Una hoja dorada
Leili Castella
“Sepas, amigo mío, que todo en el universo
es una jarra llena hasta los mismos bordes
de sabiduría y de belleza”
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)
Hay tal belleza en
algunas personas, lugares u objetos, que es imposible borrarlos de nuestra
memoria. Es el caso de esta hermosísima hoja de castaño dulce, de apenas 23
centímetros de largo por 15 de ancho, realizada en Turquía en el siglo XIX, en
pleno período otomano, y que recaló en Barcelona en 2009, con ocasión de la
exposición Los mundos del Islam en
la colección del Museo Aga Khan. En ella está inscrita la aleya 80 de la
azora 17 del Corán, al-Isrâ’ (El
Viaje Nocturno), que reza así: “Y di:
“¡Señor! ¡Hazme entrar bien, hazme salir bien! ¡Concédeme de Ti, una autoridad
que me auxilie!”. El calígrafo hizo un uso exquisito del estilo caligráfico dîwânî yalî para crear, apoyada en la
nervadura de la hoja, una composición caligráfica que representa una galera con
su tripulación y largos remos que se hunden en el agua.
La belleza de esta hoja
es especial por cuanto su contemplación, mucho más allá del mero placer
estético, invita a la meditación y a la reflexión, o, dicho en lenguaje técnico
sufí, a hacer tafakkur, que es
precisamente uno de los pilares sobre los que se apoya la metodología del
sufismo mevleví. Esta hoja habla del
viaje por excelencia de la tradición islámica: el viaje de retorno a la unidad
primigenia de la que surgimos, y a la que irremisiblemente hemos de volver.
Este viaje, como bien explica la hoja, se hace, en esta tradición, a través de
un libro, el Corán, en el que Al·lâh, en expresión de Jaques Berque, se inverbó, se hizo libro. Como explica
Halil Bárcena, “al constituir el Corán el
hecho nodal del islam, el musulmán vive en constante situación hermenéutica”
o, por decirlo de otra manera, de “lectura”. A tal punto ello es así, continúa
el citado autor, que podría decirse “que
los espirituales sufíes caminan a través del libro. ¿O quizás sea más adecuado
decir que nadan en él? No en vano los sufíes utilizan también el término
coránico istinbât (Corán 4, 83) que
quiere decir “sacar agua de un pozo” para referirse a los singulares
procedimientos hermenéuticos” [1].
Contemplar dicha hoja
dorada no puede dejar indiferente: hay algo profundamente conmovedor en cómo su
interior queda expuesto y en cómo muestra su honda realidad, a saber, su
condición de aya o signo divino. El signo es ‘ibâra,
palabra árabe que alude al viaje o movimiento que permite pasar del mundo
de lo invisible al de lo visible y viceversa. Continuamente el Corán nos recuerda que no
hay nada que no sea signo de Al·lâh, o, dicho en la concisa expresión de Halil Bárcena,
que “nada es, todo significa”. Saber leer la realidad es el verdadero arte sufí. Henry Corbin definió así el ta’wîl o capacidad de ir penetrando las
distintas capas de significado del texto coránico y por extensión del texto de todo cuanto somos y nos rodea: “El ta’wil
es hacer llegar una cosa a su origen. Así
pues, quien practica el ta’wîl es
aquel que desvía el enunciado desde su apariencia exterior o exotérica (dhâhir) y la hace retornar a su verdad, a su haqîqa”
[2]. Justamente de este viaje de retorno al origen nos habla tanto el contenido
de la aleya coránica en cuestión, como la forma de galera, como la propia hoja primorosa.
Los distintos niveles de profundidad de la realidad quedan así asombrosamente a
la vista de forma simultánea. Luz sobre luz sobre luz.
La técnica mediante la cual
se doró la hoja consistió en inscribir primero la caligrafía, para después sumergirla
en una solución alcalina hasta dejarla reducida a su esqueleto y a la
inscripción. Y ésta es seguramente la alquimia que debe realizar el derviche:
vaciarse hasta no ser más que “la hoja” en que queden caligrafiadas sus letras, las del amigo divino.
A este mismo vaciamiento debe llevar la reflexión del derviche o tafakkur, tal como apunta un aforismo
sufí según el cual “la reflexión es la
desaparición del yo en el continuo recuerdo de Al·lâh”. Y es que este viaje
a través de la reflexión sobre los signos, no es un mero ejercicio mental, sino
que por él y en él, el derviche se transfigura hasta comprender y encarnar que
lo aparentemente múltiple, en este caso la hoja, la caligrafía, la galera y él
mismo, participan de lo que en realidad es una única “alma
del mundo” [3]. Es entonces cuando el derviche o una delicada hoja dorada
se vuelven respuesta a la pregunta de Frithof Schuon “¿qué es lo sagrado respecto al mundo? Es la interferencia de lo
increado en lo creado, de lo eterno en el tiempo, de lo infinito en el espacio,
de lo aformal en la forma; es la introducción misteriosa, en un campo de la
existencia, de una presencia que, en realidad, contiene y sobrepasa dicho campo
y podría hacerlo estallar con una especie de explosión divina. Lo sagrado es lo
inconmensurable, lo transcendente, oculto en una forma frágil de este mundo”
[4].
Notas:
[1] y [3] Halil Bárcena, Sufismo, Fragmenta, Barcelona, 2012, pp. 83-92.
[2] Henry Corbin, Historia de la filosofía islámica, Trotta, Madrid, 1994, p. 28.
[4] Frithjof Schuon, Principios y criterios del arte universal, J. J. de Olañeta, 2008, p. 21
Leili Castella es pianista y rebâbista del grupo 'Ushâq. Directora de la escuela de música 'Báraka. Música con alma', coordina las actividades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona.