Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

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Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

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Halil Bárcena

Director de l'IES

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viernes, 27 de noviembre de 2009

Huanine (Islas de la Sociedad, Polinesia Francesa)

Este cronista es consciente que, tratándose de las islas de la Polinesia Francesa, resulta imposible destacar a una por encima del resto, ya que todas ellas son de una belleza superlativa, que le hacen sentirse a uno impotente a la hora de manejar las palabras con que describirlas. Resulta imposible y, además, sería injusto, pues cada una muestra, a su manera, un matiz diferente de una belleza, insisto, superlativa.







Raiatea, tenida por sagrada, fue la primera isla poblada por los pueblos polinesios, y punto de partida de las grandes migraciones hacia el resto de las islas de un océano, el Pacífico, que es eso, calmo y pacífico, pero sólo a ratos, pues, por momentos, despliega una bravura y fiereza desmedidas; y si no que se lo pregunten a los locos del surf, que cuentan aquí con uno de sus paraísos predilectos a la hora de tomar olas. Conocida bajo el nombre de Hawaiiki, Raiatea es el corazón de la cultura y espiritualidad polinesias, ricas en mitos y leyendas.









Una huella que aún perdura de dicha espiritualidad polinesia es el marae, o espacio de culto, de Taputapuatea, lugar de peregrinación tanto para los maoríes de Nueva Zelanda como para los hawaianos. Se ha de decir que pocos son los maraes que quedan en pie en la actualidad. La mayoría fueron destruidos, en nombre de la cruz, por la furia intransigente de los colonizadores blancos de los siglos XVIII y XIX, henchidos de ardor religioso y de puritanismo. Y es que por prohibir, prohibieron los tatuajes, el ukelele, el pareo y hasta el uso de la piragüa, símbolos todos ellos de la identidad polinesia. Pero, su esfuerzo resultó en vano, ya que desde finales de los años 70 del siglo pasado, todo ello ha sido recuperado con una pasión inusitada, al tiempo que ha ido creciendo entre la población autóctona el orgullo de una cultura pisoteada durante largo tiempo.






La cercana isla de Taha'a, a pocos minutos en barca desde Raiatea, con la que comparte lagoon, la laguna protegida por los atolones y arrecifes de corales, es conocida como la "isla vainilla”, ya que en dicha isla se efectúa
el 80% de la producción de la tan celebre vainilla de Tahití, una variedad muy apreciada en todo el mundo. Sea como fuere, el caso es que la vainilla, preciosa orquídea, impregna con su perfume una isla que parece un inmenso jardín de tonos rojizos, perfumado a todas horas. Dicen los viejos del lugar, no lo sé, que es en Taha'a donde aún se sigue conservando el encanto de la Polinesia de antaño.








La isla de Morea, por su parte, es un jardín exuberante, rodeado por un lagoon de unas aguas límpidas y cristalinas, como jamás antes había visto este cronista. Los fondos marinos de la bahía de Nouarei, por ejemplo, son sencillamente increíbles, con peces de todos los colores imaginables, corales y hasta algún que otro tiburón que merodea de aquí para allá, dejando ver sus inquietantes aletas negras y amarillas.







De Bora Bora, junto a la ya citada Morea, las dos islas más sofisticadas de toda la Polinesia de habla francesa, destacan los mil y un tonos azules del mar, así como los motus, los islotes arenosos planos desgajados de la isla principal. Para mi gusto, nada sobra en Bora Bora, salvo, tal vez, un cierto turismo norteamericano de lujo, acostumbrado a mirar por encima del hombro, que no contento con haber medio trillado Hawai, en definitiva isla estadounidense, pretende hacer lo propio con este pequeño y exclusivo paraíso llamado Bora Bora, donde, por cierto, los precios de todo son desorbitados. Quien esto escribe jamás había visto tanta belleza junta, es cierto, pero tampoco había pagado lo equivalente a casi seis euros por un café.






