Del maestro sufí
Algunas premisas:
1. Es axiomático que toda espiritualidad, en tanto que camino de aprendizaje interior, necesita siempre la función-tarea-figura… del maestro (Mawlânâ Rûmî dice: “Es tan fuerte nuestro ego que es de locos pensar que es tarea fácil dominarlo y más aún que puedo hacerlo solo").
Quién es:
Se impone aquí una clasificación:
a) su legado espiritual (tal vez su escuela o círculo)
b) y/o su legado literario
2) Maestros espirituales contemporáneos (vivos, es decir, con los que puedo mantener un contacto personal) que mantienen-perpetúan-recrean-transmiten el legado de los grandes maestros del pasado, al tiempo que son originales.
Los grandes sabios y maestros de la espiritualidad universal (del sufismo, por ejemplo) han sido siempre soberbios estrategas, magos a la hora de escenificar trucos y estratagemas, cuentistas de primer orden. Todos ellos se han caracterizado por ser siempre originales, en el sentido gaudiniano del término:
1) originales en tanto que buenos conocedores de los “orígenes”, de la base, de los fundamentos aurorales, de la esencia de la tradición, si se quiere decir así. Son originales y, por ende, auténticos.
2) originales en tanto que singulares, innovadores, creadores, personales.
Dicha originalidad les ha llevado a operar y proceder siempre teniendo en cuenta tres factores fundamentales: a) tiempo b) lugar y c) personas.
Hoy, podemos tener acceso a ambas categorías de maestros, pero la experiencia humana y espiritual es diferente ya se trate del maestro espiritual del pasado o del maestro vivo, cuyo impacto tendrá otra calidez y calidad dada la experiencia de proximidad.
Será a este maestro vivo al que me referiré a continuación:
Cuál es su papel:
Si la espiritualidad (y menos aún la sufí) no se enseña pero sí se contagia, tal vez el papel del maestro espiritual hoy sea justamente ese, contagiar. Y hacerlo desde la más absoluta y radical libertad. El maestro sufí, el ustâd o el shayj, es, por definición, alguien libre, que no nos necesita para nada. Su obrar es, pues, pura gratuidad, ya que no le mueve sino el deber, la responsabilidad y el amor por el otro.
Un problema de nuestro tiempo: a diferencia de otros lugares y culturas tradicionales, nuestra cultura europea, posee intelectuales y eruditos, pero no maestros.
La principal función del maestro sufí es transmitir, contagiar, esa otra mirada de la realidad real; mostrar que la cosas son lo que son, lo que vemos de ellas, y otra cosa más. Una nueva mirada que precisa un despertar previo, un abrir los ojos por primera vez. Por lo tanto, el maestro está para despertar esa posibilidad latente en todo ser humano, para hacernos conscientes de nuestra condición adormecida.
Cómo es:
1. El maestro es fundamentalmente un ser humano libre, alguien que, por lo tanto, no precisa de nosotros. El maestro no nos somete, ni sojuzga, ni nos pide nada a cambio. El maestro contagia libertad.
2. Hoy, el maestro no es un sustituto de nada: religión, creencias…etc. El maestro no viene a llenar ningún vacío, sino que, contrariamente, está aquí para vaciarnos de cuanto es un lastre; y las creencias religiosas o de otro orden, lo son.
3. El maestro acaricia pero también corrige; sonríe pero también frunce el ceño. Al igual que el amor o el sol, el maestro reconforta y... confronta.
4. El maestro no está para que se le rinda pleitesía sino para servir (es un jâdim, un sirviente), pues en tanto que ser humano de profunda espiritualidad siente la necesidad de compartir con el otro esa otra mirada de la realidad a la que nos referíamos antes.
5. El maestro es un posibilitador, el detonante que facilita el despertar; no dispensa creencias, nada en qué creer, ni da recetas o fórmulas mágicas, sino pistas que indagar y verificar.
6. El maestro despierta en nosotros la capacidad de confiar en lo que a falta de mejor expresión llamo nuestra fuerza-certeza interna.
7. Es el que nos muestra que de todo -libro, situación, naturaleza…- y todos se puede aprender. Ahora bien, un maestro es una persona, no un libro. Que el maestro despierte en nosotros la capacidad de aprender de todo, de leer el mundo desde la desegocentración y la libertad, no significa que todo sea un maestro. Al libro lo puedo manipular, sobre todo si mi aproximación no es lo suficientemente desinteresada, pero al maestro no. Abrirse al maestro nos permite saborear la presencia del maestro en nuestro interior y en todo.
8. En la relación con el maestro se dan al mismo tiempo:
a) la libertad ya antes aludida, y
b) un compromiso que no es sumisión (¡se ha de saber con quién se cuenta en el camino!). Se dice en el Romance del Conde Arnaldos: "Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va". Por lo tanto, aquí se impone decir que existen niveles diferentes de compromisos y de intensidades en el camino y convendrá no juzgarlas, puesto que para lo que para uno es atadura para otro será liberación.
9. El camino es siempre individual, nadie lo hace por nadie, pero la presencia del otro suma. El adagio derviche dice: “Trabajamos juntos pero solos”.
10. El maestro solo está paso y medio por delante del resto. Por eso, puede guiar, porque es cercano, próximo, no alguien divinizado al que solo me queda creer o someterme o adorar.
11. El maestro comparte fundamentalmente heridas y cicatrices del camino, no teorías.
12. Hable el lenguaje espiritual que hable, el maestro es universal. Como reza un adagio derviche: “El maestro lo es para todo el mundo” -incluyo aquí a los grandes maestros del pasado, por supuesto-.