Volver a Uzbekistán
Halil Bárcena
En 1996, visité por primera vez Uzbekistán, cinco años después de la independencia del país, tras la disolución de la Unión Soviética. La situación entonces no era nada buena en ningún sentido. En dicho viaje tuve mi primer encuentro directo con el sufismo naqšbandī de Asia central, tan importante a la hora de preservar viva la tradición islámica bajo el yugo soviético. No en vano, en la ciudad de Bujará yacen los restos de Bahauddín Naqšband (q.a.s.), fundador epónimo de la ṭarīqa naqšbandiyya en el siglo XIV.
Ahora, 28 años después, he vuelto a Uzbekistán y me he encontrado con un país muy cambiado; por supuesto, mucho mejor que aquel otro que conocí entonces, aunque, eso sí, el turismo, inexistente en aquellos tiempos, ha hecho de las suyas. Visitar nuevamente el maqām de Bahauddín Naqšband (q.a.s.) y la madrasa Mir-i Arab de estudios superiores islámicos, la más importante de Asia central, fundada en el siglo XVI por Abdullah Yamani (q.a.s. ), sabio sufí proveniente de Yemen, ha sido emocionante. Hablar aquí acerca de los vínculos entre conocimiento, simbolismo y espiritualidad en el arte islámico, ha sido un honor.