Caligrafía, arte de la letra sonora
Halil Bárcena
La caligrafía o hatt constituye la manifestación artística más importante en el ámbito del islam. No en balde, se trata de una tradición librocéntrica, en la que la palabra coránica, tanto escrita como dicha, está en el eje de todo el vivir humano. Con todo, en el ámbito del sufismo mevleví, nada hay má cercano a la caligrafía que la música del ney. En definitiva, ambas expresiones artísticas, música y caligrafía, usan como instrumento material un mismo elemento, una caña que en la caligrafía deviene una pluma o qalam y en la música un ney. La tinta de la pluma del calígrafo o qalam es el equivalente de las melodías musicales que el ney exhala.
En el arte islámico, la caligrafía islámica ha sido concebida para ser música para la vista, de ahí que pueda ser considerada como un verdadero arte de la palabra sonora. Música y caligrafía siguen unas mismas reglas compositivas. Ambas poseen una faceta métrica, rítmica y armónica. en ese sentido, los distintos maqâmât (plural de maqâm) o modos musicales propios de las músicas islámicas, podrían ser comparados a los diferentes estilos caligráficos. Cada maqâm musical posee unas características específicas insustituibles e inintercambiables que le confieren un sabor preciso. Pues bien, lo mismo ocurre con cada uno de los diferentes estilos caligráficos. Así, la extensión o el acortamiento de la longitud de la unión de las letras es para el ojo como la prolongación o el acortamiento de la duración de un sonido para el oído.
El calígrafo musulmán es consciente que, para hacer música con las letras, el espacio entre ellas y las palabras es primordial. Algo parecido sabe el neyzen, el intérprete de ney. Los espacios vacíos son instantes llenos, pero ¿llenos de qué? Pues, de silencio. Por último, la caligrafía islámica, al igual que las distintas músicas islámicas (árabe, turca, persa, azerí o hindustaní), apuestan por la repetición de determinados elementos, caligráficos en un caso, sonoros en otro, a fin de promover lo que los sufíes denominan un hâl, un estado de conmoción en la persona que le conduzca a tener noticia, aunque sea por un breve instante, de la dimensión absoluta de la realidad, eso que Rûmî llamaba el Amigo.