Senda mevleví e intelección
Halil Bárcena
Mawlânâ Rûmî (m. 1273),
el poeta sufí más importante del islam, afirma seguir la ‘senda del amor’, mel·lat-e ‘eshq en persa. Y el andalusí
Ibn ‘Arabî de Murcia (m. 1240), el teósofo musulmán más influyente de la
historia, afirma practicar la ‘religión del amor’, dîn al-hubb en árabe. Desde sensibilidades espirituales y
psicológicas distintas, ambas luminarias del islam confluían en un mismo
horizonte de inteligibilidad. Y es que la perspectiva de la senda del corazón o
del amor, que ambos espirituales sufíes siguieron, cada uno a su manera, era
ante todo intelectiva y, por eso mismo, universal. Pero también en el caso de
Mawlânâ Rûmî, algo que no siempre ha sido bien comprendido, sobre todo entre el
público occidental, muy ajeno a la sensibilidad sufí y tendente a reducir lo
espiritual al ámbito del sentimiento, del tal modo que acaba siempre por
empequeñecer aquello cuya grandeza no se puede concebir. En cualquier caso, y
tal como sugiere Frithjof Schuon, la dimensión poética y musical (incluimos
aquí también la danza derviche del giro) del sufismo mevleví, esto es, su sesgo artístico, tiene que ver, no con un
sentimentalismo ideológico y moral -¡craso error!-, sino con la belleza y el
amor, que, por un lado, permanecen en Al·lâh y, por otro, irradian
desplegándose a través de su manifestación al mismo tiempo cósmica y humana. A
ojos sufíes, el mundo es un texto (tejido) de teofanías. Dicho de otro modo, la
existencia no es más que los signos divinos o ayâts proclamándose por doquier. De ahí la importancia concedida
por los espirituales sufíes a la inmanencia divina, que no niega ni contradice
su transcendencia, y, en consecuencia, al tafakkur
o reflexión meditativa acerca de dichos signos divinos; tafakkur que es,
fundamentalmente, discernimiento de las formas e intuición de las esencias, algo sin lo cual el ser humano, más que
vivir, sobrevive a duras penas.