Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

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Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

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jueves, 25 de diciembre de 2008

Sufismo y cualidad humana profunda


El cultivo de la cualidad humana

profunda a través del sufismo


Halil Bárcena




INTRODUCCIÓN

El sufismo o tasawwuf constituye una de las grandes tradiciones de sabiduría de la humanidad. Tal como lo conocemos, el sufismo se ha desarrollado históricamente dentro de la matriz cultural del Islam, si bien ha conservado unos rasgos propios muy peculiares que lo han singularizado sobremanera a lo largo de los siglos. Lo cierto es que se trata menos de una doctrina o un sistema de creencias cerrado que de un camino interior que persigue despertar en el hombre una consciencia mucho más alta:
a) de sus múltiples potencialidades como ser humano
b) y de su estrecha relación con todo cuanto existe.

Tres son las fuentes primordiales de las que se ha nutrido la sabiduría sufí en el decurso del tiempo:
a) el Corán
b) el corpus aforístico y sapiencial o sunna, atribuido al profeta Muhammad
c) y el vasto legado, tanto oral como textual y metodológico, de los propios maestros sufíes que, en cierto modo, constituye una suerte de reinterpretación en clave estrictamente simbólica y espiritual del Corán y de la sunna muhammadiana.

Con todo, contemplado con perspectiva de conjunto, no podemos afirmar que exista un único sufismo. En efecto, se trata de un fenómeno harto plural y multifacético. El sufismo es un verdadero poliedro que contiene múltiples rostros espirituales. Por lo tanto, la presente propuesta de cultivo de la cualidad humana profunda a través del sufismo no se ciñe a un solo maestro, escuela o tendencia, sino que constituye un trabajo de síntesis de varias vías y sensibilidades sufíes históricas, conscientes como somos que ni la realidad ni tampoco el camino interior se dejan englobar en una sola perspectiva.

El sufismo constituye un saber y un sabor, ma’arifa y dhawq: una sabiduría genuina que empapa el carácter de la persona transformándolo de cuajo en luz y amor. El sufismo comporta toda una actitud en la vida y ante ella, así como un conjunto de prácticas y procedimientos metodológicos que persiguen activar y desarrollar nuestras cualidades humanas esenciales, que debido a su falta de cultivo se han convertido en unas cualidades más latentes que realmente operantes. Y todo ello a fin de que el ser humano, en tanto que portador de amor, voluntad y creatividad, sea capaz de dar soluciones adecuadas a los retos que la vida y la compleja sociedad de hoy le plantean.



EL SUFISMO Y EL CULTIVO DEL “IDS”
(INTERÉS-DESAPEGO-SILENCIAMIENTO)

El interés, primer factor del “IDS”, supone, antes que nada, una fina atención que desemboca en la admiración por todo cuanto se despliega ante nosotros y que, consecuentemente, nos conduce:
a) al amor incondicionado por todo
b) y a una acción altruista y desinteresada, no sometida a las demandas y exigencias del ego.

Podría decirse, por lo tanto, que la falta de interés es proporcional a la ausencia de atención, gafla en el lenguaje de los sufíes, quienes conciben al hombre como un ser eminentemente olvidadizo. Absorto en sus propios mundos creados, olvida lo esencial y vive al margen de ello. El hombre toma por cierto lo que no es sino pura irrealidad. De ahí que buena parte de la metodología empleada por los sufíes tenga que ver con la activación y el cultivo de lo que ellos denominan presencia, como veremos más adelante.

Por lo que hace al amor, éste no es, a ojos sufíes, sino la más alta activación de la inteligencia, puesto que sin él poco es lo que se puede lograr, tanto individual como socialmente, ya sea en las artes o las ciencias, la familia, la salud, la educación o el ámbito de la empresa.

INTUICIONES FUNDAMENTALES DE LAS ENSEÑANZAS SUFÍES

Los sufíes enseñan que la realidad es una totalidad integrada que no está fraccionada en partes, sino que constituye una única trama, la trama de la vida, que es subyacente a la multiplicidad de formas que observamos a simple vista. En otras palabras, todo lo existente no es sino la expresión en diferentes planos y niveles (mineral, vegetal y animal) de una sola fuente de vida y ser. Nada permanece aislado del conjunto. Todo es reflejo de una única y sola inteligencia creativa. No existe más que eso, ni fuera de eso, porque eso es todo cuanto hay.

Dicha unidad básica y abarcadora constituye el rasgo fundamental de una realidad única de la que el ser humano es parte inseparable, no sólo una pieza de ella. Nosotros somos eso también: el escenario privilegiado en el que la vida actúa, se hace posible y se renueva a cada instante. De ahí que al morir, por ejemplo, perezca nuestra individualidad, pero no la vida en sí misma. Así pues, el sufismo tiene que ver con la:
a) percepción
b) comprensión en profundidad
c) y experimentación en uno mismo, mediante la cualidad de la presencia, a la que nos referiremos más adelante, de la unidad e interrelación mutua existente entre todas las cosas y fenómenos.

De acuerdo con los sufíes, percibimos el mundo dependiendo de cómo lo concebimos. No vemos las cosas tal como son en sí mismas, sino a través de los patrones y modelos interpretativos que construye nuestro ego, la nafs de la que hablan los sufíes. Nuestro error consiste, afirman, en tomar por real lo que no lo es, en absolutizar lo relativo y efímero. Dice así el tawhîd, la intuición fundamental de las enseñanzas sufíes: todo es relativo excepto lo absoluto.

Para los sufíes, sólo cuando se es capaz de liberarse de la tiranía del ego, a través de su silenciamiento -fanâ llaman a dicho proceso-, cuando se despierta del sueño al que aquél nos somete, mediante el cultivo de la presencia, el recuerdo y la actualización de lo que verdaderamente uno es, sólo entonces se puede afirmar que se está realmente vivo y en estrecha conectividad con la totalidad de cuanto existe. Poseer consciencia, pues, es saber lo que uno es.

El ser humano, mantienen los sufíes, puede llegar a saber que una única energía e inteligencia creativa lo conecta todo. Más aún, puede ser plenamente consciente que él mismo forma parte inextricable de dicha energía e inteligencia. El hombre es uno con el todo. Ese es, según los sufíes, el más alto grado de la verdad o haqîqa. Y eso es, justamente, lo que trata de expresar el arte islámico mediante el arabesco, los motivos decorativos a base de complejos dibujos geométricos entrelazados y, a veces, vegetales, que se emplean en frisos, zócalos y cenefas, así como en la decoración de libros. De ahí que su contemplación constituya una de las prácticas habituales empleadas por los sufíes, como veremos en su momento.



Por lo tanto, la asunción de dicha cosmovisión unicista, que los sufíes denominan wahdat al-wuyûd o unidad de la existencia, según la cual la realidad es un todo, comporta para el ser humano un notable reajuste mental y también vital, del que se deriva, a su vez, una actitud mucho más consciente y responsable en nuestras relaciones:
a) con el entorno
b) con los demás
c) y en todas las facetas y ámbitos de la vida.


EL NÚCLEO CENTRAL DEL TRABAJO SUFÍ

El núcleo central alrededor del cual se articula toda la metodología sufí es el trabajo operativo sobre lo que ha dado en llamarse presencia o dhikr, tal vez la palabra-eje que mejor expresa la naturaleza y el alcance del sufismo. Según la entienden los sufíes, la presencia es un grado aún más profundo y refinado de la atención. En cierta medida, se trata de la intensificación y sutilización de ésta. Presencia significa ser y estar plenamente consciente ahora y aquí. También tiene que ver la presencia con el hacer consciente. Sólo quien está presente puede ver, y ver es conocer. Quien está presente ve, quien ve conoce y quien conoce ama la realidad. Conocer es el destino último del ser humano, lo que nos permite revelar nuestra plena humanidad. Quien se conoce a sí mismo, aseveran los sufíes, conoce la esencia de la realidad toda.

Para ellos, el hombre es un ser abierto e inacabado, justo como el universo, del que afirman que se está recreando de nuevo a cada instante. Por consiguiente, no basta con haber nacido para considerarse un ser humano, en la acepción más honda y radical de la palabra. En ese sentido, la presencia sería la forma de acceder a nuestra verdadera naturaleza, y de actualizarla. De hecho, el camino interior diseñado por los sufíes apunta hacia el despertar a la conciencia de lo que en verdad ya se es, aunque se ignore o se haya olvidado. Y es que lo más esencial y característico del ser humano no nos está garantizado ni por nuestra especie ni tampoco por la cultura, sino que sólo se nos es dado en forma potencial.

Una persona, por consiguiente, debe esforzarse con denuedo a lo largo de su vida para devenir verdaderamente humana, y aun así no tiene garantía de éxito. Gracias a la puesta en práctica de la metodología de trabajo sufí es posible aprender a activar dicha presencia a voluntad. De tal manera que puede decirse de quien así procede que se halla o vive envuelto en dicha presencia. En otras palabras, vivir en presencia significa tener plenamente activada esta cualidad a la que llamamos atención sostenida, y que es la condición sine qua non del interés, primer factor del “IDS”.

Es cierto que en nuestra sociedad actual, caracterizada por la prisa y los condicionamientos tanto internos como externos de toda índole, vivir en presencia resulta casi imposible para la inmensa mayoría de los ciudadanos excepto como fogonazos muy puntuales y ocasionales. A pesar de todo, los maestros sufíes sostienen que es posible activar dicha cualidad a voluntad, cultivarla y, más aún, residir en ella de forma natural en todas nuestras actividades.

La presencia consiste, pues, en la activación de un nivel mucho más elevado y sutil de percepción que posibilita:
a) conocer
b) desarrollar
c) e integrar todas las funciones y actividades humanas, tales como el pensamiento, por ejemplo, la sensibilidad profunda y la acción en el mundo, que son vividas la mayoría de las veces de forma fragmentada.



El trabajo regular sobre la presencia permite desarrollar una nueva forma de mirar y ver. De hecho, se trata de una auténtica educación de la mirada. Mirar desde el silenciamiento de los modelos interpretativos del ego, muriendo al hombre viejo, previsible y rutinario, esclavo de la identificación con los condicionamientos sociales y programaciones culturales, posibilita contemplar las cosas tal como son en sí mismas. Sólo de esta manera es posible ver la realidad realmente real, sintiéndose partícipe y uno con ella. Quien muere a sus automatismos, alumbra en su interior un nuevo ser más libre y espontáneo, cuyos atributos son la flexibilidad creativa y el amor incondicional.

ACERCA DE LOS PROCEDIMIENTOS SUFÍES Y SU CORRECTA APLICACIÓN

Si algo caracteriza al sufismo es su enorme versatilidad. Históricamente, los sufíes han operado basándose en una concepción abierta, dinámica y ampliamente renovadora del camino interior, conscientes de que éste requiere reformulación y expresión nueva en cada época e instante. Las vías del pasado no resultan operativas en los tiempos presentes. Los sufíes no son dispensadores de creencias o rituales. Tampoco se dedican a teorizar sobre las bondades de la espiritualidad, sino que son verdaderos iniciadores y facilitadores de experiencias transformadoras. La palabra vino, dicen, no embriaga. Y es que el sufí es plenamente consciente que la palabra no puede convertirse jamás en el sustituto de la experiencia. Con todo, un camino interior auténticamente genuino jamás es antiguo.

En buena medida, la continuidad histórica del sufismo se ha debido a su esfuerzo permanente por presentar el trabajo interior bajo una nueva y diferente forma, y a través de una nueva y diferente experiencia. Y es que la repetición periódica de los mismos ejercicios mediante un programa fijo suele ser un claro síntoma de anquilosamiento y deterioro. En ese sentido, todo trabajo sufí verdadero varía su metodología y sus maneras de proceder tantas veces como sea preciso, con tal de continuar siendo operativo. Jamás los maestros sufíes han considerado que los métodos estuviesen dotados de un halo especial de sacralidad y, por ende, que fuesen inmutables.

Hay que partir de la idea que las técnicas y procedimientos poseen una mera función instrumental. El apego a los aspectos formales y metodológicos, valorar más el recipiente que el contenido, la copa que el vino, constituye uno de los errores a evitar. Así pues, acercarse a los sufíes implica aceptar cambiar y corregir el rumbo del camino constantemente y estar preparado para hacerlo cuando sea preciso, algo que no siempre resulta sencillo. Las personas suelen desanimarse pronto si el camino interior no respeta el trazado que ellos consideran que debería seguir. Pero es que el sufí no camina siguiendo mapa alguno, sino guiándose mediante la brújula de su intuición.

Tres son los factores irremplazables que los sufíes han tomado (y toman) siempre en consideración a la hora de diseñar el trabajo interior, a saber:
a) lugar
b) tiempo
c) y personas, o lo que es lo mismo, makân, zamân e ijwân, según su propio lenguaje técnico.

Que los sufíes operen en base a dichos parámetros no significa ni que improvisen ni que experimenten al azar. Ningún maestro sufí ha pretendido jamás reinventar la rueda. La finalidad es otra y tiene que ver con un correcto enfoque de lo que ellos mismos denominan la intención o niyya. Y es que un mal encaje de medios y de conceptos es siempre pernicioso y, en algunos casos, puede resultar incluso fatal.

Más que de sistemas, cerrados e inamovibles, o de programas fijos a los que someterse, los sufíes han sido grandes maestros a la hora de proponer y ensayar múltiples procedimientos, trucos y estrategias, que siempre son de carácter mucho más flexible y operativo que los sistemas. Dichos procedimientos facilitan sobre manera el salto imprescindible más allá de los límites impositivos del ego que, indefectiblemente, se ha de efectuar en el transcurso del camino interior.

Por lo que hace a su uso práctico, se ha de tomar en consideración que los diferentes procedimientos, métodos y técnicas empleados por los sufíes constan de tres tiempos o instantes progresivos que permiten una correcta asimilación por parte de quien los emplea, así como la maduración en ellos:
1) Tiempo para hacer:
Es el instante de recoger la atención y de pulir la intención con la que se introduce uno en el trabajo interior. Dicha etapa inicial servirá, pues, para colocar acertadamente el eje de coordenadas que servirá de marco de referencia a todo el trabajo a seguir. El viento, dicen los sufíes, sólo es favorable si el timón está cogido y el rumbo bien trazado. Corresponde la presente etapa al aspecto más estrictamente formal y técnico, pero no por ello carece de importancia. Al contrario, como reza un viejo aforismo sufí: “Quien brilla en los inicios, resplandece en los finales”.
2) Tiempo para estar:
Es el instante de ordenar, canalizar y focalizar la atención. Corresponde al momento en el que lo meramente técnico y formal se trasciende, al tiempo que se adentra uno, de forma paulatina, en el verdadero corazón de la práctica, que siempre apunta hacia un objetivo situado mucho más allá de ella.
3) Tiempo para ser:
Es el instante unitivo por excelencia del camino interior, en el que no sólo se difumina la práctica en sí, sino también el practicante en ella y a través de ella. Podría decirse que el sufismo parte de lo concreto para introducirnos en lo abstracto y hacer que nos perdamos en ello.

