Juan Goytisolo
encuentra a Antoni Gaudí
en Capadocia
Halil Bárcena
Recientemente,
se han abierto al público en Barcelona, tras las obras de restauración que han
durado varios años, las puertas de la Casa Vicens, la primera obra importante
que realizó el arquitecto catalán Antoni Gaudí (1852-1926), uno de los máximos
exponentes del movimiento modernista. Dicha obra, construida entre los años
1883 y 1888, por encargo del fabricante de azulejos Manuel Vicens Montaner -de
ahí el nombre del edificio-, recrea al máximo uno de los rasgos estilísticos
más significativos y definitorios del modernismo catalán, como es el
mudejarismo, que en Gaudí alcanzará cotas inigualables.
El
término “mudéjar”, derivado del árabe mudayyan
-mudaccan en la forma turca-, que
quiere decir “domesticado”, se utiliza para designar a los musulmanes que
permanecieron viviendo y practicando su religión en los nuevos reinos
cristianos fundados en los territorios arrebatados a los andalusíes, durante el
proceso de avance hacia el sur llevado a cabo en la península Ibérica en el
periodo medieval, conocido con el nombre de Reconquista. Por su parte, el arte
mudéjar, fenómeno autóctono y exclusivamente hispano, desarrollado en su
mayoría en la arquitectura, entre los siglos XII y XVI, consistió en la
aplicación de rasgos estilísticos islámicos a los edificios cristianos, gracias
a la intervención en ellos de albañiles andalusíes.
Pues
bien, el mudejarismo de Gaudí y el resto del modernismo catalán, considerado
como una especie de neomudéjar desarrollado en el siglo XIX, se caracteriza por
una presencia acusada de rasgos de inspiración islamizante, como, por ejemplo,
los almocárabes policromados de yeso en los interiores y de ladrillo en los
exteriores. De forma general, puede decirse que el gusto de Gaudí por el arte islámico
se manifestó tanto en elementos arquitectónicos estructurales como decorativos,
que van desde el uso del arco de herradura a los artesonados, así como en la
preferencia por el uso de ciertos materiales, como el yeso, el ladrillo -en
forma simple o bien vitrificado en azulejos- y la madera.
Las
influencias de la estética islámica en Gaudí fueron subrayadas, especialmente,
por el escritor también barcelonés Juan Goytislo (1931-2017), una de las voces
más singulares de la literatura española
contemporánea, quien pasó media vida expatriado en Marruecos, donde está
enterrado. Autor de una vasta obra de ficción y ensayística, en la que se dejan
sentir con fuerza ecos islámicos, Goytisolo publicó, el año 1990, Aproximaciones a Gaudí en Capadocia, en el que recrea
la figura del arquitecto catalán a partir del paisaje tan gaudiniano de la
Capadocia turca y sus formaciones naturales tan caprichosas. Y es que,
efectivamente, hay mucho de la Capadocia en la obra de Gaudí, a pesar de que
jamás visitara dicho rincón turco. Por eso, le resulta tan familiar la
Capadocia al visitante barcelonés, pues le remite insoslayablemente a la
creaciones gaudinianas.
De
hecho, Antoni Gaudí viajó muy poco fuera de España y el único viaje que realizó
fue, curiosamente, a un país islámico, Marruecos, el vecino del sur para España.
Escribe Juan Goytisolo a propósito de la fascinación de Gaudí por el islam y su
periplo marroquí: “El espacio físico y cultural
del islam le fascinaba. Su único viaje de juventud fuera de España no fue a
París ni siquiera a Italia sino a Marruecos. En los Archivos de la Escuela de
Arquitectura de Barcelona en la que estudió había fotografías de templos
hindúes alminares cairotas. También le atraían las formas esbeltas de las
mezquitas del Sáhara y el Sudán. Su
inspiración no fue nunca renacentista ni neoclásica: él buscaba, como Cervantes
y Goya, la España profunda y la halló en los estratos ocultos del enjundioso
mestizaje mudéjar” .
Seguramente,
a Gaudí, el único arquitecto del siglo XX cuya obra se ha convertido en destino
del turismo de masas, Europa podía aportarle bien poco. El arquitecto
catalán, que goza de la aureola de
precursor del arte contemporáneo por su utilización de materiales de desecho
como la loza fragmentada, que le aproxima a los collages vanguardistas, o por el mimetismo de la naturaleza en sus
construcciones, hundía sus raíces estilísticas en otros lugares y estéticas, como
el arte mudéjar por ejemplo, tal como estamos viendo.
Gaudí,
para quien la originalidad consiste en volver al origen, entrevió muy pronto
las posibilidades creadoras que le brindaba el paisaje. Así, como apunta de
nuevo Goytisolo, “en vez de reinventar de
modo abstracto las formas existentes, se propuso enriquecer y coronar lo que la
naturaleza ofrece como dádiva” . Seguir a la
naturaleza, por lo tanto, es la mejor manera de continuar la creación divina.
No hay que olvidar que Gaudí estaba profundamente marcado por una visión
medieval del papel del artista como médium de la obra divina.
La
adaptación al paisaje y la imitación de la naturaleza son otras dos características del arquitecto
catalán. Sin embargo, su visión de la naturaleza no es, digámoslo así, una
visión ecologista, a la manera de la sensibilidad contemporánea, sino simbólica
y trascendente. También en eso Gaudí es un hombre enraizado en la tradición
medieval, que construye y recrea paisajes metafísicos. De ahí que, según
Goytisolo, “su interés por las rocas de
Fra Guerau y la sierra de Prades y la adhesión a la
Asociación Catalana de Excursiones Científicas obedecían no sólo a su pasión
por la geología y botánica: respondían también
a una necesidad interior, al fuego de su querencia mística” .
En
resumen, la obra arquitectónica de Antoni Gaudí sólo puede comprenderse en toda
su plenitud cuando se percibe el papel fundamental que el símbolo -y, por
consiguiente, el simbolismo-
desempeña en ella, lo cual revela su estrecha relación con el ámbito de la
religión, el cristianismo, por supuesto, pero también el islam, a través de una
muy particular recreación del arte mudéjar, tal como hemos visto anteriormente.
(Traducción al turco a cargo de Nesrin
Karavar)
(Publicado originalmente en la revista turca de cultura Yedi Iklim nº 334, enero 2018).