Sufismo,
corazón del islam
e islam del corazón
Halil Bárcena
El
tasawwuf o sufismo islámico es el
corazón del Islam y, al mismo tiempo, el Islam del corazón. Y ya se sabe, nada
puede vivir sin corazón. Por consiguiente, cuando el corazón del Islam, que es
el sufismo, deja de latir todo el Islam se resiente. Uno tiene la impresión que
ese es, justamente, uno de los retos del Islam contemporáneo: descubrir la
belleza de su propio corazón, la perla que anida en su interior, a fin de
extraer de él las fuerzas regeneradoras que le permitan afrontar con dignidad
los muchos retos que presenta nuestra atribulada contemporaneidad.
Tres
son, a mi modo de ver, los déficits más importantes que el Islam padece hoy en
día; déficits que empobrecen, en todos los sentidos, la vida de los musulmanes y
generan una situación de desasosiego interior y servilismo exterior. En primer
lugar, el desconocimiento, por desgracia bastante generalizado, que los
musulmanes poseen de su propia tradición religiosa y espiritual, lo cual
conduce, en la mayoría de los casos, a un reduccionismo lamentable. Algo así
como si el inmenso océano que es la tradición islámica hubiese sido reducido hoy
a una mera vasija de agua. El Islam es mucho más de lo que las gentes suponen,
incluidos los propios musulmanes. Y es que el Islam posee un vasto y fértil
legado de sabiduría y belleza, de conocimiento y amor, generado y enriquecido a
lo largo de los siglos, que, por indolencia y pura ignorancia, hoy es una suerte
de tesoro oculto que necesita ser reencontrado de nuevo. Es indudable que buena
parte de dicho legado humano, sapiencial y espiritual le debe mucho al sufismo.
Hoy, en un mundo cada vez más desacralizado, cuyas
formas de vida basadas en el crecimiento ilimitado están poniendo en peligro
incluso la vida sobre el planeta, el Islam puede ofrecer una luz de esperanza a
través del sufismo, tradición espiritual cuya mayor preocupación ha sido siempre
recordarle al ser humano que es más de lo que piensa —el hombre es jalifa de Al-lâh, según el dicho
coránico— aunque mucho menos de lo que cree. En ese sentido, resulta alarmante,
como afirma Seyyed Hossein Nasr, uno de los últimos grandes representantes del
Islam tradicional, que cada vez haya menos maestros musulmanes de la filosofía y
el pensamiento espiritual islámicos capaces de ser mediadores entre los grandes
sabios del Islam de ayer y las nuevas generaciones de hoy. De ahí el grave
peligro de perderse que corre dicho legado humano, sapiencial y espiritual (1).
Uno
de los signos más evidentes de la jibarización —valga la expresión— a la que hoy
se ve sometido el Islam es su reducción a los aspectos más externos y
legalistas, o lo que es lo mismo, la acentuación de la sharî’a en detrimento de la tarîqa o vía interior, que es la que
realmente conduce a las puertas de la haqîqa o realidad divina. La sharî’a, que en árabe significa
literalmente «camino hacia la fuente», no es puerto de llegada, final de
trayecto, sino punto de arrancada. Reducir el Islam a lo meramente formal y
piadoso comporta, además, empequeñecer el gran valor espiritual y la profundidad
significativa del propio Corán, que no es un código ni civil ni penal. Y es que,
como afirmaba el poeta y filósofo indio Muhammad Iqbâl (m. 1938), que tomó a
Mawlânâ Rûmî como guía y fue una bocanada de aire fresco en el contexto del
pensamiento islámico contemporáneo: «El
objetivo principal del Corán
es despertar dentro del hombre una
consciencia más alta de sus múltiples relaciones con Dios y el
universo» (2).
En
segundo lugar, la incapacidad para la autocrítica, tal vez por temor a que ésta
degenere en duda. Al respecto, se ha de decir que la duda no es un enemigo de la
espiritualidad. El propio Abû Hâmid al-Gazzalí, quizás el teólogo más importante
del Islam, fuertemente impregnado de valores sufíes, acuñó en árabe este bello
aforismo: «Al-shak tarîq al-Haqq»,
que traducido dice así: «La duda es
el camino de la Verdad». Dicen que del contraste de las ideas nace la luz.
Por consiguiente, no debiera causar ningún miedo pensar y hacerlo de forma
rigurosa y crítica. Hay que atreverse a pensar, única forma de conocer. Al fin y
el cabo, el Corán insta constantemente al ser humano a reflexionar acerca de los
signos divinos inscritos en la existencia. Hay que atreverse a pensar y conocer
lo desconocido, del mismo modo que hay que atreverse a amar. Dice Mawlânâ Rûmî:
«Nuestro amor es fruto del
conocimiento».
El
Islam de hoy ha de ser un dîn ichtihâdî,
basado en la comprensión y el dinamismo críticos, más que un dîn taqlidî, anclado en la imitación y
repetición de fórmulas gastadas. Es Fethullah Gülen, entre otros pensadores
musulmanes contemporáneos, quien viene hablando en los últimos tiempos acerca de
la necesidad de encarnar un Islam de la comprensión más que un Islam de la
imitación, lo cual exige, por descontado, un incremento de la educación en todos
los ámbitos y sentidos. En otras palabras, hoy se necesita un Islam luminoso e
iluminado que se esfuerce por comprender en profundidad las intuiciones
espirituales primordiales de la experiencia muhammadiana y que las encarne en
todos los ámbitos del vivir humano.
En
tercer y último lugar, el Islam adolece de discursos atractivos y coherentes.
Resulta descorazonador observar la poca capacidad de los musulmanes para saber
explicarse bien, para mostrar al mundo la belleza y profundidad de una tradición
religiosa que tiene mucho que decir y ofrecer a la humanidad, puesto que los
valores espirituales lo son para todo el mundo. Con todo, hay que saber que
quien tiene un «qué» y un «por qué», halla irremisiblemente el «cómo». En
efecto, quien tiene algo importante que comunicar, encuentra tarde o temprano la
manera de decirlo. De ahí la importancia de cultivar un espíritu interior
profundo y abierto a lo divino, capaz de proyectarse en el mundo generando amor
y conocimiento, paz y justicia, algo a lo que los espirituales sufíes entregaron
sus vidas.
Notas:
(1) Véase
Seyyed Hossein Nasr, L’islam traditionnel
face au monde moderne, Éditions L’Age de l’Homme, Lausanne, 1993, pág. 154.
(2) Muhammad Iqbal, La reconstrucción del pensamiento religioso
en el Islam, prólogo de Halil Bárcena, Trotta, Madrid, 2002.
(Artículo publicado originalmente en la revista turca on-line 'Cascada':