Surf, entre el deporte
y la espiritualidad
Tom Frost
El surf comenzó a cambiar de verdad en 1966, cuando Nat Young ganó el Campeonato del Mundo sobre la primera tabla corta de la historia. En realidad no era la primera tabla corta de la historia, es cierto, y el surf había comenzado a cambiar mucho antes, en 1935, cuando Tom Blake introdujo la quilla en las tablas, y éstas comenzaron a ser cada vez más ligeras y cortas. Para ser sinceros, el triunfo de Nat Young en el 66 no hizo sino acelerar los cambios en el mundo del surf. Para entonces hacía ya siete años que una peliculita llamada Gidget había popularizado el surf en el mundo Ha’ole, y los campeonatos y pruebas puntuables atraían a multitudes ansiosas de evadirse de realidades como las sucesivas guerras de Corea y Vietnam, y, de paso, disfrutar de sus nuevas condiciones de «clase media» ganadas con sudor, sangre y lágrimas por sus padres durante la Segunda Guerra Mundial. Si el triunfo de Nat Young es importante es por una doble razón: en primer lugar, porque cambió la manera de surfear para siempre. Su tabla, más corta y maniobrable que los troncos de 10 pies (y más) de los americanos, accedía a zonas de la ola antes inexploradas, y hacía del surf una actividad mucho más espectacular. Los australianos llevaban por vez primera la iniciativa, y el surf nunca volvería a ser el mismo.
En segundo lugar, el triunfo de Nat Young, una persona irascible, incluso violenta en el agua, apodada «el Animal» por amigos y enemigos, constituiría el primer acto de un cambio en la mentalidad de los surfistas de todo el mundo: el paso de una actividad de recreación a una actividad deportiva, y el paso del ideal surfista de armonía con la naturaleza al surfista violento, localista e implicado en actividades poco lícitas. Una ópera cuya aria más violenta se viviría pocos años después con el conflicto entre los Bronze Boys australianos y los locales hawaianos, que estuvo a punto de llegar a actos de violencia inauditos, como relata Jeremy Gosch en Bustin’ Down the Door.
Se trata de una ópera, un culebrón, que se repite de manera cíclica allá donde una minoría de surfistas con cierto tiempo a sus espaldas en el mar se ve desbordada por un nuevo contingente de surfistas noveles. Cada vez que eso ocurre se escenifica el enfrentamiento entre dos maneras diferentes de concebir y percibir el surf. Y, nuevamente, el conflicto llega, en algún momento, a salirse de madre. El tema principal del conflicto gira, invariablemente, en torno a la pregunta clave acerca de la naturaleza del surf: ¿se trata de una actividad espiritual o de un deporte?
No pretendo ni mucho menos dar una respuesta a esta pregunta. Gente mucho más preparada que yo, y con muchas décadas de surf a sus espaldas, han intentado en vano hacerlo, así que no voy a venir yo con la solución mágica. Por otra parte, sería, la mía, una respuesta parcial e interesada. Pero no deja de ser interesante que un Nat Young ya viejo y rehabilitado de su tendencia a la violencia escribiera lo siguiente: "I wish that when they asked us: What is surfing? I would have said it’s a spiritual activity, and not just a sport, because that’s what put us on the wrong track" («Ojalá que, cuando nos preguntaron: “¿Qué es el surf?” hubiéramos respondido que es una actividad espiritual, y no tan sólo un deporte, porque eso es lo que nos puso en el mal camino…»).
No deja de ser interesante porque fue Nat Young, precisamente, quien encendió la mecha de la bomba. Claro que había habido campeonatos del mundo antes. Por supuesto que había quien consideraba el surf como un deporte antes de Young. Pero, como en la mayoría de actividades humanas, un cambio tecnológico implica un cambio social. Cuando Tom Blake inventó la quilla el surf dejó de ser aquella actividad exclusivamente hawaiana y espiritual de los nativos polinesios para pasar a ser a la vez ciencia y disfrute. Es la naturaleza dual que acompaña a la civilización occidental: la constante búsqueda y mejora de lo existente… a cambio de su alma. Pero tras 1966, y tras el campeonato del mundo de Nat Young, el surf pasó a considerarse algo más: un deporte.