La correcta aplicación de las prácticas le conducirá a uno más allá de ellas e, incluso, más allá de sí mismo. Al diseñar sus trabajos, los maestros sufíes enseñan cómo desprenderse de las técnicas, llegado el momento preciso, de modo que éstas no se conviertan en un fin en sí mismas. Más aún, operan de tal forma que el uso de la práctica se vuelva en sí mismo superfluo. Y es que a quien ha recuperado la visión le sobran las gafas, incluso le molestan, pues son una carga innecesaria.

Por último, es conveniente saber que buena parte de la metodología sufí, sobre todo la manera en cómo es aplicada, opera sobre lo que los propios maestros sufíes denominan el “sobre-esfuerzo”, es decir, un tipo de trabajo que comienza más allá de los límites comunes en los que nuestro ego se sabe fuerte, seguro y controlador de la situación. Así, por ejemplo, algunas prácticas comenzarán a ser plenamente efectivas sólo superada la barrera del cansancio, que es, por demás, siempre mental. Las barreras con las que topamos a menudo, hondamente enraizadas en nuestra psicología profunda, jamás serán desmontadas mediante trabajos mecánicos que resulten fáciles de asimilar y, por consiguiente, de integrar y domesticar.



Conscientes de que nuestro ego sólo baja la guardia ante ciertos impactos específicos, los sufíes incluyeron en su metodología, desde un primer momento, el factor sorpresa. El camino sufí está lleno de pruebas. Un buen trabajo sufí grupal, por ejemplo, no operará jamás con horarios previamente establecidos ni con un programa fijo conocido de antemano. Saltar más allá de los límites del ego, también comporta borrar las coordenadas espacio-temporales. Esta forma de operar tan peculiarmente sufí, que podríamos denominar la enseñanza indirecta del sufismo, tiene que ver más con el cómo que con el qué. En otras palabras, los sufíes percibieron muy pronto que, a veces, en el camino interior es tan importante, e incluso más, el sabor que el saber. Dicho en palabras sufíes, la receta para cocinarla es tan valiosa como la carne. Así, desde sus albores, los sabios del sufismo se afanaron en diseñar un método de aprendizaje que para los propósitos que estamos describiendo resulta muy superior a los sistemas de educación que conocemos hoy en día.

Como ya hemos apuntado en el epígrafe anterior, la finalidad del trabajo sufí es ver a fin de conocer, para lo cual se opera mediante la activación de un nivel mucho más elevado y sutil de percepción al que los sufíes denominan presencia. Por lo tanto, queda totalmente excluida de la perspectiva sufí la persecución de estados extraordinarios mediante la utilización de métodos y procedimientos supuestamente sufíes, sean estos los que sean. También están excluidos de la perspectiva sufí, aquéllos que confunden el calor humano derivado de la buena compañía, la relajación del estrés cotidiano, o una simple sensación de bienestar general, con el progreso en el camino interior.

EL ARTE DEL CAMINO INTERIOR SUFÍ

El trabajo sufí puede ser descrito en términos generales como si de un arte se tratara: el arte del camino interior. Según los sufíes, el artista no es un tipo especial de hombre sino que todo hombre constituye un tipo especial de artista. La relación del sufismo con las artes (danza, música, y poesía, especialmente) ha sido muy estrecha desde sus inicios, aunque jamás sin caer en el mero esteticismo. Los sufíes consideran que quien persigue la belleza no es seguro que halle la verdad, pero quien persigue la verdad forzosamente acaba por encontrar la belleza, que es el esplendor de la verdad.
Para ver y conocer la verdad, se requiere vivir en la verdad, lo cual comporta una actitud frente a la vida radicalmente diferente a la habitual, que esté fundamentada en el silenciamiento del ego o yo fenoménico. Dicho silenciamiento permite descubrir y activar un yo esencial, que no es el ego, que es más nosotros mismos que nuestros pensamientos y emociones, o nuestro rol social.

El trabajo interior sufí se asemeja bastante a la tarea de afinación de un instrumento musical, sólo que, en este caso, el instrumento es la propia persona. En efecto, el sufí concibe al ser humano como un instrumento musical que precisa ser afinado, lo cual no es sino otra forma de referirse al tránsito que el ser humano efectúa desde el yo fenoménico, amalgama de reacciones físicas, condicionamientos sociales y aspiraciones subjetivas, al yo esencial. Los sufíes han dado en llamar a dicho tránsito el afinamiento del ego, no en balde se trata de un proceso de sutilización interior.
Los sufíes han descrito dicho afinamiento en siete etapas progresivas caracterizadas cada una de ellas por un mayor grado de refinamiento y sutilidad, intuición y consciencia, amor y gratuidad. Se trata, en suma, de grados de comprensión cada vez más refinadas y profundas, y sucesivamente reemplazados. Son estas las siete etapas descritas:
1. Yo compulsivo o dominante
(ammâra)
2. Yo consciente
(lawwâma)
3. Yo inspirado
(mulhama)
4. Yo apaciguado
(mutma’inna)
5. Yo satisfecho
(radiyya)
6. Yo entregado
(mardiyya)
7. Yo perfeccionado o afinado (safiyya)

Las dos primeras etapas están bajo el dominio absoluto del ego y sus deseos, expectativas y temores. La tercera, por su parte, corresponde al yo que comienza a despertar del sueño del falso yo o ego, mientras que las tres últimas etapas representan grados diferentes de cualidad del yo esencial, que resulta ser mucho más profundo que nuestros condicionamientos sociales convencionales, nuestras ideas y sentimientos, nuestros gustos y aversiones.



No obstante, el número siete, que en la rica simbología numérica sufí es un número de compleción, en modo alguno indica acabamiento, ya que el proceso de afinamiento de la persona carece de límite. Y es que siempre hay un más allá en la capacidad de percibir más y más cualitativamente, de devenir un reflector más pulido de la consciencia de todo cuanto es.

A cada etapa corresponde un trabajo cualitativamente distinto. Así, las primeras etapas se caracterizan por un trabajo dirigido al:
1. Fortalecimiento del cuerpo físico, mediante el ejercicio consciente
2. Energización del sistema nervioso, mediante los distintos ejercicios de:
a) respiración consciente
b) escucha y emisión de sonidos que resuenan en zonas específicas del
organismo
c) y activación de los cinco centros sutiles o latâ’if-i jamsa, localizados en el
organismo, mediante la atención en sus colores específicos:
1. Qalb o “corazón”, amarillo
2. Rûh o “espíritu”, rojo
3. Sirr o “secreto”, blanco
4. Jâfî u “oculto”, negro
5. Ajfâ o “lo más oculto”, verde

3. Liberación de las rutinas, automatismos e inercias psicofísicas que nos robotizan, mediante el trabajo con el ritmo y los distintos movimientos de sincronización, coordinación y lateralización
4. Ruptura de la lógica común mediante:
a) prácticas, trabajos y tareas aparentemente “sin sentido” o sin objetivo alguno,
como, por ejemplo:
* memorizar y repetir palabras y frases carentes de sentido
* pasar uno o varios huesos de dátil, de derecha a izquierda, entre varias
personas sentadas en círculo
* barrer el suelo de un lado a otro, etc. etc.
b) resolución de acertijos y ejercicios numéricos, uso de poesía y cuentos, etc.
c) audición de cuentos pertenecientes a la rica tradición oral sufí, cuyo objetivo
es utilizar el humor para romper nuestras rutinas mentales

La segunda etapa toma como referencia del trabajo las llamadas “once reglas” de los sufíes naqshabandíes:
1. “Consciencia de la respiración”
(hûsh dar dam)
2. “Vigilancia de los propios pasos” (nazar bar qadam), que tiene tres acepciones:
a) conciencia de las propias acciones o atención a todo cuanto uno hace
b) caminar meditativo a la manera de los derviches mevlevíes
c) largas caminatas por la naturaleza atentos a la coordinación de ciertas fórmulas
que se repiten mentalmente acompasadas con el caminar
3. “Viaje por la propia tierra” (safar dar watan): exploración de los movimientos de la
propia mente
4. “Soledad entre la multitud” (jalwat dar anyuman): actuar desapegado en el mundo;
vivir en el mundo sin que el mundo viva en uno
5. “Presencia” (yâd kard): actitud de recuerdo constante
6. “Control de los pensamientos” (bâz gard): introducción de pensamientos
positivos
7. “Vigilancia” (nigâh dâsht): estado de constante alerta
8. “Recogimiento interior” (yâd dâsht): consciencia del ser en sí mismo
9. “Parar el tiempo” (wuqûf-i zamân): práctica prolongada del “stop”, tendente a
fomentar el estado de alerta y a romper el círculo vicioso del automatismo físico
y mental
10. “Pausa de número” (wuqûf-i adadi): repetición silenciosa de ciertas fórmulas, un
número preciso de veces
11. “Pausa del corazón” (wuqûf-i qalbi): visualización del corazón y de ciertas
fórmulas inscritas en él, así como de determinados colores y formas geométricas

Al mismo tiempo, se introducirán en esta segunda etapa ejercicios en plena naturaleza que favorezcan:
a) el “mirar sin mirar”, es decir, una mirada admirativa y desegocentrada que es capaz de ver más allá de la multiplicidad de formas y objetos
b) y la escucha atenta de un mundo que suena y resuena, a través de la
identificación de sonidos tanto fuera como dentro

La tercera etapa se centrará específicamente en la meditación:
a) tanto estática
b) como dinámica, mediante el samâ’ o danza mevleví del giro derviche




CONCLUSIONES

Los distintos ejercicios y prácticas sufíes hasta aquí descritos no debieran de utilizarse jamás como si fuesen un fin en sí mismos, puesto que no son una varita mágica. Dichos ejercicios sólo son efectivos si se enfocan adecuadamente. En ese sentido, puede decirse que hacen mejores a los buenos practicantes y peores a los malos, que no son sino quienes no han pulido lo suficiente su intención.

El secreto de los ejercicios está en la constancia y asiduidad en la práctica. Es mejor poco pero bien, poco pero constante, que mucho pero mal, mucho de tanto en tanto. Los sufíes afirman que el sufismo es un trabajo gota a gota. La práctica asidua de los ejercicios responde a la siguiente secuencia: la repetición genera un hábito y éste desemboca en un estado.

No es preciso que una persona haga todos los ejercicios descritos simplemente por un afán acumulativo. El trabajo interior no se basa nunca en criterios cuantitativos. Cuanto más no siempre resulta mejor. Además, dicen los sufíes, si uno no vive de acuerdo al conocimiento que ya posee, ¿para qué quiere más?

