Mil y un cuentos de la nocheHalil BárcenaAl igual que otras grandes obras de la literatura universal, Las mil y una noches sobrevivió a años de olvido y de rechazo, hasta que le llegó la hora del reconocimiento, en Occidente, durante el siglo XVIII. De sus orígenes oscuros, de su contenido diverso -que incluye desde cuentos maravillosos hasta novelas esotéricas, amorosas o de caballería-, y de su difusión en Europa a partir de 1717 trata el siguiente artículo, que no persigue otro objetivo que el de despertar en el público el deseo de reencontrar esta obra magistral,
muy poco leída en nuestros días.
Tratamos aquí de Las mil y una noches, mirífico monumento literario, "única obra árabe", en palabras de Emilio García Gómez, "incorporada de veras [tras no pocas vicisitudes, todo sea dicho] al acervo de la literatura universal" (1). De su azarosa vida en el decurso del tiempo, así como de los múltiples intríngulis que menudean en sus páginas, trataremos de hacer un esbozo en el corto espacio del que disponemos.
¿Por qué mil y una noches?
El título de la obra no indica, como pudiera pensarse, el número de cuentos que ésta contiene. Antes bien, hace referencia al intervalo de tiempo, mil una noches, en el que aquéllos son narrados. Es, en definitiva, un título simbólico, que persigue sugerir en el oyente o lector la idea de gran cantidad de noches. Se sabe que dicho título no fue sino el resultado de una evolución, coincidente, a su vez, con la progresiva adición de nuevos relatos al tronco primigenio. Primero fueron veinticinco noches, más tarde cien, después mil, bajo influencia persa, hasta llegar, en torno al siglo IX, a las mil y una noches árabes, tal como hoy las conocemos.
Esta última mutación podría haberse debido, según apuntan algunos arabistas, Juan Vernet entre ellos (2), a la repugnancia que los musulmanes experimentan ante las cifras redondas. Otros, sin embargo, creen ver en el modismo turco bin-bir (mil y uno), que se utiliza para designar gran número, el verdadero origen del título de Las mil y una noches. Sea como fuere, conviene retener, eso sí, que se trata de un título que se halla preñado de resonancias simbólicas, incubadas en el pozo milenario de unos pueblos a los que comercio y religión unió desde bien pronto.
La astucia de Shahrazad
La engañosa unidad del libro, internamente muy complejo, ya que amalgama diversas tradiciones populares provenientes de culturas distintas, se deriva de la presencia en él de una mujer excepcional, sagaz e inteligente, cuyo nombre es Shahrazad. Ésta, con la inestimable ayuda de su hermana Dunyazad, logrará, no sin empeñar en la empresa buenas dosis de astucia, distraer, primero, y convencer, después, al rey Shahriyar para que no la mate, costumbre en él tras yacer con sus amantes.
De esta forma tan expeditiva, el monarca evitaba que ninguna mujer pudiese engañarle con hombre alguno, como había osado hacer su esposa con un negro, en plena corte y ante la mirada del personal de palacio. A Shahriyarno no le seducía la idea de pasar de nuevo por un marido burlado, y eliminar a la mañana siguiente a todas y cada una de las mujeres vírgenes con las que copulaba durante sus noches le pareció, a fin de cuentas, el proceder más certero.
La treta de Shahrazad, para salvar su pellejo, consistirá en camelar al monarca, una vez éste haya paladeado el néctar del amor. La mujer le relata subyugantes historias cuyos protagonistas son amabilísimas odaliscas de incomparable belleza; magos capaces de formular los más intrincados sortilegios; caballos de ébano; jinns, ifrids, márids (3), y toda suerte de genios y espíritus, bondadosos unos y otros malvados a más no poder. El caso es que Shahrazad suspende el relato en su punto más álgido, cuando los primeros rayos de sol despuntan al alba. De esa manera tan cuca, preludio de lo que hoy es, sin duda, uno de los recursos narrativo-visuales más utilizados en los folletines televisivos, la mujer consigue el perdón del rey, quien le pide a ésta que regrese al lecho con él noche tras noche aguijoneado por la curiosidad de saber cuál será el desenlace final del relato aplazado.
