martes, 30 de octubre de 2012

Una hoja dorada


Una hoja dorada


Leili Castella




“Sepas, amigo mío, que todo en el universo
es una jarra llena hasta los mismos bordes 
de sabiduría y de belleza”  

Mawlânâ Rûmî (m. 1273)


Hay tal belleza en algunas personas, lugares u objetos, que es imposible borrarlos de nuestra memoria. Es el caso de esta hermosísima hoja de castaño dulce, de apenas 23 centímetros de largo por 15 de ancho, realizada en Turquía en el siglo XIX, en pleno período otomano, y que recaló en Barcelona en 2009, con ocasión de la exposición Los mundos del Islam en la colección del Museo Aga Khan. En ella está inscrita la aleya 80 de la azora 17 del Corán, al-Isrâ’ (El Viaje Nocturno), que reza así: “Y di: “¡Señor! ¡Hazme entrar bien, hazme salir bien! ¡Concédeme de Ti, una autoridad que me auxilie!”. El calígrafo hizo un uso exquisito del estilo caligráfico dîwânî yalî para crear, apoyada en la nervadura de la hoja, una composición caligráfica que representa una galera con su tripulación y largos remos que se hunden en el agua.

La belleza de esta hoja es especial por cuanto su contemplación, mucho más allá del mero placer estético, invita a la meditación y a la reflexión, o, dicho en lenguaje técnico sufí, a hacer tafakkur, que es precisamente uno de los pilares sobre los que se apoya la metodología del sufismo mevleví. Esta hoja habla del viaje por excelencia de la tradición islámica: el viaje de retorno a la unidad primigenia de la que surgimos, y a la que irremisiblemente hemos de volver. Este viaje, como bien explica la hoja, se hace, en esta tradición, a través de un libro, el Corán, en el que Al·lâh, en expresión de Jaques Berque, se inverbó, se hizo libro. Como explica Halil Bárcena, “al constituir el Corán el hecho nodal del islam, el musulmán vive en constante situación hermenéutica” o, por decirlo de otra manera, de “lectura”. A tal punto ello es así, continúa el citado autor, que podría decirse “que los espirituales sufíes caminan a través del libro. ¿O quizás sea más adecuado decir que nadan en él? No en vano los sufíes utilizan también el término coránico istinbât (Corán 4, 83) que quiere decir “sacar agua de un pozo” para referirse a los singulares procedimientos hermenéuticos” [1].

Contemplar dicha hoja dorada no puede dejar indiferente: hay algo profundamente conmovedor en cómo su interior queda expuesto y en cómo muestra su honda realidad, a saber, su condición de aya o signo divino. El signo es ‘ibâra, palabra árabe que alude al viaje o movimiento que permite pasar del mundo de lo invisible al de lo visible y viceversa. Continuamente el Corán nos recuerda que no hay nada que no sea signo de Al·lâh, o, dicho en la concisa expresión de Halil Bárcena, que “nada es, todo significa”. Saber leer la realidad es el verdadero arte sufí. Henry Corbin definió así el ta’wîl o capacidad de ir penetrando las distintas capas de significado del texto coránico y por extensión del texto de todo cuanto somos y nos rodea: “El ta’wil es hacer llegar una cosa a su origen. Así pues, quien practica el ta’wîl es aquel que desvía el enunciado desde su apariencia exterior o exotérica (dhâhir) y la hace retornar a su verdad, a su haqîqa” [2]. Justamente de este viaje de retorno al origen nos habla tanto el contenido de la aleya coránica en cuestión, como la forma de galera, como la propia hoja primorosa. Los distintos niveles de profundidad de la realidad quedan así asombrosamente a la vista de forma simultánea. Luz sobre luz sobre luz.

La técnica mediante la cual se doró la hoja consistió en inscribir primero la caligrafía, para después sumergirla en una solución alcalina hasta dejarla reducida a su esqueleto y a la inscripción. Y ésta es seguramente la alquimia que debe realizar el derviche: vaciarse hasta no ser más que “la hoja” en que queden caligrafiadas sus letras, las del amigo divino. A este mismo vaciamiento debe llevar la reflexión del derviche o tafakkur, tal como apunta un aforismo sufí según el cual “la reflexión es la desaparición del yo en el continuo recuerdo de Al·lâh”. Y es que este viaje a través de la reflexión sobre los signos, no es un mero ejercicio mental, sino que por él y en él, el derviche se transfigura hasta comprender y encarnar que lo aparentemente múltiple, en este caso la hoja, la caligrafía, la galera y él mismo, participan de lo que en realidad es  una única “alma del mundo” [3]. Es entonces cuando el derviche o una delicada hoja dorada se vuelven respuesta a la pregunta de Frithof Schuon “¿qué es lo sagrado respecto al mundo? Es la interferencia de lo increado en lo creado, de lo eterno en el tiempo, de lo infinito en el espacio, de lo aformal en la forma; es la introducción misteriosa, en un campo de la existencia, de una presencia que, en realidad, contiene y sobrepasa dicho campo y podría hacerlo estallar con una especie de explosión divina. Lo sagrado es lo inconmensurable, lo transcendente, oculto en una forma frágil de este mundo” [4].

Notas:
[1] y [3] Halil Bárcena, Sufismo, Fragmenta, Barcelona, 2012, pp. 83-92.
[2] Henry Corbin, Historia de la filosofía islámica, Trotta, Madrid, 1994, p. 28.
[4] Frithjof Schuon,  Principios y criterios del arte universal, J. J. de Olañeta, 2008, p. 21 

Leili Castella es pianista y rebâbista del grupo 'Ushâq. Directora de la escuela de música 'Báraka. Música con alma', coordina las actividades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona.