinteresadamente no se halla en un mundo cuya moneda de cambio es el interés egoísta, tantas veces camuflado tras las palabras amor, amistad e, incluso, espiritualidad. Sin embargo, no vale llevarse a engaño. Nadie puede dar un paso por nadie en la senda sufí; tampoco el pîr, aunque, puntualmente, como ya hemos visto, pueda asumir la enfermedad de otro. Lo dice el refrán popular. Quien desee peces, perlas en este caso, ya sabe lo que tiene que mojarse.
Evidentemente, lo aquí descrito tomaba como referencia al pîr digno de dicho nombre y no a los falsarios. La expresión ham-dam hace referencia, lo hemos dicho, a un tipo de relación humana única e infrecuente. También hallar a un verdadero pîr resulta una experiencia única e... ¡infrecuente! Y es que lo que abunda (¡también entonces, en el siglo XIII!) es la copia, no el original, algo que tampoco se le escapó al propio Rûmî: "Entre los que llevan el manto de derviche sólo hay uno auténtico". Pero este es otro tema al que nos referiremos en momento más propicio.