Al cabo de mil y una noches rendido al arte amatorio y a la poética hechicera de Shahrazad, el rey declinará ejecutar a la mujer, cuyo vientre, mientras tanto, habrá alumbrado nada más y nada menos que tres criaturas. dicha rendición del monarca supone el triunfo sin paliativos de la magia a través de la palabra. Afirma al respecto Pietro Citati: "En su origen, el narrar es un don femenino, la palabra que una mujer dirige a otra, mientras el hombre escucha. Shahrazad comienza sus relatos cuando la oscuridad anuncia lejano el día: ligado al eros, a los demonios, a los fantasmas y las lenguas secretas, el cuento brota en la noche, vive de la noche, pero vence a las tinieblas, y cada vez da nacimiento al día para quienes hablamos y estamos escuchando" (4). El origen de las Noches
Es el siglo IV de la hégira islámica, el X de nuestra era, el que nos ofrece, si bien de soslayo, los primeros testimonios conocidos sobre Las mil y una noches. El librero bagdadí Ibn an-Nadim señala en su Kitâb al-Fihrist (Catálogo de Obras conocidas), escrito en el año 978: "Los primeros en componer novelas de aventuras, en reunirlas en forma de libros y en guardarlas en bibliotecas fueron los antiguos persas (...). El primer libro del género fue el Hezar afsané, que quiere decir Mil cuentos de aventuras" (5). An-Nadim dice más adelantre: "De otro lado, debo añadir que Muhammad al-Jahshiyarí [alto funcionario del califato de Bagdad], autor del Kitâb al-Wuzarâ' [Libro de los Visires], había empezado a componer un libro reuniendo mil historias escogidas de entre todas las que árabes, persas, griegos y otros pueblos recitaban para amenizar sus veladas" (6).
Por su parte, al-Masûdí, famoso historiador, antólogo y polígrafo, también del siglo X, refiere en su obra Muruch ad-Dahab (Praderas de Oro): "Nos han llegado libros a partir de traducciones del persa, del sánscrito o del griego (...). Tal es el caso de la obra llamada Hezar afsané, que significa en árabe Alf jurafâ' [Mil cuentos de aventuras], ya que afsané es el equivalente persa de jurafâ'. Este libro es conocido por el público con el título de Alf Layla wa Layla (Mil y una Noches), y narra la historia de un rey, de su hija y de la nodriza de ésta: Shirazad y Dinazad" (7).
Estos textos fundacionales de nuestro conocimiento sobre Las Mil y una Noches merecen ser mirados con lupa, ya que en ellos se abordan cuestiones esenciales, algunas incluso no esclarecidas del todo aún hoy en día, acerca de la organización del libro y del rango que éste ocupa en el conjunto de las letras árabes. Sin embargo, dicha tarea excede, por razones obvias, los límites de este artículo, por lo que baste de momento con mencionarlos y quede, pues, su análisis para mejor ocasión.
Cajón de sastre
Las Mil y una Noches constituye, según Julio Samsó, un "inmenso cajón de sastre en el que cabe de todo en materia de cuentos" (8). Esta obra reúne un caudal legendario indoiranio que se ha nutrido tanto de influencias judaicas como grecolatinas. Bajo forma persa, pasó a la cultura árabe en las medianías del siglo VIII de nuestra era, coincidiendo con el tránsito del califato omeya al abbasí y el trasvase de la capitalidad islámica de Damasco a Bagdad; si bien fue rechazada de plano por los propios literatos árabes -más adelante veremos por qué-, a resultas de lo cual malvivió durante siglos en el más lacerante apartamiento.
Nos hallamos, pues, ante un verdadero mosaico en el que se inserta toda suerte de relatos correspondientes a los distintos pueblos que en un momento u otro de la historia les dieron cobijo. Cabe pensar, no obstante, al comprobar la disparidad de temas y de géneros consagrados en sus páginas, que Las Mil y una Noches es, además de mosaico, crisol en el que se reflejan los usos y costumbres morales de dichos pueblos. A santo de qué si no, habríamos de hallar, junto a narraciones atacadas por la más pacata gazmoñería piadosa, historias cuya procacidad amorosa es capaz de desbordar los límites de cualquier moral, por muy poco restrictiva que ésta sea.