Tahití es la isla más grande, y administrativamente la principal, de toda la Polinesia, cuya capital es la moderna ciudad de Papeete, donde el viajero pasó poco más de quince horas, suficientes, no obstante, para comprar un ukelele, instrumento mayor de la alegre música polinesia, y adquirir los rudimentos musicales de un instrumento, tenido por sagrado por los autóctonos, que sabe a estas islas de los mares del sur y sus calmas, tolerantes y acogedoras gentes, que tienen de franceses sólo el pasaporte, pues nada hay tan alejado de la altivez gala como el espíritu polinesio.



Hablando de tolerancia, una de las cosas que sorprende sobremanera es la normalidad con la que el elevado número de travestis locales ocupan cargos en bancos, restaurantes, hoteles y demás, sin que nadie haga grandes alharacas por ello. Cada tarde, tras la puesta del sol, junto al puerto de Papeete, se monta y desmonta con suma celeridad un mercado ambulante y una suerte de gran restaurante público, consistente en un buen número de furgonetas-cocina que preparan todas suerte de platos exquisitos, mezcla de las múltiples influencias que ha recibido la isla. Los chinos, o mejor dicho, los polinesios de origen chino, copan el lugar, como sucede en muchos ámbitos de la vida de estas islas. Con todo, este cronista es de la opinión que la mayor aportación china tiene que ver con la belleza femenina, puesto que el rsultado del cruce entre lo chino y lo polinesio ha sido estupendo. Y es que el mito de la vahiné tahitiana, prototipo de la belleza exótica femenina, es sólo eso, un mito. La realidad, se lo aseguro, es otra bien diferente, por desgracia.






Por último, escribiré unas breves líneas sobre la isla de Huanine, mi rincón preferido en la Polinesia. Insisto, todas las islas son de una belleza extrema y es imposible decir cuál lo es más. Lo que ocurre es que a quien esto escribe le gustan los jardines y los secretos y Huanine es ambas cosas a la vez: un jardín secreto de una sensualidad indescriptible. La isla está adornada de playas de arena blanca e islotes coralinos desiertos, donde uno puede sentir de forma aproximativa lo que sintió Robinson Crusoe. Uno piensa que la libertad son muchas cosas, pero una de ellas es perderse en piragüa mar adentro, entre corales y motus desiertos bañados por aguas color turquesa. Perderse en estas aguas es perderse uno mismo también. Remar es salir de uno, descomplicarse, volverse más sencillo, más espontáneo, más natural.





Todo eso fue lo que ví, por cierto, en el aeropuerto de Bora Bora, encarnado en un polinesio. Era un hombre maduro, alto, con planta aristocrática, pero no afectada, que vestía un pareo de colores vivos, sin calzado alguno, moreno de piel y amplia cabellera larga adornada con rastas, que llevaba desenfundado entre sus manos un ukelele, que tañía con gracia, mientras hacía cola para embarcar. Ese hombre cruzó así la pista del aeropuerto, descalzo, tocando el ukelele, como quien no quiere la cosa, hasta subir al pequeño avión que volaba no sé adónde. Ese hombre, se lo juro, era un hombre libre; que, ¿quién me lo dijo? Yo lo ví.





No me extraña que hasta estas islas viniesen artistas, músicos y escritores como el cantante belga Jacquel Brel, por ejemplo, o el pintor galo Paul Gauguin, que llegó aquí en los años 80 del siglo XIX y aquí murió; y hasta el escritor catalán Josep Maria de Segarra, quien anduvo por estos lares huyendo de la guerra civil española, subvencionado por el político y mecenas Francesc Cambó. Fruto de su estancia es La ruta blava, un excelente y delicioso libro de viajes, en el que destaca el penetrante ojo clínico del autor barcelonés. Muchas de sus predicciones de entonces hoy son realidad. Por ejemplo, que los religiosos cristianos no podrían doblegar el calmo pero tenaz espíritu polinesio, como así ha sucedido; y el predominio chino en todos los ámbitos, como también ocurre. Me despido ya de estas islas, y lo que me sorprende al hacerlo no es haber ido tan lejos, sino que haya vuelto de un paraíso como ése.



Halil Bárcena (agosto 2009)




Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)