Sea como fuere, lo que jamás debiera perderse de vista es que convertirse en un ser humano de cualidad tiene que ver mucho más con el aprender a dar que con el aprender a meditar, respirar, danzar o a ejercitar la voluntad.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Shab-i 'Arûs - 2008


Shab-i 'Arûs - 2008

"Shab-i 'Arûs" - "Noche de bodas" de Mawlânâ Rûmî
(17 de diciembre de 1273 - 17 de diciembre de 2008)




Cada diecisiete de diciembre, los derviches mevlevíes y con ellos todos los amantes de Mawlânâ Rûmî del mundo entero, celebramos "Shab-i 'Arûs", la "Noche de bodas", es decir, el día de la muerte de Rûmî, un atardecer rojizo de invierno, en el que el maestro persa de Konya marchó a fundirse con la inmensidad. Yâ Hazrat-i Mawlânâ! Hûuuuuuuu ......!

"Nuestra muerte es la noche de bodas
con la inmensidad de lo que es.
¿Cuál es su secreto? "Al·lâh Ahad",
"Sólo Él es, el Único".
Para aquél que reside en Su luz,
la muerte no es sino un regalo"

(Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî, 1207-1273)

Presentación del libro "El sufisme"


Presentación del libro

"El sufisme" de Halil Bárcena




El pasado 15 de diciembre, tuvo lugar el acto de presentación del libro El sufisme (Fragmenta Editorial) de Halil Bárcena. El acto, que tuvo lugar en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona, contó con la presencia de Carme Galve, directora de la biblioteca que acogió el acto, Ignasi Moreta, director de Fragmenta Editorial, Dolors Bramon, catedrática de estudios árabes e islámicos de la Universidad de Barcelona, Marià Corbí, director del CETR (Centro de Estudios de las Tradiciones de Sabiduría), Xavier Melloni, teólogo y profesor de la Facultad de Teología de Catalunya, y Halil Bárcena, director del Instituto de Estudios Sufíes de Barcelona y autor del libro.



Abrió y cerró el acto, el grupo de música y danza sufíes 'Ushâq, formado por miembros del Instituto de Estudios Sufíes, que ofreció una pequeña muestra del repertorio musical mevleví, así como la danza derviche del giro o samâ'. Asimismo, intervino en el acto la actriz Anna Caixach recitando poemas del maestro sufí persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273).



Desde aquí queremos agradecer muy cálidamente la presencia del público asistente, que llenaba la sala. El acto puede ser visualizado en su totalidad en el siguiente link:


http://www.cetr.net/modules.php?name=News&file=article&sid=788

viernes, 19 de diciembre de 2008

Voluntat i destí




Què pot fer la voluntat

davant el destí? *




Halil Bárcena








Certament, som molt menys lliures, autònoms i originals del que ens pensem. De fet, som fruït i conseqüència tots plegats dels nostres condicionaments genètics, socials i culturals, molts dels quals ni els coneixem ni tan sols els hem triat.


El marge de llibertat individual que tenim ve donat, al meu parer, pel coneixement que tenim de nosaltres mateixos. Són molt més lliures, evidentment, en la mesura que ens coneixem i sabem què i qui som. Al cap i a la fi només es pot transformar allò que es coneix.


Però, segurament, tot plegat és encara molt més subtil. La vida està feta, tots en tenim experiència, d’esforç i de do gratuït. Hi ha coses -com ara l’amor o la bellesa, per exemple- que no es troben cercant-les, però qui no les cerca no les troba mai. En fi, com diuen els savis sufís, qui cregui que obtindrà l’èxit en el camp de la vida que sigui sense cap esforç és un il•lús; i qui cregui que l’obtindrà a base de fer grans esforços voluntariosos és un arrogant.


* Intervenció al programa "L'ofici de viure" de Catalunya Ràdio, 18 de desembre de 2008

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La vía sufí del león


La vía del león

(o de cómo residir en el silencio

y vivir en paz en y con el mundo)


Halil Bárcena





Una de las cuestiones que primero y más preocupan a quien se adentra en el camino interior es la (aparente) dificultad para conciliar y armonizar el propio camino (y lo que éste comporta), con las exigencias del mundo exterior (y lo que éste comporta), máxime en una sociedad como la nuestra, caracterizada por la prisa y el trasiego constantes, en la que apenas si queda espacio para algo más que el trajín cotidiano.

A mi modo de ver, ésta es uno de los puntos peor planteados de todos, entre otras cosas porque arranca de premisas falsas. Y al estar mal planteado, las respuestas son casi siempre equivocadas. El ser humano, que por regla general vive en la más absoluta fragmentación, es un especialista en crear falsas dicotomías: exterior/interior, amor/conocimiento, acción/meditación, movimiento/quietud, palabra/silencio, camino interior/vida cotidiana, yo/los otros, etc.

En cierta ocasión, le preguntaron a Bayazîd Bistâmî (m. 874) cuál era el signo más notable del verdadero derviche, a lo que el insigne maestro persa contestó:
“Es que le veas comiendo y bebiendo en tu compañía, bromear contigo, venderte o comprarte algo, mientras que su corazón está en el reino de la santidad divina. Ése es el signo más prodigioso”.