El abanico temático de la obra es vastísimo. Comprende cuentos maravillosos -"Los viajes de Sindbad el marino", si bien éste fue en un principio un libro independiente de Las Mil y una Noches-; novelas de caballerías -"Historias de Achib, Garib y Sahim al-Layl"-; novelas didácticas -"Historia de la esclava Tawaddud", que tan buena prédica tuviera en la literatura hispánica medieval, según constató Menéndez Pelayo (9)-; novelas esotéricas -"Historia de Hasib Karim al-Din"-; novelas amorosas -éstas ocupan una parte fundamental en el conjunto de la obra y entre ellas se pueden espurgar historias de relaciones heterosexuales, homosexuales, incluida su vertiente lesbiana, y hasta pasajes del más puro bestialismo-; novela picaresca -"Baybars y los dieciséis policías"-, y fábulas edificantes de toda índole. Las Noches contienen intercalados, a su vez, un total de 1.400 versos, 170 de ellos repetidos, obra de 350 autores, en lo que algunos especialistas han querido ver influencias indias.
Razones para un olvido
Pero el mayor enigma que envuelve a Las Mil y una Noches es el de su olvido y marginación. Habiéndose tratado de una obra ampliamente conocida en el siglo X por parte del público cultivado y de los trajinantes de libros de la época, pasará en un corto espacio de tiempo a engrosar el cuarto oscuro de la memoria literaria árabe, hasta su redescubrimiento en Occidente, ocho siglos después. Las prevenciones que ya en el siglo X circulaban por los cenáculos literarios de Bagdad o El Cairo contribuirán sobremanera a estigmatizar el libro. Son sus primeros anotadores, los ya antes citados Al-Masûdí e Ibn an-Nadim, los que más pronto y con más saña afilan su verbo contra Las Mil y una Noches. El primero tacha de inventados, falsos y fatuamente embellecidos los diferentes cuentos que engrosan la obra. El segundo, por su lado, afirma que se trata de un libro indigente y de expresión huera. Ambos consideran la escritura como un acto serio y no como un mero ejercicio de recreación imaginativa. Todo escritor que se precie de serlo, según el gusto que ellos mismos pretenden estandarizar, ha de cultivar un cierto estilismo literario. En tal sentido, Las Mil y una Noches, y otros libros de fábulas y cuentos similares, exhiben carencias imperdonables, entre ellas, una oralidad demasiado acentuada, como consecuencia de su carácter popular y de los conductos a través de los cuales fue transmitida.
La literatura del placer -tenida por menor, poco edificante y hasta peligrosa- y la seria entran en colisión el siglo X, a decir del arabista francés André Miquel (10). Efectivamente, el clima intelectual que caracteriza la décima centuria viene marcado por unas condiciones especiales. Se acaba de echar el cerrojo a la puerta del razonamiento personal (ijtihâd), y la única vereda plausible que resta por recorrer es la de la imitación (taqlîd) y la aceptación incondicional de las autoridades. No es de extrañar, pues, el refrendo que hallaron los asertos de Ibn an-Nadim y Al-Masûdí.
Las Mil y una Noches hubo de pechar, al mismo tiempo, con el lastre de su extranjería, por mucho que hubiese pasado por el cedazo árabe al ser traducida a dicha lengua. Paralelo a ello le delataban sus raíces no musulmanas, circunstancia ésta que, cómo no, contribuyó aún más a su silenciamiento. Escandalizaba al respecto el hecho de que en sus páginas hiciesen acto de presencia animales con capacidad de hablar, cuando la palabra era considerada por la ortodoxia islámica como un don reservado en exclusiva al hombre por la gracia de Dios.
Grosso modo, éstos son algunos de los factores que coadyuvaron al arrinconamiento del libro y a su inclusión en lo que hoy llamaríamos la serie B de las letras árabes. Gracias a la política conservacionista de Oriente, especialmente de Egipto y Siria, aun tratándose de obras secundarias, el tesoro de Las Mil y una Noches fue guradado para bien de toda la humanidad.
Y en eso llegó Galland
Las Mil y una Noches se convirtió en un objeto de culto para los escritores románticos occidentales, a partir de su difusión en Europa, merced a la traducción al francés -primera que se realizaba a una lengua europea, aunque parcial, eso sí- efectuada por el orientalista francés Antoine Galland (1646-1715), entre los años 1704 al 1717. Se sabe que Galland contó con la impagable colaboración de Hanna, maronita de Alepo, quien le facilitó, bien de forma oral, bien escrita, las historias de las Noches. Dicha versión cosechó un éxito sin parangón. Tal es así que se llevó a cabo una veintena de de reediciones a lo largo de todo el siglo XVIII. A partir de la traducción de Galland, Las Mil y una Noches se vierte en la misma centuria al inglés, holandés, alemán, italiano, danés, griego, ruso, flamenco y yiddish. En el siglo XIX se añadirán a tan florido palmarés el sueco, el portugués, el polaco, el islandés, el rumano, el el húngaro y, al fin, el español.
El libro de Galland supuso un hito capital en el procesod e guadianización de Las Mil y una Noches. Gracias a la tarea del abad francés el texto árabe emergía de su enterramiento secular. Ello no fue suficiente, a pesar de todo, para que el nombre de Galland fuese tenido en consideración. Según lamenta el investigador francés Georges May (11), su compatriota es hoy al más cerril ninguneo. Dos son las objeciones que la crítica le ha achacado a Galland. Por un lado, la escasa rigurosidad a la hora de traducir y, por otro, la arbitrariedad de su recopilación, a todas luces incompleta. Amabas críticas son pertinentes. En lo que hace a la primera de ellas, salta a la vista su mojigatería a la hora de almibarar los mno pocos episodios rendidos al sexo en la obra original. De ahí que la suya sea más bien una adaptación al gusto francés de la época de Luis XIV, que una traducción fiel al espíritu del texto primigenio. No menos cierto es que su Mille et une nuits. Contesa rabes traduits en français par Mr. Galland no representa para nada la monumentalidad de la obra. Sin embargo, ello no ha de ensombrecer la trascendencia de su libro, texto que en su época cumplió la función de vulgata.
El corpus de Las Mil y una Noches quedó pergeñado en el siglo XVI en Egipto, si bien hay quien lo sitúa dos centurias más tarde. Seis son las ediciones en árabe que aparecen a lo largo del siglo XIX: la primera de Calcuta (1814-1818); la de Breslan (1826-1843); la de Bulaq; la segunda de Calcuta -muy similar a la de Bulaq-; la de los padres jesuitas de Beirut (1880-1890), y, por fin, la ZER, manuscrito egipcio que ha servido de base a tantas cuantas traducciones del árabe se han hecho al resto de lenguas del mundo. Cosa curiosa, la ZER no incluía cuentos tan populares a la postre como "Alí Babá y los cuarenta ladrones" o el de "Aladino". Es a partir de entonces, espoleada por la admiración que Occidente le presta a las Noches, cuando la casta intelectual árabe comienza a tomar conciencia del incalculable tesoro que posee.
A lo largo del siglo XIX, las Noches conoció varias traducciones directamente del árabe al inglés. Las más famosas fueron las de Lane (1839-1841), Payne (1882-1884) y Richard F. Burton (1885-1888). Lo mismo ocurrió en Alemania, traducidas por Weil y Littman. En Dinamarca se tradujo en 1824. Por otro lado, la primera versión rusa efectuada teniendo como base la ZER data de 1929-1936 (Salyei y Kravkovskij) y de 1948 la italiana (Gabrieli).
Las Noches en EspañaLa primera traducción completa del árabe existente en castellano de Las Mil y una Noches es la realizada por el insigne arabista catalán Juan Vernet, publicada en 1964 con un prólogo muy interesante (12). Está basada en la quinta edición, del año 1906, de la Imprenta Sarafiyya de El Cairo, y la de la edición (s.a.) de la Dar al-Kutub al-Arabiyya, coincidente con la ZER, En 1965, los también arabistas Juan A. G. Larraya y Leonor Martínez Martín publican una versión íntegra de las Noches, si bien basada en la edición de Bulaq (13). Con anterioridad, el lector español podía echar mano de la versión volcada del francés por el novelista Vicente Blasco Ibañez, publicada, sin año, en la editorial Prometeo. Ésta no era sino una imitación con ligeros retoques de la traducción francesa efectuada por el médico cairota Mardrus, lo cual no fue óbice para que gozara de una enorme difusión en los años previos a la contienda civil española, al igual que el resto del fondo editorial publicado por Prometeo. Menos proyección que la versión del escritor valenciano tuvo la traducción de rafael Cansinos Assens publicada en México en 1954-1955, de la cual Jorge Luis Borges alabó su gusto compositivo y su enjundia literaria, aunque tampoco ésta había tenido a la ZER como fuente referencial.