Tener el corazón en el reino de la santidad divina significa residir y, por lo tanto, vivir en y desde la presencia. Pero, veamos un poco más en detalle qué quiere decir esto.

El camino interior supone mantener un cierto equilibrio entre las demandas y exigencias de la vida exterior en la que nos proyectamos a diario y lo que podríamos denominar una presencia consciente. Se trata de obrar y maniobrar libremente en el mundo, pero desde la presencia (dhikr lo llaman los sufíes), que no es sino una intensificación y sutilización de la atención. Presencia significa ser y estar plenamente consciente ahora y aquí.




Sólo cuando se es capaz de liberarse de la tiranía del ego, a través de su silenciamiento -fanâ llaman a dicho proceso-, cuando se despierta del sueño al que aquél nos somete, mediante el cultivo de la presencia, el recuerdo y la actualización de lo que verdaderamente uno es, sólo entonces se puede afirmar que se está realmente vivo y en estrecha conectividad con la totalidad de cuanto existe. Poseer consciencia, pues, es saber lo que uno es y, casi más importante aún, lo que no es. Pero, cuidado, porque puedo no ser según qué cosas, pero deba de convivir con ellas. Yo, por ejemplo, sé que no soy mis condicionamientos sociales o de otra índole, pero debo aprender a convivir con ellos. Aquí entraría otro elemento importante más del camino interior: la lucidez implacable e, incluso si se me apura, la astucia.

La presencia consiste en la activación a voluntad de un nivel mucho más elevado y sutil de percepción que posibilita conocer, desarrollar e integrar todas las funciones y actividades humanas, tales como el pensamiento, por ejemplo, la sensibilidad profunda y la acción en el mundo, que son vividas la mayoría de las veces de forma fragmentada. Sólo quien está presente puede ver, y ver es conocer. Quien está presente ve, quien ve conoce y quien conoce ama la realidad. Conocer es el destino último del ser humano, lo que nos permite revelar nuestra plena humanidad. Quien se conoce a sí mismo, aseveran los sufíes, lo conoce a Él, al que es, porque no hay diferencia alguna entre él y Él. Entonces, da igual dentro que fuera, derecha o izquierda, arriba o abajo, frío que calor. Para ese, ya no hay contradicciones. Conocer eso es conocer la esencia de la realidad toda.

Quien eso conoce reside en ello para siempre. No se puede vivir en dos lugares a la vez. Esa es la esquizofrenia a la que conducen ciertas vías mal planteadas. El sabio ha desplazado, por lo tanto, el eje desde el cual pivota su vivir. Y ya no hay vuelta atrás de ningún tipo. Primero, porque no se puede y, en segundo lugar, porque tampoco se desea. ¡Ay, cómo olvidarse de ellas cuando se ha probado el sabor de las cerezas! El sabio es, pues, aquél al que nada ni nadie le puede apartar del camino.

Por supuesto, la presencia también tiene que ver con el hacer consciente. Actuar desde la presencia comporta hacerlo sin quedar atrapado en la rueda de los resultados y las recompensas. El del sufí, como el del karma-yogui, es un actuar gratuito y desinteresado, sí, pero siempre impecable. No le preocupa el aplauso de los otros, sino la excelencia y la impecabilidad en el propio hacer. En resumen, el sufí vive en el mundo, por supuesto, pero el mundo no vive en él, apenas si lo roza. Jalvat dar anyuman lo llaman los derviches naqshis: estar retirado en plena sociedad, estar en el mundo pero no ser del mundo. El verdadero sufí es quien ha dejado de depender de las cosas sin por eso tener que huir de ellas. Pero hay más aún, cuanto más prominente es un hombre, y el sufí lo es, mayor es su contribución al bienestar del hombre, aunque lo haga desde el más absoluto de los anonimatos.

El trabajo interior (desde las lecturas a las prácticas concretas, absolutamente todo) debería estar encaminado hacia lo fundamental: facilitar la experimentación de la presencia hasta sentirse empapado por ella, porque se ha de decir en voz alta que es posible aprender a activarla a voluntad. Y que una vez activada es para siempre, de tal manera que quien a ella se conecta vive envuelto en ella y desde ella. En otras palabras, vivir en presencia significa tener plenamente activada esta cualidad a la que llamamos atención sostenida, y que es la condición sine qua non del interés, primer factor de la fórmula “Interés+Desapego+Silenciamiento”, acuñada por Marià Corbí.

Utilizando una imagen tal vez un poco vulgar, pero muy gráfica, podría decirse que es como tener conectada una radio siempre, veinticuatro horas al día. Después podremos bajar o subir el volumen de intensidad según las exigencias del momento y la conveniencia, pero la radio siempre estará conectada. Pues bien, el sabio es aquél que siempre permanece conectado a Él, la fuente de todo lo que es, de tal forma que, a veces, uno tendría la tentación decir que es Él, incluso, quien habla por boca del sabio. Incluso mientras duerme vive en la presencia. Y es que el derviche no apaga jamás una vela, sino que la pone a descansar.

Hay quien sostiene, y muchos maestros espirituales así lo recomiendan, que si uno mantiene una actitud de (sano e inteligente) desapego y permanece consciente de sí mismo, en constante presencia de lo que realmente uno es, cada instante y cada acto devienen una oportunidad para despertar. Se hace, pues, camino al andar, que diría el poeta. Sin embargo, eso es cierto y posible sólo en el caso de un puñado de privilegiados, auténticos leones, según el decir de Mawlânâ Rûmî (m. 1273), ya que para la inmensa mayoría de personas resulta una posibilidad inalcanzable. A falta de un cultivo previo a fondo de los tres factores del “IDS” antes mencionados, el torbellino de la cotidianidad se les lleva por delante, sin que se tenga ni la voluntad, ni la fuerza interior, ni tampoco la lucidez suficiente para extraer de los propios actos de la vida diaria la energía que impulsa hacia delante el camino interior. A la inmensa mayoría de las personas, la marea de la cotidianidad les arrastra de forma irremisible.



Sea como fuere, y resumiendo, hemos de evitar la (falsa) dicotomía según la cual camino interior y vida cotidiana se repelen por definición, ya que desde ahí no avanzaremos en la comprensión de la realidad. Dicho esto, nuestra intención ha de dirigirse hacia lo esencial: cambiar de residencia, desde nuestro ego a Él. Quien se vive a sí mismo como nada lo vive a Él como todo. Cultivar lo esencial y el resto se nos dará por añadidura. Cultivar lo esencial y el resto funcionará espontáneamente. ¿Por qué preocuparse de lo que comeremos mañana? Una sola cosa es importante: cuidar la semilla; y el fruto nacerá por sí mismo. Pero, como siempre, son los poetas quienes mejor lo saben expresar todo. Dice el persa Rûmî:

"Alguien dice: "No puedo dejar de alimentar a mi familia.
Tengo que trabajar muy duro para ganarme la vida".
Puede vivir sin Dios, pero no sin comida;
puede vivir sin camino interior, pero no sin ídolos.
¿Dónde habrá uno que diga:
"si como pan sin consciencia de Dios me atragantaré"?

El hombre no puede saltar más allá de su sombra, y no es preciso, por consiguiente, que malgaste el tiempo tratando de cumplir algo imposible. Pero está en sus manos hacer de esa sombra luz. Esa es la vía del león, esa es la vía del hombre de luz, que come pan cada día, porque si no se muere, pero respira cada respiración con la consciencia de Él, porque si no también se muere cada día, todos los días.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Poetas: Mahmud Darwish


Andaré este camino*

Andaré este largo camino, este camino tan largo, hasta el final,
hasta el final del corazón, andaré este camino largo, largo, largo...
Nada tengo que perder sino el polvo y lo que está muerto en mi.

La hilera de palmeras indica lo que está ausente.
Cruzaré la hilera de palmeras. ¿Necesita la herida a su poeta
para dibujar una granada a la ausencia?

Os construiré sobre el techo del relincho
treinta ventanas para la metáfora. Saldréis de un éxodo para entrar en otro.
Se estreche o no la tierra para nosotros, andaremos este largo camino
hasta el final del arco. Que nuestros pasos se tensen cual flechas.

¿Estamos aquí desde hace poco
y dentro de poco alcanzaremos la flecha del comienzo?

El viento gira en torno nuestro, gira, ¿qué dices?
Digo: Andaré este largo camino hasta mi final... hasta el final


* Menos rosas, Madrid: Hiperión, 2006






Sombría será la noche...

Sombría será la noche... escasas las rosas.
El camino se dividirá más de lo que hemos visto, una llanura se partirá,
una pendiente se derrumbará sobre nosotros, una herida nos caerá encima,
nuestra gente nos abandonará,
el muerto matará en nosotros al muerto para olvidar los ojos del muerto...
Y consolarse.
Sabremos más de lo que hemos sabido. Iremos de abismo en abismo,
impulsados por una idea que las tribus adoraron y luego quemaron sobre la carne de
sus adeptos cuando éstos disminuyeron.
Veremos entre nosotros emperadores que grabarán sus nombres en el trigo para guiarnos.
¿No hemos cambiado? Hombres que degüellan según la ley de su puñal,
arena para que crezca la arena,
mujeres según la ley de sus muslos, sombra para que disminuya la sombra...
Pero yo seguiré el curso del canto, aunque escaseen mis rosas.

* Menos rosas, Madrid: Hiperión, 2006


Mahmud Darwish (Al-Birwa, Palestina, 1941-Houston, Estados Unidos, 2008). Considerado el poeta nacional palestino, es uno de los más importantes escritores árabes contemporáneos. Su vida, marcada por el exilio constante (Amán, Beirut, París), ejemplifica la conciliación entre lucha cívica y rigor intelectual. Sus primeras obras responden a la necesidad de denunciar la tragedia palestina, sin por ello abandonar la búsqueda formal y la renovación de los modos poéticos árabes tradicionales, para terminar evolucionando hacia una introspección metafísica, a partir de la cual se rebela contra la socavación del individuo al tiempo que mantiene una profunda afirmación a favor de la vida.



Sección coordinada por
Pepa Torras Virgili


Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)