Capítulo aperte merece la suerte que algunos de los cuentos de las Noches corrieron en suelo español. Si es cierto, como hemos visto anteriormente, que el libro de Galland fue la primera traducción a una lengua occidental de una buen parte del conjunto de las Noches, no lo es menos que algunos escritores españoles del medievo y del renacimiento -Jacob ben Eleazar de Toledo, por ejemplo- conocían ya desde el siglo XIII, como dejara escrito Menéndez y Pelayo, la temática, en unos casos y el contenido completo, en otros, de no pocos cuentos de las Noches. Una vez más, la Península hacía las veces de engarce cultural entre Oriente y Occidente.
Las Noches, hoy
¿Quién de nosotros ha leído de cabo a rabo La Ilíada o La Odisea o Las Mil y una Noches? Y, sin embargo, ¿quién ignora los nombres de Aquiles, de Ulises o de Shahrazad? La suerte de las obras clásicas es bien curiosa. Permanecen en la memoria de todos, pero casi nadie las lee hoy en día, y los que se aventuran a hacerlo, como mucho, consumen fragmentos previamente seleccionados (el lector infantil, entre ellos, que had e digerir las versiones de versiones de versiones, la mayoría falseadas y edulcoradas, que los adaptadores de turno preparan especialmente para uso adolescente).
Las Noches es, en lo bueno y en lo malo, la imagen que nosotros guardamos del Oriente islámico, el tópico que se alimenta, sabe Dios desde cuándo, a base de exotismo, lujo, fantasías, sexo y ensueño. Hoy es el sambenito que los reseñadores de libros cualgan a todo autor para ellos exótico, el cliché que la literatura étnica, esto es, no occidental, pasea. Así, Las Mil y unas Noches sirve por igual para referirse a escritores tan dispares entre sí como el egipcio Naguib Mahfûz, el marroquí Tahar Ben Jelloun, el indio Amitav Gosh o el sirio Rafiq Schami.
Aviso para navegantes
Los lectores que movidos, quizás, por la lectura de estas líneas, deseen emprender la aventura de sumergirse en todas y cada una de las mil y una noches de amor y cuentos de Shahrazad y Shahriyar, han de saber que hacia el siglo XVIII una superstición popular advierte que aquel o aquella que quiera leer todo el libro de las Noches fallecerá antes de concluir la lectura. El autor de este artículo aprovechó una reciente estancia en la Universidad Mohammed V de Rabat para atacar por fin todas las Noches. Llegado a la número mil suspendió de golpe la lectura del libro, a instancias de un joven hispanista marroquí que ya temía lo peor.
Notas:
(1) Del prólogo a su traducción del Diario de un fiscal rural, de Tawfiq al-Hakim, Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1987
(2) De la introducción a su traducción a Las Mil y una Noches, Barcelona: Planeta, 1990 (2 vols.)
(3) Especie de genios o seres sobrenaturales no necesariamente de carácter maligno
(4) De la introducción a Altre storie dalle "Mille e una notte", de René Khawam, Roma: Rizzoli, 1992
(5) Citado por André Miquel en Mille et un contes de la nuit, París: Gallimard, 1991, p. 12
(6) Ibídem, p. 13
(7) Ibídem, p. 14
(8) Del prólogo a su introducción de la Antología de Las Mil y una Noches, Madrid: Alianza Editorial, 1986
(9) "La doncella Teodor" en Homenaje a Don Francisco Codera, Madrid, 1904
(10) André Miquel et altri, Mille et un contes de la nuit, París: Gallimard, 1991
(11) G. May, Les mille et une nuits d'AAntoine Galland, París: PUF, 1986
(12) Las Mil y una Noches, Barcelona: Planeta, 1964
(13) Las Mil y una Noches, Barcelona: Vergara, 1965
Artículo publicado en CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil), nº 56, diciembre 1993, pp. 7-16